Lo del toque de queda es una soplapollez como la copa de un pino, la enésima tontuna sin fuste ni sentido, como si el virus entendiera de horarios o de fecha en el calendario. Esta mañana he pasado por la puerta de un colegio con los bolsillos de mi gabardina llenos de caramelos y ahí podías ver, a la salida, a los chavales juntándose en grupos de a diez, de a quince, unos con mascarillas, otros sin ellas y otros con ellas sin cubrirles la nariz. En un corro, ocho o diez cabezas de chicos mirando el móvil de uno de ellos que se estaban enseñando no sé qué clase de juego de fúbol ("Buah, chaval, tengo a Benzemá con un 93 y a Griezmann con un nosequé"). Ahí, cabeza con cabeza, a la una y media de la tarde. Más adelante, un grupo de chavalitas en un banco cantando alguna mierda pastelosa de las que escuchan las pijas de doce años, todas bien pegaditas, todas lanzando al aire microsalivazos al cantar que aterrizaban en el gepeto de las compañeras. Qué toque de queda arregla eso, a ver. El metro sigue yendo lleno a las ocho y media de la mañana, por cierto.
En fin, si esto está sobre la mesa será la nueva puerta al campo que este gobierno de ineptos -tanto local como autonómico como nacional- pone para nada y cuyos resultados, como el resto de medidas del mismo pelo, sólo se ven en la cuenta de resultados de las empresas, que empiezan a estar todos en rojo, mientras que los del virus siguen boyantes.