mitokondrios
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Todo es mentira
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Gijón, le ha sentado mal el black friday
Ten cuidao con ese que anda diciendo que 1=0'9 (periódico el 9). Y la cosa es que el cabrón convence a la gente y todo.Un hongo cogiendo el dominio de un artrópodo. A ver cuanto tardan las máquinas en usarnos para hacerles los recados.
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Hormigas Zombis. El hongo que anula sus cerebros, con Eduardo Sáenz de Cabezón
En Órbita Laika, Eduardo Sáenz de Cabezón muestra con realidad aumentada cómo el hongo Ophiocordyceps parasita a las hormigas, anula su conducta y las hace m...www.rtve.es
O sea, que ves mal que nadie tenga cojones de pararla, pero si tu te encontrases en esa situación, pasarías como de la mierda de hacer algo.Y sea dicho de paso, tiene pelotas la cosa que nadie tenga cojones a agarrar a la maruja esa y mandarla a tomar por culo. De las dependientas ni digo nada, que son mujeres y siempre esperan que sea un hombre el que se manche las manos, pero luego todas feministas de la muerte.
También está la opción de si uno se encuentra esa escena pasar como de la mierda, que es lo que haría yo, porque a mi que cojones me importa que destrocen esa tienda, pero a las dependientas no se les perdona.
O sea, que ves mal que nadie tenga cojones de pararla, pero si tu te encontrases en esa situación, pasarías como de la mierda de hacer algo.
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No se chico, pero deberías aclararte un poco por dentro y tal, porque vivir todo el día en contradicción contigo mismo debe ser complicado.
Bueno, eso depende de cuanto la reduzcas. Si la reduces mucho mucho, no creo que ni la escuchen.Reduces a la loca y luego te denuncia por agresion sexual, porque le tocaste una teta.
Las leyes españolas desaconsejan implicarse en nada.
pero a las dependientas no se les perdona.
Edito, Burgos (no Gijón) le ha sentado mal el black friday
Nadie tiene cojones porque es Europa, el europedo medio es una oveja, un parguelas y eso está demostrado por término medio. El norteamericano random sí que responde y ya no te digo las diversas variantes de marrón.Y sea dicho de paso, tiene pelotas la cosa que nadie tenga cojones a agarrar a la maruja esa y mandarla a tomar por culo
El poder de una persona sobre otra –el predominio de su imagen o su relevancia como modelo, su influencia, su grado de respetabilidad o el miedo que inspira en el otro, etc.– marca todas las relaciones que establecen los seres humanos entre sí. De hecho, lo que llamamos «relación» no es la ligazón entre personas entendidas como signos sino, lisa y llanamente, relación de poder, que vehiculizan los signos. Todos los atributos que reconocemos en el poderoso, aquel que manda sobre nosotros, son en realidad la descripción de la relación que nos une a él.Ten cuidao con ese que anda diciendo que 1=0'9 (periódico el 9). Y la cosa es que el cabrón convence a la gente y todo.
Nadie tiene cojones porque es Europa, el europedo medio es una oveja, un parguelas y eso está demostrado por término medio. El norteamericano random sí que responde y ya no te digo las diversas variantes de marrón.
a joderse .Más retras que fachas los tarugos del respeto.Lo iba a poner en el hilo de "ehhhhhhh.... ehhhhhh" pero estoy baneado (y no sé por qué), dejo pues aquí una muestra mas de la impecable actuación de nuestra policía
Ver el archivos adjunto 150709
Fijo que las pollas no le dan tanto asco.
Hombre, no copies. Está feo copiar.El poder de una persona sobre otra –el predominio de su imagen o su relevancia como modelo, su influencia, su grado de respetabilidad o el miedo que inspira en el otro, etc.– marca todas las relaciones que establecen los seres humanos entre sí. De hecho, lo que llamamos «relación» no es la ligazón entre personas entendidas como signos sino, lisa y llanamente, relación de poder, que vehiculizan los signos. Todos los atributos que reconocemos en el poderoso, aquel que manda sobre nosotros, son en realidad la descripción de la relación que nos une a él.
