Homenaje a una de las mejores selecciones nacionales de todos los tiempos.
Holanda 1974-1978, la Naranja mecanica
A pesar de las dos finales perdidas 1974 y 1978, ambas ante el equipo que jugaba en casa, ha quedado en mi retina como un equipo de ensueño, que enamoraba con su futbol total.
La denominación “naranja mecánica” no es de mi especial agrado porque parece remitir a una máquina, a jugadores robóticos, a la automatización de movimientos. Nada más alejado de la realidad era ese conjunto holandés, un prodigio de técnica, velocidad, potencia e inteligencia táctica sin paralelo en la historia reciente del fútbol mundial.
Para los fanáticos del “orden”, hay que decir que eso era precisamente lo que no abundaba en ese equipo holandés. Era un bloque de camisetas naranjas que iba y venía constantemente, con muy pocas referencias posicionales fijas. El esquema inicial era 3-5-2 (Bilardo, no inventaste nada) o, hilando más fino, 3-3-2-2, pero ese dibujo duraba lo que tardaba la pelota en dar dos vueltas sobre sí misma. La formación ideal de ese equipo era Jongbloed; Suurbier, Rysbergen y Krol; Neeskens, Haan, Jansen, Van Hanegen y Cruyff; Rensenbrink y Rep.
¿Cuál era el secreto de ese equipo? Ninguno. Eran monstruos casi todos, jugadores consagrados, muchos de ellos campeones de todo con el Ajax de Rinus Michels a principios de esa década. Se conocían, jugaban de memoria. Además contaban con una preparación física de avanzada para la época, dato no menor. Los rivales jugaban a 45 RPM y ellos a 78, *siempre* (salvo quizás en la final contra Alemania). En buena medida, por ese motivo podían imponer su incontenible juego ofensivo nueve de cada diez veces.
Además no sobraban nunca al rival, ni “regulaban”, ni “manejaban” los partidos. Iban los 90 minutos directo a la yugular, los caños eran para adelante, los toques para atrás eran para meter otros cuatro hacia el arco contrario en los 5 segundos siguientes. Con esto queda bastante claro que eso de que jugar para atrás y para los costados se considere fútbol es un invento de pocos años a esta parte.
Por otro lado, cuando no tenían la pelota -casi nunca- no se relajaban y hacían una cantidad de foules tácticos altísima, incluso ante rivales que no les llegaban ni a los tobillos (nuevamente, la mejor prueba de que no sobraban a nadie). El pressing era asfixiante y sostenido, pero no era un fin en sí mismo. No eran un equipo de “presionadores” ni de autitos chocadores que recuperaban la pelota para después tirarla afuera o devolvérsela al rival. Eran una marea de cuatro o cinco jugadores moviéndose en bloque, que apenas se hacían de la pelota salían disparados verticalmente hacia el arco rival, sin más fintas o rodeos que los imprescindibles.
De abajo para arriba, la primera innovación de este equipo holandés era que no tenía dos centrales sino uno, Rysbergen. Los que bajaban a ocupar el lugar de segundo central cuando el rival atacaba (repito, si eso sucedía diez veces en noventa minutos era mucho) eran los volantes más defensivos, Jansen o Haan. Krol en Argentina ‘78 jugó como zaguero, pero en el 74 lo hizo por izquierda. Por el otro lado lo hacía Suurbier, quizás el menos dotado técnicamente de los jugadores de campo pero con una potencia demolera, capaz de hacer rebotar a los rivales que osaban marcarlo cuando pasaba al ataque lanzado en velocidad.
Intentar fijarle posiciones en el mediocampo al equipo de Michels es una misión imposible, más allá de que los mencionados Jansen y Haan tenían la soga un poco más corta para irse al ataque. Lo de Cruyff y Neeskens era bestial. El primero hacía de organizador todoterreno y “facilitador” del fútbol total: hacía jugar hasta a un fiambre, siempre con la cabeza levantada y tres opciones de pase. El segundo era un velocista imparable y poseía una técnica (precisión en velocidad, el gran secreto de toda esta historia) que helaba la sangre. Van Hanegen, el otro “creativo” junto con Cruyff, en otro equipo hubiera sido capitán, figura, aplauso, medalla y beso. Rodeado de estos monstruos, apenas si pasó a la historia como un buen ladero.
Aunque parezca mentira, arriba estaba el punto más flojo de este equipo. Y ojo, estamos hablando de once tipos que le ganaron con baile a Bulgaria (4-1), Argentina (4-0) y Brasil (2-0 y les hicieron precio por fin de temporada). El tema es que tanto Rep como Rensenbrink eran extremos, no centrodelanteros. Eran jugadores de muchísima velocidad y técnica, pero sin tanta definición. (Paréntesis: ahora hay una explicación mejor que la “suerte del campeón” para la bocha al palo de Rensenbrink en el ‘78.)
Vamos a tomar un partido al azar, pongamos Holanda – Bulgaria. último partido de la primera fase, ambos equipos con chances de clasificar, no era un partido de una potencia contra un rejuntado de desahuciados ni mucho menos. Para que se den una idea de lo monólogo que fue ese partido, el gol de Bulgaria fue… ¡de Krol en contra! Holanda generó más de 20 situaciones de gol. Entendámonos: las conté una por una, no es una exageración. *Veinte situaciones de gol netas*. Una animalada.
Sería muy tiraculo calificar a este equipo de poco efectivo si, como norma, arrasaba rivales y les hacía de a cuatro. Pero si comparamos la cantidad de situaciones generadas -clarísimas, no tiritos de 45 metros- con los goles convertidos, empezaremos a develar el minúsculo talón de Aquiles que poseía el brillante seleccionado de Michels.
Quizás haya sido esa falta de oportunismo frente al arco rival lo que los condenó en la final contra Alemania, vaya uno a saber. El motivo por el que Holanda del ‘74, el responsable de la última gran revolución en este deporte, no fue campeón del mundo, sigue guardado bajo siete llaves.