Veo el vídeo de Federico y el de las valencianas, toda esa masa adocenada, embrutecida, anodina. Mostrencos con anteojeras que van desbocados ocupando toda la calle al trote. Arrasando todo lo que encuentran a su paso con su subnormalidad, perturbando el ambiente, la paz espiritual, la tranquilidad, la contemplación de las cosas simples y bellas, el día a día. Impregnando el ambiente con un olor a mierda humana removida, a gangrena agusanada. Y cada vez deseo más mi cabaña en lo alto del monte rodeado de árboles que me camuflen, mis gallinas, mi huerto, mis frutales injertados, mi xerojardín de suculentas y cactus, mi taller de artesanía para trabajar con las manos como Gepetto y dar vida a objetos recuperados de los vertederos. Un buen mastín español de trabajo para que guarde la hacienda de los rumanos mientras yo bajo a la civilización a por sal, una lectura a la biblioteca y algo de roce con carne humana inmigrante.
Hay veces que digo que la sociedad me apartó, pero no, no me apartó, he sido yo el que se ha apartado de ella. Asqueado y avergonzado del delirio colectivo que es la dictadura de lo basto, lo tosco, lo ridículo. Estoy a un tris de decir basta a internet, o por lo menos seleccionar mejor los player del youtube.