¡Superladriiiiillo!
Pues si, es lo que tienen las ciencias sociales, a pesar de los intentos positivistas de Comte, que nunca dan resultados exactos, y que se componen de materias como el Arte o Historia, cuyos contenidos son valorados desde la más profunda y arcaica subjetividad. Para mi Castilla es límite del cielo, por historia, idioma, cultura y el recio carácter de sus héroes (incluyendo a los de Castilla Novísima), el gran pueblo civilizador de la Península, el que se impuso, no sólo sobre los reinos hispanos, sino sobre los europeos. Para la España centrífuga, en cambio, por sus justas y bien fundamentadas razones, es el ojo de Sauron, el "corazón de las tinieblas" y las puertas del Infierno. Un mismo hecho, mil interpretaciones, mil sensibilidades, mil maneras, casi todas perfectamente válidas, de baremar el mismo suceso. No es que haya demasiadas manipulaciones históricas, es que hay demasiados historiadores. Cuando había un único cronista palatino, estas discusiones se las ahorraban.
El gran problema de España, de todos los que ha tenido por los siglos de los siglos amén, en estas últimas décadas, ha sido la democratización de su esencia. Todo el mundo ha exigido el derecho a tener su idea de España, todo el mundo ha querido amoldar a sus pasiones la configuración del estado postransición. El resultado del debate, la conclusión a la que llegaron los padres de la santísima democracia, fue que a partir de ahora, la única España posible, era la España plural. Se identificó automáticamente con la idea de una gran madre que acogía y amalgamaba los diferentes caracteres de sus diversos hijos. Ser plural, multilingüe, poliparlamentario y ultranormativo, era bueno, era propio del buen demócrata y de buen español. La doble MM, Madrid y Meseta, la Castilla desvertebradora, en cambio, requerían reeducación, domesticación y aprender modales. Fue la tierra de Fernán González quien les robó el apego a España al resto de pueblos.
Cuatro décadas después, los beneficios de la libre expresión de las diferentes sensibilidades nacionales, más todas las se fueron sumando con los años, el fin de la España como cárcel de pueblos, la dulce Arcadia donde todos, al ser más libres, serían más españoles, ha confirmado las expectativas. Esto no tira, con todo el derecho para aquellos que desean que así sea. Nadie está obligado a ser español y mi deseo es dejar siempre la puerta abierta a quien no encentre acomodo en estas tierras. El problema no es quien se va, con toda legitimidad, insisto, sino como se quedan los que se quedan, como sería la España del siglo XXI, si hace 40 años se hubiera construido una estado autonómico distinto, más eficaz y menos "sensible", con menos patrias chicas y más coherencia funcional.
La España de hoy, sin duda, sería una España sin Cataluña ni el Pais Vasco, no es necesario citar otra vez a Ortega ni recordar los sucesos de la II República. LLevan un siglo haciendo las maletas, esto no admite discusión. Buena suerte y buen viaje, nos veremos en las olimpiadas, los mundiales y el festival de la OTI. El legado que nos queda ahora es un distanciamiento suicida, un extrañamiento, una castración absoluta de la idea nacional, el recelo incurable entre Castilla-Periferia. No se han producido la pérdida irremediable de dos piezas del puzzle, sino que estamos ante una auténtica desarticulación, porque la suma de las partes, la interconexión que presuntamente reforzaba al TODO, era en realidad un sistema que sólo funcionaba en su completa integridad. Ese fue el gran fallo del 78. Se cambio el concepto unidad nacional, dentro de la cual, existían diferentes realidades, por una España que surge desmembrada, volátil, indeterminada, y que nace de la fusión milagrosa de las distintas voluntades, previamente independizadas. Fue un cantonalismo encubierto un me independizo y luego me uno porque me da la real gana. De esta forma, la provisionalidad, la sospecha sobre lo que era España, su vigencia e incluso su historia, ha sido permanente.