Enésimo hilo de odio provinciano. Hoy: me cago en tu dialecto

Estoy muy feliz de que en Macao el gallego sea idioma ofícial ya que eso como español me otorga varios privilegios
 
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Respuesta a los datos: una fábula inventada que no prueba nada. Ovación para el artista :lol:
 
No es fábula es verdad y a mi me van a dar el carnet de identidad de Macao de la misma forma que se lo dan a los Portugueses

No hablaba por ti. Hablaba por el anormal que para intentar colar una mentira ha de apoyarla en una fábula inventada, el post que precede al tuyo, hablaba del tontolapolla, del triste, del resentido, del enano mental que intenta refutar los irrefutables números de hablantes y demás con una historieta que en absoluto puede ser tomada ni medio en serio. Tu post se ha colado entre el suyo y el mío.

De lo otro, me alegro.
 
No hablaba por ti. Hablaba por el anormal que para intentar colar una mentira ha de apoyarla en una fábula inventada, el post que precede al tuyo, hablaba del tontolapolla, del triste, del resentido, del enano mental que intenta refutar los irrefutables números de hablantes y demás con una historieta que en absoluto puede ser tomada ni medio en serio. Tu post se ha colado entre el suyo y el mío.

De lo otro, me alegro.
No se lo que digo por que voy en un uber borrancho vuelta a casa.

Esta claro que en Macao hablan gallego y por lo tanto me corresponde los mismos privilegios que a los Portugueses a la hora de obtener mis derechos políticos.

El lunes voy a ir con lo afirmado en este hilo a que me den la paguita
 
Vidas paralelas: Xan de Valadouro.

Xan, nativo de la costa lucense, pero emigrado a la capital de provincia desde niño, tiene abuelos monolingües en gallego, ahí en el rural. Sus padres lo hablan entre sí, pero a él siempre le hablan en castellano. Tal vez para no estropear esa educación que le dan con grandes sacrificios en un colegio concertado que incumple sistemáticamente la cuota obligatoria de asignaturas en gallego sin que ningún inspector haga nada.

Xan no se plantea grandes cuestiones idiomáticas. Habla castellano en el colegio y con sus amigos, un día se le escapó una expresión gallega de sus padres y le cayó una buena mofa encima. Con ellos también castellano, con los abuelos, si no lo oye nadie, se arranca un poquito con el gallego. Y con la gente de su lugar de origen, aunque a veces ve sonrisas cuando le oyen colocar los pronombres. Un par de veces visita Portugal: el mal gallego cortocircuita con el mal español de los portugueses fronterizos y la experiencia no es buena.

Xan tiene inquietudes, le gustan las humanidades y lo mandan a estudiar a Compostela. Allí descubre algo curioso: hay un mundo urbano, de estudiantes, profesores y gente culta, que habla gallego, que no cambia en función del interlocutor y no se deja intimidar con chanzas prepotentes ni chascarrillos. Poco a poco, ese fermento ancestral, esa levadura idiomática de una larga cadena de antepasados de la que él parecía el último eslabón roto, empieza a formar un buen vino. Xan empieza a leer, a descubrir los escritores de su país, a viajar fines de semana para visitar castros, ermitas románicas, mámoas y fervenzas. Cuando vuelve a Lugo, empieza a usar gallego con todos, familia y amigos. Se sonroja ante las chanzas, pero no cede. Un mes después, no solo no se ríen de él, sino que cambian al gallego al responderle.

La historia parece cerrada, pero falta el mejor capítulo. Un día, paseando cerca del Parlamento Gallego, entra en la librería Couceiro. Se fija que, junto a títulos autóctonos, hay otros muchos en portugués. Tras mucho dudar, y pensando que está tirando el dinero, se lleva Os Maias, de Eça de Queiroz.

Se lee el tochaco casi de corrido. Una historia y prosa fascinantes. Después del primer capítulo, la extraña ortografía ya no le molesta y las palabras que no entiende van colocándose en su cajón de significado a base de contexto. Piensa en todos los tochos mierderos que tuvo que tragarse en clase de Lengua Española y le da la risa. A Eça lo siguen Castelo Branco, Jorge Amado, Pessoa (éste lo aburre un poco), Saramago, y muchos otros.

