El fenómeno del gallego beligerante con todo lo exterior (por supuesto sin incluir cine yanqui, cocacola, windows, etc, etc, faltaría más), resulta más irritante aun aquí en Galicia, créeme, y es debido a una mezcla entre un profundo complejo de inferioridad, causado por una brutal depresión sociocultural de siglos, rematada con la dictadura, y una ignorancia/inseguridad acerca de uno mismo, que motiva que el individuo se agarre a lo más cercano que tiene a mano y lo identifique como propio, exclusivo y enfermizamente inmutable. Hasta los mismísimos de tantas gaitas, oiga. No saben más que decir: sí, abuelo, por supuesto, abuelo, y no añaden nada a la cultura gallega. Estulto inmovilismo causado por una impresionante falta de higiene mental, no sé si me explico. Hace años viajaba bastante por Castilla y Andalucía, y siento ese territorio como mío, tengo recuerdos y sentimientos unidos a esos paisajes, aunque a mí si me sacan más de quince días de Galicia me ahogo, me falta algo.
Aunque es cierto que también molesta bastante el hecho de que se tenga la imagen de España de los toros y el flamenco por ahí fuera, o de que que se dé por hecho que España es un país mediterráneo sin más, cuando yo estoy a veinte minutos del Atlántico, vivo en una húmeda ciudad medieval y mis antepasados vinieron del norte, pero poco a poco se va conociendo esto, con el Camino de Santiago y demás tópicos. Y más que se conocerá, en ello estamos.
Hasta la coronilla del contubernio autonómico. Y sí, aquí también hay botijos