Todas esas gilipolleces de decoración para el deleite visual de la cerda en cuestión que te quieras follar están muy bien, pero, personalmente, creo que se le da demasiada importancia a la vista.
Del paraíso perdido, al salón de tu casa, en un espacio cada vez más intimo, reducido y artificial, la Eva futura reconstruye la unidad perdida. Hay sensaciones que esta cultura de palabras e imágenes no puede olvidar; la carne tiene sus leyes que la razón no controla y la carne busca voluptuosidad que antaño tenía en el contacto con la Naturaleza.
Tan sólo los olores repentinamente recibidos son capaces de transportar con inmediatez y realidad a las perdidas maravillas y hacer que a una cerda se le haga el coño agua. Sólo un olor es capaz de retornos plenos, aunque por un instante, a la memoria añorada y la nostalgia del paraíso perdido. El hombre y la mujer veneran en los aromas los atávicos recuerdos ancestrales del paraíso original, cuando íbamos en bolas y la especie era indefensa como las flores, pero como ellas sensible, natural y en armonía con el mundo.
Si se trata de follar, el olor está mucho más cerca del cuerpo que la vista porque se dirige al sentido del tacto. Más cerca de nuestro interior ya sólo está el gusto, que percibe desde dentro. Gusto, tacto, olfato, oído y vista alcanzan cada uno más lejos que el anterior, alejándose de nuestra intimidad. Como el canibalismo está abolido, el tacto y el olfato son los sentidos de la intimidad con la cerda que queramos devorar.
Igual que existe una estética visual y del sonido, existe una estética del olor. Entre las artes del espacio, como la pintura, y las artes del tiempo, como la música, antes incluso que la danza, que combina ambas en el espacio y tiempo, existe el aroma intemporal, capaz por sí solo de elevar la percepción a experiencia estética fuera del tiempo y el espacio al nirvana de las emociones puras.
Los chinos tienen la cultura más refinada del mundo. Y prueba de ello es, para mí, esa maravilla de sutileza que es el reloj de olores. Es una plancha de metal sobre la cual hay un surco continuo que zigzaguea por la superficie como un dragón. Una ranura se llena con incienso en polvo hasta una señal, a partir de ella con otro incienso hasta la siguiente muesca y a partir de ésta con otro hasta la otra señal. Se enciende el incienso y la distancia a quemar entre señales mide el intervalo de tiempo. De modo que uno siente que el olor cambia de violeta a sándalo y sabe que es mediodía. Estoy esperando que alguien replique esta maravillosa invención. Si algún artesano lee este foro, por favor, fabríqueme un reloj de olores que le pagaré espléndidamente. Cuando vivía en el barrio de Santa Cruz, lo más cercano al reloj de olores era el aroma a paella aceitosa que salía de los restaurantes turísticos al llegar mediodía. Prefiero otros.