Por fin, en las vacaciones de su primer trabajo, se marca un viaje al Brasil. Va asustado, recuerda las historias de delincuencia, de incomunicación en Portugal. Al llegar se relaja: muchas zonas del sur del país tienen ambiente europeo, entiende perfectamente a todo el mundo, y cuando consigue la naturalidad de soltar la lengua, todos consideran que habla portugués, y le preguntan curiosamente donde aprendió esa variedad tan particular. Cuando vuela 4 horas desde São Paulo a Manaus, y otras tantas desde el norte del país a la ciudad carioca, comprende la inmensidad del lugar en donde se halla, y las mentiras y prejuicios acerca de la utilidad de ese idioma que siempre le presentaron con utilidad no mucho mayor que la de hablar con las vacas. Lee prensa, va al cine, a espectáculos, liga con monas, y pega la hebra con todos, y a todos entiende y le entienden.

Xan vuelve a casa, feliz y transformado. No pierde medio segundo oyendo tonterías acerca de su idioma dichas por paletos y tertulianos de toda laya. Ya sabe donde puede llegar, donde están esos límites que tan cuidadosamente le ocultaron bajo un ramaje de burlas, mesetarismo, odio e ignorancia. Cuando regresa a Portugal, la experiencia es mucho mejor. Y en unas vacaciones futuras descubre que también puede hablar el idioma de sus abuelos bajo los cielos de África, mientras comparte unas cervezas con los pescadores locales a la caída de la tarde.
 
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Vidas paralelas: Xan de Valadouro.

Xan, nativo de la costa lucense, pero emigrado a la capital de provincia desde niño, tiene abuelos monolingües en gallego, ahí en el rural. Sus padres lo hablan entre sí, pero a él siempre le hablan en castellano. Tal vez para no estropear esa educación que le dan con grandes sacrificios en un colegio concertado que incumple sistemáticamente la cuota obligatoria de asignaturas en gallego sin que ningún inspector haga nada.

Xan no se plantea grandes cuestiones idiomáticas. Habla castellano en el colegio y con sus amigos, un día se le escapó una expresión gallega de sus padres y le cayó una buena mofa encima. Con ellos también castellano, con los abuelos, si no lo oye nadie, se arranca un poquito con el gallego. Y con la gente de su lugar de origen, aunque a veces ve sonrisas cuando le oyen colocar los pronombres. Un par de veces visita Portugal: el mal gallego cortocircuita con el mal español de los portugueses fronterizos y la experiencia no es buena.

Xan tiene inquietudes, le gustan las humanidades y lo mandan a estudiar a Compostela. Allí descubre algo curioso: hay un mundo urbano, de estudiantes, profesores y gente culta, que habla gallego, que no cambia en función del interlocutor y no se deja intimidar con chanzas prepotentes ni chascarrillos. Poco a poco, ese fermento ancestral, esa levadura idiomática de una larga cadena de antepasados de la que él parecía el último eslabón roto, empieza a formar un buen vino. Xan empieza a leer, a descubrir los escritores de su país, a viajar fines de semana para visitar castros, ermitas románicas, mámoas y fervenzas. Cuando vuelve a Lugo, empieza a usar gallego con todos, familia y amigos. Se sonroja ante las chanzas, pero no cede. Un mes después, no solo no se ríen de él, sino que cambian al gallego al responderle.

La historia parece cerrada, pero falta el mejor capítulo. Un día, paseando cerca del Parlamento Gallego, entra en la librería Couceiro. Se fija que, junto a títulos autóctonos, hay otros muchos en portugués. Tras mucho dudar, y pensando que está tirando el dinero, se lleva Os Maias, de Eça de Queiroz.

Se lee el tochaco casi de corrido. Una historia y prosa fascinantes. Después del primer capítulo, la extraña ortografía ya no le molesta y las palabras que no entiende van colocándose en su cajón de significado a base de contexto. Piensa en todos los tochos mierderos que tuvo que tragarse en clase de Lengua Española y le da la risa. A Eça lo siguen Castelo Branco, Jorge Amado, Pessoa (éste lo aburre un poco), Saramago, y muchos otros.

Por fin, en las vacaciones de su primer trabajo, se marca un viaje al Brasil. Va asustado, recuerda las historias de delincuencia, de incomunicación en Portugal. Al llegar se relaja: muchas zonas del sur del país tienen ambiente europeo, entiende perfectamente a todo el mundo, y cuando consigue la naturalidad de soltar la lengua, todos consideran que habla portugués, y le preguntan curiosamente donde aprendió esa variedad tan particular. Cuando vuela 4 horas desde São Paulo a Manaus, y otras tantas desde el norte del país a la ciudad carioca, comprende la inmensidad del lugar en donde se halla, y las mentiras y prejuicios acerca de la utilidad de ese idioma que siempre le presentaron con utilidad no mucho mayor que la de hablar con las vacas. Lee prensa, va al cine, a espectáculos, liga con monas, y pega la hebra con todos, y a todos entiende y le entienden.

