Poco se habla de que generalmente quienes dan clase no tienen ni puta idea de nada. La inmensa mayoría de ellos tiende a mezclar las cosas: unos identifican democracia académica con igualar por abajo (los rojos), mientras que otros confunden excelencia con aprobar a uno de cada treinta aunque lo que suceda en realidad es que no saben enseñar (los azules). El sistema español es, en suma, una picadora de carne de talento. Cuando las facultades de Magisterio atraigan a peña medianamente competente en vez de a los cuatro porreros que hicieron la Selectividad porque les obligaron sus padres, hablamos. Tampoco ayuda que las leyes educativas se tumben en cuanto llega el momento en el que deberían empezar a dar resultados. LOE, LOMCE, LOCOMÍA, me da igual, pero
que las dejen quietas de una puta vez. La optatividad y los mecanismos de evaluación son el menor de los problemas.
Yo duré seis meses en un colegio de curas (en el que acabé de rebote) no porque estuviera a disgusto, sino porque eran curas y me hacían ir a misa y escuchar gilipolleces en clase de Religión. Paradójicamente, fue el sitio en el que más me cuidaron como alumna, en el que más oportunidades me dieron para demostrar lo que sabía hacer y el único en el que la calidad de la docencia me pareció como poco decente, principalmente porque casi toda la gente que ejercía ahí había tenido otros curros de lo suyo en la universidad o en el sector privado. También es verdad que no había ni un solo inmigrante/alumno con necesidades específicas (aparte de servidora)/chaval medianamente problemático, lo que eliminaba casi por completo cualquier tipo de porculo que distrajera de lo que se reducía estrictamente a trabajar en los contenidos.
Los colegios e institutos públicos en los que estuve eran todos una puta mierda a todos los niveles, a pesar de jactarse uno de ellos de ser el mejor de la ciudad. Un auténtico descontrol de drogas, acoso, violencia de prácticamente cualquier tipo y elefantes que sacaron la plaza en el 85 sudando de todo y dejándose morir. Uno de los dos profesores decentes que tuve en el último instituto por el que pasé era, eso sí, Premio Nacional de Educación. Todavía uso sus apuntes de vez en cuando cuando se me plantean incógnitas vitales (daba filosofía). Y no, no innovaba, no hacía proyectitos de mierda ni usaba TICs, flipped pollas o inteligencias múltiples: simplemente nos trataba como personas. Consiguió que un camello enganchado a las apuestas deportivas se leyera
La República y todo. Seguirá siendo mi puto ídolo hasta que me muera.
El otro profesor daba Latín y Griego y seguía exactamente la misma metodología. Entre él y el otro me rescataron de las garras de la alienación y consiguieron que me metiera a Clásicas.
En resumen, el problema de la pública es la falta de calidad (y de cantidad, qué coño. Faltan profesores
e inspectores) de los recursos humanos, tanto docentes como políticos. La concertada es una aberración y simplemente no debería existir. Nada me gustaría más que poder sacar pecho de una pública de calidad —condición necesaria, por cierto, para que un país salga adelante—, y me muero de la puta tristeza diciendo esto que voy a decir, pero yo lo tengo claro: si tuviera un crío, lo metía de cabeza al Liceo Francés. Con las cosas de comer no se juega.
De la universidad ya otro día si eso.