La permanencia de un Estado, o la independencia de una parte suya, no es la Palabra de Dios. Cuando durante siglos se forja una historia común y se estrechan los lazos hasta de parentesco, se crea una mentalidad muy similar y, sobre todo, cuando durante dos milenios se recibe la misma sabia del Evangelio sobre un territorio geográficamente muy compenetrado, independizarse, me atrevo a decir, ataca tanto a la fe como a la razón.
¿Pero adónde van? Los que se secesionan son débiles y sin una identidad nacional clara, sino más bien artificial. ¿Es que los turbantes son lo vuestro? Os habéis vuelto locos.
Como consta en mi biografía, desde finales de 1989 vivo en España. Cuando volví en verano de 1990 a mi tierra y vi los tambores de los movimientos independentistas, les hice la misma pregunta a mis amigos: ¿os habéis vuelto locos? ¿Qué precio estáis dispuestos a pagar? ¿50.000 muertos por cada lado? ¿Cuál es vuestro límite? Se quedaron pensando un momento, pero me respondieron: “Exageras como siempre, esto aquí no pasará”. Algunos no viven para contar lo que pasó después.
Mis cuatro hermanos estuvieron en la trinchera, todos. Gracias a Dios ninguno falleció. Solamente uno fue herido en el brazo pero de poca importancia. Nada más que de la trinchera de un hermano mío sacaron 20 cadáveres. Parece mentira que no entendieran que a la mentalidad balcánica, apacible en tiempos de paz, como le toques las narices, explota como un barril de pólvora, como con razón llamaron a nuestra región.
Yo, siendo croata declarado, aunque no comunista, por supuesto (un buen número de croatas sí lo era), era pro-Yugoslavia. Porque era hermoso sentarse en un coche y poder plantarse en cualquier punto de ese bello país tan sólo con el documento de identidad. Desde la cercanía de Tesalónica hasta los Alpes, desde el Adriático hasta la Panonia húngara. Tenía un hermoso país, ahora tengo un basurero. Me siento en el coche en Mostar, y a media hora estoy en la frontera como un tonto, esperando…
¿Por qué les molestaron los serbios? Eran para mí más cercanos que los croatas de Zagorje (noroeste Croacia), a los que veía con bastante influencia germánica. Nosotros éramos más eslavos, por lo que nos miraban un tanto por encima del hombro.
Naturalmente que éramos distintos, pero se podía vivir. Es falso cuando se diga lo contrario. Entonces empezaron a venir aquellos “defensores de los derechos de los pueblos”. Los albaneses a la par con eslovenos, croatas y serbios por otro lado; luego se apuntaron también los musulmanes; vamos, que no faltó nadie en la fiesta.
No era fácil quedar inmune a tanta propaganda. Después de una década de promoción nacionalista, arraigó el odio entre la gente. El odio y la intolerancia. Todo molestaba; muchos decían que si nos iba mal era porque los otros gastaban demasiado, y que si estuviéramos aparte, nos iría mucho mejor.
Han pasado más de 20 años. Croacia todavía no ha igualado su PIB del año 90. Sí, tras una guerra de cuatro años lo que tienen es un Ejército, una Policía, una Sanidad, una Educación… todo suyo, pero no aguantan. Tras la independencia, el país se ha quedado muy flaco y cualquier cosa le perturba, le sirve de lastre, le cansa. Un incendio, y lo tienes que apagar tú. Una inundación desastrosa, y le tienes que hacer frente con una migaja de cuatro millones y medio de habitantes. No eres nadie. Ni siquiera en deporte ya podemos hacer gran cosa.
¿El turbante se va a integrar? (...) En Yugoslavia, los musulmanes eran una minoría más bien humilde que esperaba algún favor. En Bosnia-Herzegovina son los jefes que no quieren otra cosa que mandar. Estamos a punto que sea así del todo. Y eso le espera a Cataluña, según la ley de gravedad.
(...) Una noche, en la guarnición norte de Mostar, unos soldados musulmanes les abrieron la puerta de la guarnición a los combatientes musulmanes independientes. Entraron y degollaron a 99 croatas. Desde entonces no les doy la espalda a los musulmanes nunca. No quiero. Vosotros haced lo que os plazca, pero a mí dejadme en paz.
Cuando las tensiones nacionalistas en Yugoslavia alcanzaron niveles preocupantes, Juan Pablo II mandó a un cardenal a que le transmitiera su opinión sobre el terreno respecto a lo que ocurría en Yugoslavia, y al mismo tiempo que intentara promover el clima de la conciliación. (...) Se daba por hecho que la independencia de ciertas regiones era inevitable.
El Vaticano fue el primero en reconocer la independencia de Eslovenia y Croacia. Se creía que eso iba a contribuir a terminar con el conflicto, pero no fue así. Luego le esperaba el turno a Bosnia-Herzegovina, donde los 850.000 católicos que había han quedado reducidos a la mitad, siendo el grupo poblacional más sufrido y desplazado proporcionalmente.
Sí, el Vaticano fue el primero. (...) Y este caso debe servir de lección para que en estas cosas la Iglesia se mantenga al margen, sirviendo solamente como la levadura de salvación y consuelo para las gentes. No entrar en juegos independentistas.
Hay que recordarlo bien. El concepto cristiano es de universalidad, no de globalización. Una familia humana unida en la diversidad, no una aldea global, superflua e inculta. Os recordaré una observación de Messori respecto a que, por orden del Rey, ningún seminarista se pudo ordenar en Lima en 1595 sin hablar quechua. La opresión administrativa y un Estado intolerante con la diversidad es una idea napoleónica, no tradición cristiana.