Xan vuelve a casa, feliz y transformado. No pierde medio segundo oyendo tonterías acerca de su idioma dichas por paletos y tertulianos de toda laya. Ya sabe donde puede llegar, donde están esos límites que tan cuidadosamente le ocultaron bajo un ramaje de burlas, mesetarismo, odio e ignorancia. Cuando regresa a Portugal, la experiencia es mucho mejor. Y en unas vacaciones futuras descubre que también puede hablar el idioma de sus abuelos bajo los cielos de África, mientras comparte unas cervezas con los pescadores locales a la caída de la tarde.

The Office Laughing GIF
 
Aquí un ejemplo inventado de un madrileño que muy mal todo; aquí un ejemplo inventado de un gallego que muy bien todo.

Gallego y portugués > español. Demostrado.

No se puede ser más mamarracho.
 
Y van tres:

John Aberdeen es un nativo de Manchester que trabaja en el sector de metal. Cráneo enorme y pelado, faz rubicunda, bíceps tatuados como jamones, expresión hosca y propenso a la violencia. Casado con una inglesa promedio, lo horripilante de la experiencia estética no le impidió concebir un par de hijos de sorprendente buen aspecto.

El destino le hace un regalo a John, le regala una herramienta. Una herramienta idiomática, quizás la más potente que haya existido en la historia, incluso más que el latín: la lengua inglesa. Y nuestro buen amigo, a pesar de que dejó la escuela a los 16 años, la domina bastante bien.

Puede moverse por todo el mundo, en donde no es primer idioma lo será segundo, la mayor parte de estrenos de cine están en su idioma, la información de cualquier cosa en internet centuplica a la del idioma siguiente, los grandes escritores y pensadores de la cultura dominante...

Veamos cómo le saca jugo:

De jovencito viajaba por toda Europa sin necesidad de traductor. En los estadios de fútbol rompía cráneos (o le partían el suyo), disfrutaba de un ambiente de cánticos, banderolas y cervecerías. En verano, acababa vomitando por las esquinas y semiviolando irlandesas borrachas en un lugar llamado Magaluf, donde con grandísimos esfuerzos se volvió bilingüe y aprendió a decir “por favoggh, otra sermesa”

No solo en los viajes, el resto del acervo cultural también lo disfrutó como un gorrino en un charco. Una vez, pasando el resacón el la playa de Los Cristianos, robó en la toalla de al lado un best seller de tapas con muchos colores, de un tal Dan Nosecuantos, y fue capaz de leer tres páginas y consolidar una sólida experiencia lectora. Ahora ya podría discutir con su amigo James, que estaba apampanado desde que se casó con la profesora y que se atrevió a discutirle un día no sé que hostias de Starbucks, que el tío bobo decía que no era una franquicia de café, sino no sé qué hostias de una ballena blanca.

Y también hizo sus pinitos en el teatro, como el día que vio un anuncio de la Royal Shakespeare Company, y allí que se fue, con su bandera y su litrona, y empezó a ver tipos trajeados y putas con vestidos de noche, y que no, que no se trataba de un derby futbolero.

Pasan los años y la jubilación se acerca. John sueña con ese destino dorado que su universalidad de idioma le permite: le esperan los 5 continentes, de bar en bar, de estadio en estadio, de playa guiri a playa guiri, de bocateria en bocatería, de bufet en bufet y tiro por que me toca. Ventajas de nacer en el corazón del Imperio, con los espíritus de Marlowe, de Samuel Johnson, Huxley y Bertrand Russell alimentándole el alma.
 
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Hostia, macho.

Además, es que da igual el eje de la discusión, que el tipo tiene una página en blanco preparada para escribir una nueva e irrefutable verdad.

Qué vida tremenda, qué sufrimiento constante.
 
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Y van tres:

John Aberdeen es un nativo de Manchester que trabaja en el sector de metal. Cráneo enorme y pelado, faz rubicunda, bíceps tatuados como jamones, expresión hosca y propenso a la violencia. Casado con una inglesa promedio, lo horripilante de la experiencia estética no le impidió concebir un par de hijos de sorprendente buen aspecto.

