stavroguin 11
Clásico
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- 14 Oct 2010
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La foto me impactó como un crochet bien dirigido nada más abrir la revista: el azul sin mácula del agua, el sunburst en el plano superior, con los rayos delimitados como una corona radiante; un poco más abajo, el pulpo extendía un tentáculo entre admonitorio y amenazante, dejando ver unas enormes ventosas algo por encima del plano del fotógrafo. La imagen transmitía dinamismo, aventura, naturaleza salvaje, sin duda, una de las más perfectas que había visto hasta la fecha.
Solo había un pequeño detalle disonante...
Llevo más de una década metiendo los hocicos en las profundidades, y no recordaba haber visto nunca un pulpo nadando entre dos aguas por encima de mi cabeza.
Tiempo después, lo comenté con un compañero durante unas cervezas postbuceo: un veterano en concursos de fotosub, que abandonó ante la competitividad mafiosa, marrullera y sucia que reina en tales eventos. Y me dió una explicación acompañada de una magnífica sonrisa cínica. Tiempo atrás, en un viaje en zodiac de camino a la inmersión, compartió viaje con un reputadísimo fotógrafo ganador de varios premios; en un momento dado, vio algo parecido a una masa gelatinosa moviéndose en los bolsillos del jacket de su compañero, que no tuvo más remedio que confesarle que llevaba un pulpo vivo en el equipo para poder manipularlo y colocarlo a su gusto y vender las fotos a una publicación, algo completamente en contra de la ética del buceo y la fotografía de naturaleza. Salieron más historias parecidas: fotógrafos que incluyen un detalle que pueda ser reconocido como clave por un miembro del jurado amigo, otros que lleva un tarro de cristal oculto con alguna especie casi imposible de encontrar, etc
Recuerdo a un antiguo jefe revisando los resultados de una técnica quirúrgica para presentarlos en un congreso internacional, acompañado de 2 adláteres tan despreciables como él: sudorosos, inquietos, manipulando datos, excluyendo pacientes infectados para maquillar las estadísticas, etc
Me remonto a la remota infancia rural, y allí sigue la foto fija de los fulleros de toda laya, amarilleada y marchita, pero todavía reconocible: los expertos en grabar chuletas de examen en el bolígrafo bic, el que confundía un intrascendente torneo de fútbol sala con la final de la Champions y sacaba su repertorio de patadas traseras, el cazador torpe que el viernes se escapaba a Lugo a comprar perdices para lucirlas atadas al cinto en los bares del pueblo el domingo por la tarde, el que adelantaba la marca en las canicas, el que trampeaba las cartas en el tute, el que movía disimuladamente los marcos que lindaban con la finca del vecino, el que escondía a Sanidad la vaca tuberculosa, el que alimentaba a los cerdos con pienso y los vendía como si solo comiesen las sobras caseras, el que llevaba a votar al los deficientes mentales y ancianos con Alzheimer...
Seguro estoy de que, dado el país en el que vivimos, las historias que puedan aportar a este hilo van a ser extraordinariamente jugosas.
Solo había un pequeño detalle disonante...
Llevo más de una década metiendo los hocicos en las profundidades, y no recordaba haber visto nunca un pulpo nadando entre dos aguas por encima de mi cabeza.
Tiempo después, lo comenté con un compañero durante unas cervezas postbuceo: un veterano en concursos de fotosub, que abandonó ante la competitividad mafiosa, marrullera y sucia que reina en tales eventos. Y me dió una explicación acompañada de una magnífica sonrisa cínica. Tiempo atrás, en un viaje en zodiac de camino a la inmersión, compartió viaje con un reputadísimo fotógrafo ganador de varios premios; en un momento dado, vio algo parecido a una masa gelatinosa moviéndose en los bolsillos del jacket de su compañero, que no tuvo más remedio que confesarle que llevaba un pulpo vivo en el equipo para poder manipularlo y colocarlo a su gusto y vender las fotos a una publicación, algo completamente en contra de la ética del buceo y la fotografía de naturaleza. Salieron más historias parecidas: fotógrafos que incluyen un detalle que pueda ser reconocido como clave por un miembro del jurado amigo, otros que lleva un tarro de cristal oculto con alguna especie casi imposible de encontrar, etc
Recuerdo a un antiguo jefe revisando los resultados de una técnica quirúrgica para presentarlos en un congreso internacional, acompañado de 2 adláteres tan despreciables como él: sudorosos, inquietos, manipulando datos, excluyendo pacientes infectados para maquillar las estadísticas, etc
Me remonto a la remota infancia rural, y allí sigue la foto fija de los fulleros de toda laya, amarilleada y marchita, pero todavía reconocible: los expertos en grabar chuletas de examen en el bolígrafo bic, el que confundía un intrascendente torneo de fútbol sala con la final de la Champions y sacaba su repertorio de patadas traseras, el cazador torpe que el viernes se escapaba a Lugo a comprar perdices para lucirlas atadas al cinto en los bares del pueblo el domingo por la tarde, el que adelantaba la marca en las canicas, el que trampeaba las cartas en el tute, el que movía disimuladamente los marcos que lindaban con la finca del vecino, el que escondía a Sanidad la vaca tuberculosa, el que alimentaba a los cerdos con pienso y los vendía como si solo comiesen las sobras caseras, el que llevaba a votar al los deficientes mentales y ancianos con Alzheimer...
Seguro estoy de que, dado el país en el que vivimos, las historias que puedan aportar a este hilo van a ser extraordinariamente jugosas.
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