La relación de poder requiere que se cumpla cierta colaboración por nuestra parte. El poder que se nos impone no es simplemente el efecto de la coacción o de una fuerza. Una persona tiene poder sobre nosotros (o nosotros sobre ella) –y lo tiene en cuanto se entabla la relación– porque la hemos autorizado, como bien se observaba a propósito de la servidumbre voluntaria en aquel célebre opúsculo de Étienne de La Boétie.
Nuestra colaboración se constituye tras deliberación y decisión consiguiente, de suerte que cada uno de nosotros se aviene, por así decirlo, a someterse a quien tiene poder sobre nosotros y a colaborar con él para el mantenimiento de ese poder, como resultado de un proceso reflexivo que desemboca en un acto de convicción. (La expresión es defectuosa, pero no encuentro otra.) Sin convicción (sin convencimiento) no existe el poder ni la influencia ni la coacción ni la fuerza. A veces sucede, como en el caso de las relaciones llamadas amorosas, que la convicción pasa por estar convencido, no de nuestros propios sentimientos (nosotros siempre sabemos lo que queremos o deseamos) sino de los sentimientos que el otro nos dispensa o que creemos que nos dispensa. El reclamo de amor no es tal sino la exigencia de que la propia convicción de ser amado por el otro se vea confirmada o convalidada de algún modo. No se demanda amor sino su prenda que, previamente, hemos concedido o entregado en custodia al otro al establecer el vínculo erótico. Otras veces, como en las relaciones de servidumbre o de fuerza, la relación se alimenta de la convicción de que cualquier resistencia al poder del otro es inútil y está llamada a fracasar. Naturalmente, las relaciones de poder, tanto si son eróticas como si son de fuerza o sometimiento o de intercambio, etc., pueden combinarse y potenciarse recíprocamente. El amado tiene poder sobre nosotros y, por consiguiente nosotros entendemos como gesto amoroso por nuestra parte habernos sometido voluntariamente a él. Quedar en poder del otro por efecto de nuestras propias convicciones es la expresión del sentimiento que nos une a él. Así pues, el amado está libre y tiene fuerza sobre nosotros; y nosotros estamos convencidos de que la condición de sometidos es la que corresponde a nuestro amor por él.
En las relaciones comerciales o en los pactos con base jurídica, la convicción fortalece el vínculo, en la medida en que nos reasegura sobre la conducta de aquel con quien hemos pactado. Su modelo es la confianza: me fío, no del otro, sino de su convicción en relación con los contenidos de nuestro pacto, como me fío de que, al depositar mi dinero en un banco, el papel que este extiende como comprobante es garantía suficiente de que, llegado el caso, me lo devolverá. Estoy convencido de ello, aunque no puedo tener ninguna garantía de que mi convicción esté justificada. Yo mismo, al pactar, pongo sobre el escenario de la transacción mi propia convicción sobre lo pactado. El otro puede comprobarlo, a veces con la rúbrica de un notario. En cualquiera de estos casos –y podrían ejemplificarse muchos contextos semejantes– el haber sido convencido es lo que retroalimenta y hace posible la relación de poder: la dependencia del que ama respecto de su amado, la fiabilidad de un acuerdo en el que hay comprometido un pago o de un acuerdo en un litigio patrimonial, la promesa de que tú no me volverás a hacer la guerra, etc. No estar convencido –la fórmula coloquial suele ser “esto no me convence” o “tengo la impresión de que esto no me conviene”– produce el efecto contrario: o bien inhibe de que se establezca relación alguna o bien genera una situación de permanente precariedad en el vínculo, como cuando un propietario o un inquilino no están seguros de sus recíprocas intenciones, o cuando los componentes de una pareja se recelan constantemente, o al patrón no le convence la convicción que pone en su trabajo el empleado, etc. La falta de convicción tiene por efecto el dejarnos en libertad, fuera de la relación y, por lo tanto, nos asegura de que no hay manera de que nos dominen, pero conlleva la imposibilidad de cualquier vínculo, transacción o pacto.
