El bedel
MUJER CON ENVIDIA DE PENE
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Ayer tuve una revelación divina, una epifanía, queridos. Fue de hombre a hombre. Estaba luchando por mantener un doloroso arabesque en clase de ballet:
Sentía los glúteos desfallecer, los isquitibiales desgarrarse, mi cuello romperse por el esfuerzo de mantener la cabeza a flote. Mis vértebras lumbares iban a quebrarse, cual árbol reseco, por el peso del tronco, y los ríos de sudor caliente resbalaban acompañados tan solo por el eco de la voz del profesor:
"¡Estiramos la pierna hacia la pared, que no se rompa la de base! ¡Crecemos hacia el techo, como si no pesáramos!"
Era como luchar contra la tempestad, en la cubierta de un barco, impulsados por la varonil voz de un capitán en mallas. Ya, cuando por fin pudimos descansar, dijo:
"Hay que luchar. Nunca hay que darse por vencidos. NUNCA".
Y ese último adverbio lo dijo clavando su mirada en la mía. Fue su regalo. Y ahora yo os lo regalo. A todos los meghtows.
Sentía los glúteos desfallecer, los isquitibiales desgarrarse, mi cuello romperse por el esfuerzo de mantener la cabeza a flote. Mis vértebras lumbares iban a quebrarse, cual árbol reseco, por el peso del tronco, y los ríos de sudor caliente resbalaban acompañados tan solo por el eco de la voz del profesor:
"¡Estiramos la pierna hacia la pared, que no se rompa la de base! ¡Crecemos hacia el techo, como si no pesáramos!"
Era como luchar contra la tempestad, en la cubierta de un barco, impulsados por la varonil voz de un capitán en mallas. Ya, cuando por fin pudimos descansar, dijo:
"Hay que luchar. Nunca hay que darse por vencidos. NUNCA".
Y ese último adverbio lo dijo clavando su mirada en la mía. Fue su regalo. Y ahora yo os lo regalo. A todos los meghtows.
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