En 1884, Italia, instalada recientemente en Somalia, había visto en Etiopía un obstáculo a su expansión. En 1901, Italia e Inglaterra firmaban una convención, según la cual ésta se reservaba como zona de influencia el Sudán, mientras Etiopía quedaba dentro de la esfera de intereses de Italia. Pero unos meses después de la firma de ese tratado, las tribus etíopes atacaban por sorpresa a las tropas coloniales italianas, derrotándolas completamente. Roma se vio obligada a reconocer la independencia del Negus Menelik. Los abisinios contaron, en esta rápida campaña, con la ayuda de técnicos militares británicos y de armamentos de fabricación inglesa. A las indignadas protestas italianas Londres respondió invocando, virtuosamente, la libertad de comercio, es decir, la facultad de vender sus armas a quien quisiera comprarlas; el Gobierno de Su Majestad por otra parte, rechazaba como calumniosas las imputaciones italianas referentes a la ayuda de "supuestos expertos militares ingleses al Ejército del Negus". Sea como fuere, la operación había sido brillantísima para Inglaterra: el Sudán había sido incorporado a la corona británica, y los italianos no habían podido instalarse en Abisinia. «Está dentro de la línea de nuestro interés que aquellos territorios que nosotros no podamos absorber, no sean absorbidos, en ningún caso, por otros países europeos» (Frase pronunciada por el Premier Balfour, ante la Cámara de los Comunes el 8 de abril de 1903.). Esta clásica y elemental fórmula del viejo imperialismo británico había sido aplicada por enésima vez...
Pero el 18 de marzo de 1934 Mussolini había declarado ante la II Asamblea del Partido fascista, que Italia necesitaba una expansión en Africa. El nombre de Abisinia no había sido pronunciado, pero todo el mundo se había dado por enterado, ya que tal país era el único territorio africano que -aparte Liberia, auténtica "colonia" americana- quedaba por conquistar. Y el Negus Hailé Selassié se había apresurado a comprar armas a Inglaterra.
En Abisinia se practicaba, oficialmente, la esclavitud; se torturaba y mutilaba bárbaramente a los presos; el analfabetismo y el fetichismo eran generales. En 1962, en Katanga, los soldados etíopes de la O.N.U. batieron todos los récords de brutalidad e infamia.
El 3 de diciembre de 1934 se producía un incidente en Ual-Uual, puesto fronterizo etiope-somalí. No es el caso, ahora, de entrar en el detalle del aluvión de notas de protesta que se cambiaron entre Roma, Addis-Abeba y Londres, inmediatamente secundado por París. Italia había reivindicado su derecho a una expansión en Africa: Mussolini, además, había declarado:
«Inglaterra y Francia, que poseen, juntas, las dos terceras partes del continente africano, nos discuten, ahora, el derecho a dirimir nuestros conflictos con Abisinia». El Duce hizo alusión a la «mala memoria» de los gobernantes de París y Londres que, en 1915, hicieron «cierta promesa» a Italia: Con objeto de asegurarse la participación italiana en La Primera guerra mundial, Londres y París habían prometido a Roma ciertas concesiones territoriales en el Africa Oriental y en la frontera libio-tunecina. (Articulo 13 del Acuerdo anglo-franco-italiano del 26-lV-1915.) El cumplimiento de tal promesa había sido aplazado sine die.
El Foreign Office se niega a ceder. Inglaterra no puede permitir que una potencia de primer orden se instale en Etiopía, donde el Bar-el-Azrak, o Nilo Azul, tiene sus fuentes; del Nilo Azul depende la prosperidad de Egipto. Londres teme que los italianos cambien el curso del río; por otra parte, si Italia se apodera de Etiopía, el Sudán angloegipcio quedará emparedado entre dos territorios italianos: al Oeste, Libia; al Este, Etiopía, soldada con Eritrea y la Somalia italiana. Al mismo tiempo, un poderoso imperio colonial europeo se instalará en las cercanías de la vieja ruta imperial británica que partiendo de Gibraltar, continúa por Malta, Chipre, Port-Said, Suez, Adén, Socotra, Colombo, Singapur y Sarawak, hasta llegar a Hong-Kong. Inglaterra no puede tolerar la presencia europea junto a esa arteria vital de su imperio. En consecuencia, a través de la Sociedad de Naciones, dócil instrumento suyo, prohibe majestuosamente a Italia incorporarse Etiopía. El Sínodo ginebrino declara virtuosamente que la guerra no es un instrumento adecuado para dirimir las diferencias entre los pueblos.
