El club de los feministas

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Se han dicho tantas cosas del club de los feministas, que por una más que se diga, nadie se va a sentir más cerca de la verdad. De los numerosos relatos, a veces incluso contradictorios, hay algunos que más parecen ganas de engañar a ingenuos o de contentar a ingenuas, como aquel de una especie de mafia que pretendía fines políticos y había elegido esa estrategia para ganarse los votos de almas inocentes y caritativas. Jacinto Sesé, funcionario de Hacienda y padre de diez hijos, aseguraba en una comida de compañeros de trabajo que él no había pertenecido nunca a un club que renegaba de los principios básicos del orden: el hombre en su sitio, que es el punto de mandoble, dijo, y la mujer en su sillica, y las piernas bien junticas. Le rieron mucho la gracia. Y fue motivo de conversación, tanto que pronto fueron cinco los ministerios afectados por la noticia de que todavía quedaba un macho, con diez hijos, capaz de poner firmes a las revueltas mujeres. Vete a saber por qué habló con aquella chulería. A lo mejor presumía de lo que le faltaba. Si hemos de atende a Paquita, su antigua amante de los viernes, él era un calzonazos pero con gafas oscuras y mano ortopédica de hierro, eso era lo que realmente daba de sí su personalidad fanfarrona. En cuanto a la noticia de que los del club feminista eran unos maricones fue lanzada por una de sus mujeres, que harta de qu ele fregase todo pero que no se quedase con ella sino de que viviera más con los del club, creyó que los tíos aquellos saldrían pitando en cuanto se corriera la mala nueva de que la mariconería se contagiaba y precisamente en aquel club. ya digo, se han dicho tantas cosas... Lo cual es normal, y más si se piensa como dicen que sucedió. Si realmente sucedió así, porque yo no me fiaría demasiado de Manuel Armero, escritor y colaborador de la radio pública y privada, amigo de contar pero no enemigo de inventar. Manolo Armero está casado con una prima de mi ex-cuñada, y el otro día estuvieron cenando en casa y salió el tema. Un día Evaristo Arquillué perdió las elecciones y su escaño en las Cortes de Aragón. Se tornó algo taciturno, él que era la alegría en persona. Su hijo y su hija estaban ya en la Universidad de San Jorge y no con mal aprovechamiento. Le gustaba vivir y no le disgustaba trabajar, pero aquel cambio le dolía profundamente. Amaba la política y no le caía mal el programa de su partido. No se llevaba mal personalmente con la oposición ni aspiraba a una consejería. Cuando su esposa, Margarita, ex-secretaria suya, lo vio por primera vez en la cocina y con delantal, creyó estar alucinando, y como si no hubiera visto nada, huyó de allí al baño, y allí estuvo mirándose al espejo por si eran visiones las que veía. Más en sí misma, se acercó a la cocina.

- ¿Qué haces, Evaristo?

- Fregar.

- Tenemos lavaplatos.

- Lo sé.

- ¿Estás bien?

- Mucho, querida.

Así fue la conversación. ¿Qué intentaba el pollo ex-diputado? Había que informar a los dos jóvenes universitarios. Ellos zanjaron pronto la cuestión: "Nunca es tarde para modernizarse". Los amigos de la familia se reían en su intimidad, y en el fondo compadecían a la agraciada, porque no les daba confianza aquella repentina conversión al feminismo y más si venía de un antiguo machista, que en una sesión parlamentaria había insinuado que la incorporación de la mujer al mundo laboral era la causa de la crisis económica mundial. En la urbanización pronto empezó el cachondeo.



- Oye, tú -le dijo directamente un vecino, vendedor de seguros y pelotaire en horas libres- ¿Qué pretendes?

- ¿Con qué?

- Con lo que dice mi mujer que haces.

Algo debió decirle y muy convincente. Se apuntó a la faena y esa misma noche ordenó con voz de sargento de Vietnam que le dejasen en la cocina a él solo. Sus cinco hijos se marearon de la sorpresa y aquella noche vomitaron en todas las posiciones, no fuera a ser que las antiguas palizas de la infancia se reiniciaran pero con mayores bríos. Dos semanas después, lo increíble ya era cierto. Tan cierto como que cinco vecinos más del Zorongo se habían unido al club. Empezaron a reunirse los lunes, de 10 a 12 de la noche y en tres meses, sólo dejaron de reunirse los sábados, por respeto a la institución familiar. Uno de ellos aprendió a coser y les cosía a todos los que fuera menester. Pero nadie sabía qué hacían dentro del club. Quizás por ello se rumoreó lo de la mariconería. Pero ellos no dejaban de cumplir, si vale la palabra de sus esposas, y en sus casas todo estaba muy limpio. Y no por eso en sus respectivos trabajos vendían menos. Como es lógico, las esposas se preocuparon por la salud mental de sus amados y por lo que pudiera pasar. Hoy es el día en el que están todos divorciados. El divorcio, extrañamente, lo pidieron ellas. Ellos parecían no extrañarse y no perdieron la sonrisa. Quizás era eso lo que buscaban. Quizás eso nunca se sabrá. Ahora se llevan sus casas con independencia. Uno de ellos parece que va a casarse de nuevo.

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