Spawner
Muerto por dentro
- Registro
- 10 Dic 2005
- Mensajes
- 34.971
- Reacciones
- 4.163
Hace un tiempo vi un vídeo en el que un señor, con mucho salero, explicaba que la dopamina es una de las llamadas hormonas de la felicidad. Una de ésas que segrega nuestro cuerpo cuando recibimos una gratificación o una felicitación. El tipo venía a decir que era la hormona de moda porque nos hacía sentir tremendamente reconfortados y que, gracias a las redes sociales, estaba en continua disposición inmediata. Así que, cualquiera, tras publicar una foto marcando culo o paquete acompañada de una oración a priori complicada, recibirá kilos y kilos de dopamina en forma de favs, retuits o megustas.
La metonimia, por su parte, es un recurso literario que consiste en hacer referencia a un objeto con el nombre de otro porque entre ellos existe una relación de proximidad. Me comí cuatro platos, o me bebí cinco copas son dos ejemplos de esta figura retórica ya que, obviamente, uno ingiere el contenido y no el continente al que se hace referencia.
¿Y a qué viene toda esta mierda que el pesado del peludo nos cuenta? Pues ahí voy.
El otro día estuve en una boda. Y esto no va de criticar el menú, ni los vestuarios, ni el regalo que, quieras que no, te ves obligado a dar, no. Esto va del día después.
Estaba yo de resaca, intentando sobrevivir a una jornada que se me hacía cuesta arriba cuando me da por echar un ojo a las redes sociales. Obviamente, esperaba que todo estuviera infestado de fotos con los novios, qué alegría, qué patatín, qué patatán. Ingenuo de mí, me extrañó ver que en todas las publicaciones, aunque estuvieran etiquetados los contrayentes, éstos no apareciesen físicamente, sino que toda la extensión de píxeles de la instantánea estaba copada por la tipa, el tipo o la pareja que hacía la publicación. Todos ponían sus mejores deseos y agradecían la invitación mediante fotos en las que ellos eran los protagonistas mientras que los casamenteros ni estaban ni se les esperaba. Y, por supuesto, todas las loas y halagos iban dirigidos a los fotografiados y no a aquéllos por los que se celebraba el fiestorro.
Pero qué puta mierda es esta.
Hemos llegado a un punto en esta civilización en el que cualquier premio o reconocimiento propio nos es robado por una recua de amigos y conocidos que se lo apropian y nos lo quitan a fin de ser ellos quienes reciban las luces de las cámaras y las dosis de dopamina vía virtual.
Si tu hija cumple años, subes una foto de ella a Facebook en la que tú salgas bien para que todo el mundo te diga lo buen padre/madre que eres. Si tu novio gana un combate de boxeo, ahí que sales tú en Instagram para que nadie deje de decirte lo guapa que eres, tía. Da igual cual sea el evento, siempre habrá alguien queriendo apropiarse de él, queriendo, sin haber realizado más mérito que ser conocido o familiar tuyo, quedarse con parte del reconocimiento que a ti te pertenece.
Pero pasa en todos los ámbitos, siempre habrá alguien que diga que en un determinado momento de tu vida, en el que pasabas penurias, estuvo a tu lado animándote y diciéndote cómo reconducir la situación aunque la realidad sea que era esquivo contigo y a duras penas te cogía el teléfono.
Cada día estoy más cansado de una sociedad en la que es tan sencillo apropiarse del esfuerzo ajeno, venderlo como propio y que los demás te feliciten por ello.
Esto no va de bodas, ni de redes sociales, ni de lo putas que son las mujeres. O sí, seguramente vaya de todo eso y mucho más.
La metonimia, por su parte, es un recurso literario que consiste en hacer referencia a un objeto con el nombre de otro porque entre ellos existe una relación de proximidad. Me comí cuatro platos, o me bebí cinco copas son dos ejemplos de esta figura retórica ya que, obviamente, uno ingiere el contenido y no el continente al que se hace referencia.
¿Y a qué viene toda esta mierda que el pesado del peludo nos cuenta? Pues ahí voy.
El otro día estuve en una boda. Y esto no va de criticar el menú, ni los vestuarios, ni el regalo que, quieras que no, te ves obligado a dar, no. Esto va del día después.
Estaba yo de resaca, intentando sobrevivir a una jornada que se me hacía cuesta arriba cuando me da por echar un ojo a las redes sociales. Obviamente, esperaba que todo estuviera infestado de fotos con los novios, qué alegría, qué patatín, qué patatán. Ingenuo de mí, me extrañó ver que en todas las publicaciones, aunque estuvieran etiquetados los contrayentes, éstos no apareciesen físicamente, sino que toda la extensión de píxeles de la instantánea estaba copada por la tipa, el tipo o la pareja que hacía la publicación. Todos ponían sus mejores deseos y agradecían la invitación mediante fotos en las que ellos eran los protagonistas mientras que los casamenteros ni estaban ni se les esperaba. Y, por supuesto, todas las loas y halagos iban dirigidos a los fotografiados y no a aquéllos por los que se celebraba el fiestorro.
Pero qué puta mierda es esta.
Hemos llegado a un punto en esta civilización en el que cualquier premio o reconocimiento propio nos es robado por una recua de amigos y conocidos que se lo apropian y nos lo quitan a fin de ser ellos quienes reciban las luces de las cámaras y las dosis de dopamina vía virtual.
Si tu hija cumple años, subes una foto de ella a Facebook en la que tú salgas bien para que todo el mundo te diga lo buen padre/madre que eres. Si tu novio gana un combate de boxeo, ahí que sales tú en Instagram para que nadie deje de decirte lo guapa que eres, tía. Da igual cual sea el evento, siempre habrá alguien queriendo apropiarse de él, queriendo, sin haber realizado más mérito que ser conocido o familiar tuyo, quedarse con parte del reconocimiento que a ti te pertenece.
Pero pasa en todos los ámbitos, siempre habrá alguien que diga que en un determinado momento de tu vida, en el que pasabas penurias, estuvo a tu lado animándote y diciéndote cómo reconducir la situación aunque la realidad sea que era esquivo contigo y a duras penas te cogía el teléfono.
Cada día estoy más cansado de una sociedad en la que es tan sencillo apropiarse del esfuerzo ajeno, venderlo como propio y que los demás te feliciten por ello.
Esto no va de bodas, ni de redes sociales, ni de lo putas que son las mujeres. O sí, seguramente vaya de todo eso y mucho más.