Juego de truños ibérico:
Fauna carpetovetónica: El enano y la khaleesi
Cuando Pablo Iglesias tuvo que escoger un personaje de Juego de Tronos con el que identificarse tenía clara su elección : El enano. Limitado físicamente, inteligente y embaucador. Situado en una posición privilegiada por nacimiento pero con cierta empatia social con el populacho, al que, si bien desprecia, reconoce con pulsiones similares a las suyas. Pablo Iglesias, desde su endeble corpachín contrahecho y su figura contraída, se considera el más inteligente en el perenne interregno del
aurea mediocritas de nuestro panorama político. Sus continuas apariciones en prensa y televisión son un mosaico de diversas teselas de egocentrismo a través de un discurso simple pero directo, de ramalazos autoritarios y, como buen líder moderno, de bochornosos episodios de populismo con una preocupante falta de carisma y sentido del ridículo a partes iguales.
Su ex pareja, pareja, o futura pareja, no lo sabemos aún porque el vodevil todavía se encuentra en el nudo gordiano de su desarrollo, Tania Sánchez, se identificaba por su parte con la Khaleesi. Una mujer bella de apariencia frágil, pero con una determinación enorme, hasta el punto de asumir gozosa los empellones de un bárbaro con tal de lograr quedarse embarazada y de este modo legitimar su posición como consorte para adquirir poder y un ejército con el que lograr sus propósitos. Modelo para cualquier mujer moderna y liberada del siglo XXI, como Tania. Además, la Khaleesi intenta ser implacable y justa, pero tiene grandes dilemas decisorios cuando se trata de sus hijos los dragones. Tania los tuvo con su hermano, si bien mantuvo siempre una fidelidad absoluta a sus principios. Su caso siempre fue diferente. No imputados en las listas, ella era una víctima política. La mujer ha de ser liberada del yugo de su belleza y valorada únicamente por su capacidad, portada en
Yo dona con pose sexy donde nos confesaba que ligaba bastante de joven y que la llamaban
Nikita (sic).
Nunca me presentaré por Podemos, inclusión en sus listas para las generales ungida por su, en principio, ¿ex pareja?.
Ambos personajes de la serie son egocéntricos, conscientes de su poder y la trascendencia de sus decisiones y caprichos. Pablo y Tania, Tania y Pablo, tanto monta monta tanto, rozan la egolatría clínica. Nadie rompe una relación por twitter a lo hipster
con un texto, remedo de poema, mas cursi y bisoñé que la antología poética
del insigne y oscuro golondrino andaluz Gustavo Adolfo Becquer. Pablo busca como un famosete venido a menos de Telecinco, que necesita pagar las facturas de un tren de vida que le ha arrollado, cualquier circunstancia para hacerse notar y dar que hablar, canta en conciertos y en mítines, ofrece regalos al rey cual vasallo agradecido, o
publica sesudos análisis intelectuales sobre la lectura política de juego de tronos y su honda impronta en nuestras vidas, en un delirio friki más propio de un adolescente pajillero, o de una fan enamorada de los Gemelier por la profundidad de sus letras. Cualquier mañana de lunes nos lo topamos en cueros en el kiosko en la portada de Intervíu. Tania colabora con Ana Rosa, cada semana más maquillada, cada día mejor vestida, atrás quedó la punki hija de humildes trabajadores de la banca –
donde se enfrenta en elevados duelos dialécticos con sus impertinentes y lúcidas némesis. A eso de las 11 de la noche, cuando cenan juntos en su guarida guerrillera, deben ver los resúmenes de sus intervenciones del día mientras apuran su infusión ecológica de comercio justo; Qué bien Tania, cómo le diste bien ahí a Arcadi; Joder Pablo, qué bien cantas, si es que lo tienes todo; Qué persecución Tania contra ti, qué indignante, cómo ibas a saber que la empresa era de tu hermano.