Y, no obstante, la guerra italoetiope no era el primer conflicto armado que se producía desde la creación de la Sociedad de Naciones. En 1919-1920, la Rusia de los soviets se anexionaba, por la fuerza, las Repúblicas de Georgia, Armenia y Azerbaidján; en 1921, invadía Tanu-Tuva y la Mongolia Exterior; en 1922, incumpliendo su palabra, invadía Ucrania y la Carelia Oriental. La misma Rusia soviética atacaría, desde 1920 hasta 1923, a Polonia. En 1931, el Japón, con el respaldo de Norteamérica, había invadido la Manchuria, provincia china. Desde 1932 hasta 1935 Paraguay y Bolivia se habían disputado, en el curso de sangrientos combates la posesión del territorio del Gran Chaco. Incluso la misma Inglaterra, que pretendía dar lecciones de pacifismo a Italia, había combatido duramente, desde 1919 hasta 1921 a los irlandeses que luchaban por su libertad, esa bendita libertad que -según Londres- debía respetarse en beneficio de los traficantes de esclavos de Abisinia.
Ciertamente la Sociedad de Naciones había «estudiado» todos esos conflictos (exceptuando, claro está el anglo-irlandés). innumerables informes, recomendaciones proyectos, resoluciones y memorándums habían sido redactados. Toneladas de saliva y de tinta habían sido consumidas Pero... ¿se habían adoptado sanciones económicas contra la U.R.S.S.?... ¿Se habían tomado medidas contra Paraguay, Bolivia, Japón.., e Inglaterra? No. Todo había quedado en unas simples condenaciones platónicas. ¡Ah!, pero el caso de Italia era diferente. Italia ponía en peligro la ruta imperial británica. Por consiguiente, el 2 de noviembre de 1935, con objeto de castigar «la injustificada agresión de Italia a Etiopía», la Sociedad de Naciones tomaba el acuerdo de;
a) Prohibir la exportación y el tránsito de armas con destino a Italia.
b) Prohibir los préstamos directos o indirectos, a Italia.
c) Embargar todas las exportaciones con destino a Italia, exceptuando el petróleo, el hierro, el carbón y el algodón.
Esas sanciones debían entrar en vigor el 18 de noviembre, pero ya el día 6, el llamado «Comité de los Dieciocho», dirigido por Inglaterra sugería extender el embargo a la totalidad de 105 productos exportados a Italia. Esa medida suplementaria, llamada «sanción petrolera» debía ser sometida a la aprobación del Consejo de la Sociedad de Naciones el 29 de noviembre. Pero, entre tanto, el señor Cerutti, embajador de Italia en París, entregaba una nota al Gobierno francés notificándole que Italia consideraría la adhesión de Francia a la sanción petrolera como un acto hostil. Laval, patriota y realista, que dirige la política francesa sin preocuparse gran cosa de los intereses de Inglaterra, se muestra conciliador pese a los ataques de la izquierda y de la extrema derecha xenófoba. Pero dos nuevas fuerzas, de gran influencia en Francia entrarán en liza en favor de la Gran Bretaña. la masonería y el judaísmo. Judíos y masones no sienten, evidentemente el menor interés por Etiopía; pero unos y otros odian cordialmente a Mussolini; estos, por que nada más llegar al poder, clausuró las logias italianas y envió al destierro en Lipari al gran maestre; aquéllos, por que ven en el fascismo una prefiguración del nacionalsocialismo y están convencidos de que una derrota del fascismo heriría, por repercusión, el prestigio de Hitler (29).
La consecuencia de la política de sanciones es la retirada de Italia de la Sociedad de Naciones, el envenenamiento de las relaciones anglofrancesas-italianas y el subsiguiente acercamiento de Berlín y Roma. Por otra parte, el régimen esclavista del Negus se derrumbará a pesar de la ayuda declarada de Inglaterra. Alemania será el primer país en reconocer el imperio italiano de Abisinia, lo que motivará un indignado discurso de Avenol, secretario de la Sociedad de Naciones Entre tanto, las tropas soviéticas ocupan las cinco repúblicas musulmanas de Asia Central (Kazakstán, Uzbekistán, Tadjikistán, Kirghizia y Turkmenistán, con cuatro millones de kilómetros cuadrados y más de veinticinco millones de habitantes, Pero no se adoptan sanciones contra la U.R.S.S.; al contrario el chekista Moses Rosenberg es confirmado en su cargo de secretario general adjunto de la Sociedad de Naciones.