(Todo indica que no hay relación que no implique el riesgo de ser dominado.)
Pero, ¿qué es la convicción? ¿Cómo llegamos a ella? Evidentemente es un cambio de estado indicado por un típico hito de la irracionalidad. Explicarlo es tan imposible como pretender explicar qué queremos decir cuando afirmamos que algo tiene sentido.
A menudo sucede que en una relación entre iguales una u otra de las partes se acusen de manipulación. Con ello se pretende decir que quien manipula intenta hacer creer al otro (dicho de otra manera, intenta convencerlo) de que su falta de convicción (su desconfianza) en el vínculo va contra sus propios intereses o de que la relación entre ellas solo es posible si el otro se convence de que tiene que ser así. En el amor, como en el comercio o en la política, el manipulado acaba por convencerse de que, por canalla o egoísta o cruel que sea el otro, siempre será fiel al compromiso amoroso, o bien respetará las cláusulas de la transacción, o bien cumplirá con sus promesas electorales, etc. La argucia del manipulador consiste en desviar la desconfianza del otro hacia sus propias convicciones, que de lo que se trata es de desconfiar de lo que siente: la adúltera recriminada se defenderá diciendo: “Piensa qué pasaría si todo lo que me achacas fuera falso”; el estafador asegurará al estafado: “Yo creía que por fin había encontrado al socio perfecto”; el político sin escrúpulos tratará de comvencer a sus decepcionados electores: “¿Cuando les he fallado?”
El verdadero poder en una relación se obtiene tras una lucha por la hegemonía de las convicciones puestas en juego y siempre gana, no el que tiene más fuerza sino el que se da cuenta de que el poder en una relación consiste en saber administrar las propias convicciones y las ajenas, lo que, en definitiva, nos colocará en la posición del manipulador o en la del manipulado.
Los signos de la conducta del otro pueden ser contradictorios, pero uno siente que el otro actúa por amor, por fidelidad a su palabra o por fidelidad a sus ideas. Se tiene la convicción de la autenticidad del otro y acaba uno por someterse a sus designios. En el pensamiento decimonónico, muy influido por Hegel, a esto se lo llamaba enajenación. Así pues, para ganar poder sobre el otro no es preciso ejercer la fuerza sino manipular el sentimiento de convicción, algo parecido a inspirar confianza, pero no en los actos sino en los propósitos, las intenciones o las convicciones que los mueven. Y, como la índole de estas es siempre una incógnita, damos contenido a esa incógnita con materiales sacados de nuestros propios anhelos e ilusiones.
En los juegos de naipes, donde muy a menudo se recurre a las típicas artimañas de las relaciones de poder, generar convicción para convencer al contrincante de que se tiene una combinación de cartas ganadora, una figura decisiva, un triunfo que permitirá ganar la partida, es tan importante como efectivamente tenerlas, por haber sido favorecido por la suerte en el reparto de las cartas.
Vista así, cualquier relación (y, repito, toda relación es relación de poder) se sostiene no tanto por el poder efectivo que se alcanza en ella sino por la convicción que uno es capaz de inspirar en los demás. Consecuentemente, la liberación o la ruptura del vínculo en el que uno está a merced del poder del otro no pasa por oponerle un poder mayor sino por combatir la propia convicción que nos mantiene vinculados al otro.
La convicción puede ponderarse a través de decisiones menores y cálculos racionales pero su núcleo y su elemento es irracional. El poderoso, el que acaba dominando una relación y decidiendo en ella es el que es consciente de la irracionalidad de todos los vínculos y no tiene prurito en manipularlos en provecho propio, convenciendo al otro de lo que sea.
Lo iba a poner en el hilo de "ehhhhhhh.... ehhhhhh"
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