Tanto Tania como Pablo han modelado su vida con el barro de la política. Revelador es el caso del bienamado y apodíctico líder. Hijo de clase media afín al partido socialista. Politizado desde la infancia, como buen adolescente quiso dar una vuelta de tuerca al progresismo de sus padres, de modo que se hizo piercings y se dejó el pelo largo para mostrar que él era de izquierdas de verdad. Su grupo de amigos procedía de asociaciones de izquierda; consciente de sus limitaciones físicas, pronto se dio cuenta que
si quería follar a las impenetrables y concienciadas mujeres marxistas debía aprender a tocar la guitarra y/o hacerse intelectual. Con una capacidad innata para la verborrea y aupado a la atalaya de la prepotencia por el discurrir lógico de la plétora de mediocridad de cualquier organización o asociación política, destacó en las mismas a base de hacerse oír. Medró en la universidad, donde tenía de profesores a conocidos y amigos del movimiento de izquierdas madrileño, y se hizo profesor, donde se gana la vida e imparte doctrina, siguiendo el modelo de la Complutense, al que se ciñe. Con las lentejas no se juega. Pablo Iglesias es el fruto de la difícilmente inmaculada concepción de la política. Todo lo que es y posee personal y profesionalmente se debe a la política. Pablo Iglesias es casta. Un ejemplo perfecto. Por eso perfiló el concepto con exactitud, con la minuciosidad del artesano experto, con esa misma
expertise de los vástagos de los prebostes de nuestro insigne
establishment, reunidos y criados al albor del CEU o el ICADE, sólo que desde la izquierda y el discurso pretendidamente diferente y rabioso del
outsider. Pero no deja de ser lo mismo. El mismo modelo de capitalismo de amiguetes enraizado en nuestra cultura hasta el tuétano y que embadurna cada átomo de nuestro universo social, embarcando a nuestro país en un viaje sin retorno a la inanidad.
El tiempo siempre fue un hijo de puta. La verdad su hija. Y el Kairós fugaz. Ni Tania ni Pablo han podido embridar el tiempo. Tania es ya un cadáver político que debería como buena Khaleesi inmolarse en el fuego sin esperanza de renacimiento. Pablo va perdiendo el fulgor del iluminado. Día a día se desdibuja su pose de Crono contemporáneo que blande rabioso la hoz para castrar lo establecido. Omnímodo, devoró una tras otra a las diversas organizaciones de izquierda a base de consensos y pactos como condimento; ahora, en mitad del barbecho político en el vacuo sopor estival, corre el riesgo de regurgitarlas y vomitarlas a base de codicia. Hasta Corfú puede ser vendida.
Pablo Iglesias ha despistado la empatía forzada que se encontró sin querer en sus comienzos, en los debates del Gato al Agua, cuando no era más que un altavoz del discurso de las calles. Ese fue su éxito, la razón de su liderazgo, de su encumbramiento como ayatollah de jóvenes, parados y emigrados, el de transponer el discurso del descontento y estazarlo en las caras duras, bobaliconas y descolgadas de las agradecidas cariátides paniaguadas del sistema, que pasean sus sonrisas, pagadas de sí mismas, por los platós de televisión mendigando euros y canapés, exigiendo paciencia, esfuerzo y austeridad. –para los demás, claro está. El esfuerzo, la paciencia y la austeridad forman parte de ese singularísimo tipo de cualidades que siempre son nobles y deseables cuando son para los demás-.
Cuando Pablo Iglesias decidió pensar por sí mismo, ser él, se le desgajó el halo de divinidad y quedó desnudo el hombre . Y el hombre peca. El hombre no llega. El hombre, en general, es un trozo de carne con pulsiones nerviosas fruto de sus inseguridades y delirios. El hombre se enerva fácil y ladra a una azafata-presentadora peliteñida de rubio ceniza que se agita confundida y asustada porque el prompter permanece imperturbable y silencioso. El hombre se saca de un bolsillo parte de su desproporcionado salario como flamante representante de un parlamento de cartón piedra renunciando a él, para a continuación meterlo en el otro como automecenas de sí mismo. El hombre, consciente de ser hijo de la izquierda pero de clase vip, llama a las compañías aéreas para que se pleguen a su agenda, y que la masa trague, una vez más, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, en una larga y rumiada felatio. El hombre, al fin y al cabo, no deja de ser hombre, y cuanto más se expone más se aprecian sus imperfecciones. Por eso es necesario el amor.