El destino le hace un regalo a John, le regala una herramienta. Una herramienta idiomática, quizás la más potente que haya existido en la historia, incluso más que el latín: la lengua inglesa. Y nuestro buen amigo, a pesar de que dejó la escuela a los 16 años, la domina bastante bien.

Puede moverse por todo el mundo, en donde no es primer idioma lo será segundo, la mayor parte de estrenos de cine están en su idioma, la información de cualquier cosa en internet centuplica a la del idioma siguiente, los grandes escritores y pensadores de la cultura dominante...

Veamos cómo le saca jugo:

De jovencito viajaba por toda Europa sin necesidad de traductor. En los estadios de fútbol rompía cráneos (o le partían el suyo), disfrutaba de un ambiente de cánticos, banderolas y cervecerías. En verano, acababa vomitando por las esquinas y semiviolando irlandesas borrachas en un lugar llamado Magaluf, donde con grandísimos esfuerzos se volvió bilingüe y aprendió a decir “por favoggh, otra sermesa”

No solo en los viajes, el resto del acervo cultural también lo disfrutó como un gorrino en un charco. Una vez, pasando el resacón el la playa de Los Cristianos, robó en la toalla de al lado un best seller de tapas con muchos colores, de un tal Dan Nosecuantos, y fue capaz de leer tres páginas y consolidar una sólida experiencia lectora. Ahora ya podría discutir con su amigo James, que estaba apampanado desde que se casó con la profesora y que se atrevió a discutirle un día no sé que hostias de Starbucks, que el tío bobo decía que no era una franquicia de café, sino no sé qué hostias de una ballena blanca.

Y también hizo sus pinitos en el teatro, como el día que vio un anuncio de la Royal Shakespeare Company, y allí que se fue, con su bandera y su litrona, y empezó a ver tipos trajeados y putas con vestidos de noche, y que no, que no se trataba de un derby futbolero.

Pasan los años y la jubilación se acerca. John sueña con ese destino dorado que su universalidad de idioma le permite: le esperan los 5 continentes, de bar en bar, de estadio en estadio, de playa guiri a playa guiri, de bocateria en bocatería, de bufet en bufet y tiro por que me toca. Ventajas de nacer en el corazón del Imperio, con los espíritus de Marlowe, de Samuel Johnson, Huxley y Bertrand Russell alimentándole el alma.
Y van cuatro:
Tío pestes que ya no sabe por donde salir y redescubre el costumbrismo de Mesonero Romanos, admirando su flamante reloj de los negros, mientras teclea y se dice a sí mismo: yo con este texto camelo hoy.
 
Y van cuatro:
Tío pestes que ya no sabe por donde salir y redescubre el costumbrismo de Mesonero Romanos, admirando su flamante reloj de los negros, mientras teclea y se dice a sí mismo: yo con este texto camelo hoy.
¿Otra vez el reloj, tío arrastrado?

Fíjese que brillo:

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Español:

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Portugués:
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Uno de esos puntos verdes debe ser Macao, sin duda.

Para entender un poco más sobre la importancia del Español frente al Portugués:

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Captura de pantalla 2020-10-31 a las 20.55.25.png


128,000 empleos ofertados en Linkedin para habla hispana VS. 2,800 para habla portuguesa.

Si nos queremos ir a algo más cualificado, como Ingenieros Industriales:

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La diferencia sigue siendo grande, sobre todo si tenemos en cuenta que 7 de los 8 puestos ofertados para habla portuguesa son de la misma empresa buscando un tío en distintas localidades.

Lo interesante de todo esto, y parece que a todo el mundo le pasa desapercibido, es que se han tenido que apropiar del portugués para poder mantener cierto nivel en esta conversación.
 
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Español:

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Portugués:
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Uno de esos puntos verdes debe ser Macao, sin duda.

Para entender un poco más sobre la importancia del Español frente al Portugués:

Ver el archivos adjunto 71659Ver el archivos adjunto 71661

128,000 empleos ofertados en Linkedin para habla hispana VS. 2,800 para habla portuguesa.

Si nos queremos ir a algo más cualificado, como Ingenieros Industriales:

Ver el archivos adjunto 71663Ver el archivos adjunto 71664

La diferencia sigue siendo grande, sobre todo si tenemos en cuenta que 7 de los 8 puestos ofertados para habla portuguesa son de la misma empresa buscando un tío en distintas localidades.

