Cuando estudiaba, tenía un compañero gay que contaba cómo, al ser guapetón, algunas amigas se lo llevaban a los servicios de la disco, y él les seguía el rollo, así en plan niñata cachonda se lía con su mejor amigui. La experiencia lo había traumatizado, ya que lo hacía sin sentir una atracción real, y además, cualquier órgano genital, tras varias horas de adobo y sin poder darse un agua... "¡Qué horror, todos huelen a pescado!", graznaba al recordarlo, mientras arrugaba su naricilla de maricón de medio pelo. Bien, pues muchos de vosotros sois peor que aquel mariquita; porque él, a pesar de que le iban las pollas más que a un tonto un palo, quiso probar, sumergirse en ese mundo oscuro de los coños, mientras que la mayoría de vosotros solo catáis con los ojos las vulvas plásticas que os vende la industria del porno como reales. Una vulva sin labios menores es tan normal como unos melones de cuatro kilos llenos de silicona, o las pestañas de medio metro que se pegan las actrices.
Todo en un coño -salvo casos de deformidad especial- está ahí porque tiene que estar. La labioplastia elimina tejido eréctil, ya que los labios menores forman parte del clítoris; al ser frotados entre sí -o contra el penis- producen excitación, y que el orgasmo sea más placentero y más rápido. Lo mismo pasa con un clítoris o un capuchón del clítoris bien formado: cuanta más superficie, mayor tejido nervioso.
Y ahora llamadme maricón.