"Tal y como he conservado el recuerdo intacto y preciso hasta sus mínimos detalles, grabado en mí a través de todas mis pruebas y para siempre (…) De pronto me veo levantado, en bata, al pie de la cama en mi apartamento de l'Ecole Normale (…) Frente a mí: Blanki, tumbada de espaldas, también en bata. Arrodillado muy cerca de ella, inclinado sobre su cuerpo, estoy dándole un masaje en el cuello. A menudo le doy masajes en silencio, en la nuca, la espalda y los riñones (…) Pero en esta ocasión, el masaje es en la parte delantera de su cuello (…) Siento una gran fatiga muscular en los antebrazos: es verdad, dar masajes siempre me produce dolor en el antebrazo. La cara de Blanki está inmóvil y serena, sus ojos abiertos miran el techo. Y de repente, me sacude el terror: sus ojos están interminablemente fijos y, sobre todo, la punta de la lengua reposa, insólita y apacible, entre sus dientes y labios. Ciertamente ya había visto muertos, pero en mi vida había visto el rostro de una estrangulada. Y, no obstante, sé que es una estrangulada. ¿Pero cómo? Me levanto y grito: ¡he estrangulado a Blanki! Me precipito y, en un estado de intenso pánico, corriendo con todas mis fuerzas, atravieso el apartamento (…) Llamo con violencia a la puerta del médico (…) Grito sin parar que he estrangulado a Blanki, cojo al médico por el cuello de la bata: que venga urgentemente a verla, si no prenderé fuego a la Ecole" (ALTHUSSER, 27).[1]