Lo interesante de todo esto, y parece que a todo el mundo le pasa desapercibido, es que se han tenido que apropiar del portugués para poder mantener cierto nivel en esta conversación.
Si no dices el artículo de la Constitución, no sirve. Porque el gallego es el que decide, porque sí es oficial y lo demás son balbuceos. Lo pongo sencillo:
.
-Si hablas gallego, te contratan en todos los puestos, porque conoces la única lengua común de toda Galicia, que sirve para ir a Brasil, a México, a Rhodesia, a Sri Lanka o a donde quieras.
-Si hablas español, como no es común, no te contratan.
El artículo, di el puto artículo, si no, nada.
 
Filipinas, Alaska, Marruecos, el Sahara, Francia y el Medio Oeste americano en el mapa del español. 🤣🤣🤣🤣. Insuperable. Chapen el hilo. Pero antes pongan a Madrid en el mapa del rumano.

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A cagar todos por ahí, que hay que apurar la copa antes de las 11.
 
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Si no dices el artículo de la Constitución, no sirve. Porque el gallego es el que decide, porque sí es oficial y lo demás son balbuceos. Lo pongo sencillo:
.
-Si hablas gallego, te contratan en todos los puestos, porque conoces la única lengua común de toda Galicia, que sirve para watchir a Brasil, a México, a Rhodesia, a Sri Lanka o a donde quieras.
-Si hablas español, como no es común, no te contratan.
El artículo, di el puto artículo, si no, nada.
“A decent man needs a decent watch”

Búsquese un reloj (y una vida) y deje de tocar el carallo con sus complejos.
 
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Vidas paralelas: Xan de Valadouro.

Xan, nativo de la costa lucense, pero emigrado a la capital de provincia desde niño, tiene abuelos monolingües en gallego, ahí en el rural. Sus padres lo hablan entre sí, pero a él siempre le hablan en castellano. Tal vez para no estropear esa educación que le dan con grandes sacrificios en un colegio concertado que incumple sistemáticamente la cuota obligatoria de asignaturas en gallego sin que ningún inspector haga nada.

Xan no se plantea grandes cuestiones idiomáticas. Habla castellano en el colegio y con sus amigos, un día se le escapó una expresión gallega de sus padres y le cayó una buena mofa encima. Con ellos también castellano, con los abuelos, si no lo oye nadie, se arranca un poquito con el gallego. Y con la gente de su lugar de origen, aunque a veces ve sonrisas cuando le oyen colocar los pronombres. Un par de veces visita Portugal: el mal gallego cortocircuita con el mal español de los portugueses fronterizos y la experiencia no es buena.

Xan tiene inquietudes, le gustan las humanidades y lo mandan a estudiar a Compostela. Allí descubre algo curioso: hay un mundo urbano, de estudiantes, profesores y gente culta, que habla gallego, que no cambia en función del interlocutor y no se deja intimidar con chanzas prepotentes ni chascarrillos. Poco a poco, ese fermento ancestral, esa levadura idiomática de una larga cadena de antepasados de la que él parecía el último eslabón roto, empieza a formar un buen vino. Xan empieza a leer, a descubrir los escritores de su país, a viajar fines de semana para visitar castros, ermitas románicas, mámoas y fervenzas. Cuando vuelve a Lugo, empieza a usar gallego con todos, familia y amigos. Se sonroja ante las chanzas, pero no cede. Un mes después, no solo no se ríen de él, sino que cambian al gallego al responderle.

La historia parece cerrada, pero falta el mejor capítulo. Un día, paseando cerca del Parlamento Gallego, entra en la librería Couceiro. Se fija que, junto a títulos autóctonos, hay otros muchos en portugués. Tras mucho dudar, y pensando que está tirando el dinero, se lleva Os Maias, de Eça de Queiroz.

Se lee el tochaco casi de corrido. Una historia y prosa fascinantes. Después del primer capítulo, la extraña ortografía ya no le molesta y las palabras que no entiende van colocándose en su cajón de significado a base de contexto. Piensa en todos los tochos mierderos que tuvo que tragarse en clase de Lengua Española y le da la risa. A Eça lo siguen Castelo Branco, Jorge Amado, Pessoa (éste lo aburre un poco), Saramago, y muchos otros.

Por fin, en las vacaciones de su primer trabajo, se marca un viaje al Brasil. Va asustado, recuerda las historias de delincuencia, de incomunicación en Portugal. Al llegar se relaja: muchas zonas del sur del país tienen ambiente europeo, entiende perfectamente a todo el mundo, y cuando consigue la naturalidad de soltar la lengua, todos consideran que habla portugués, y le preguntan curiosamente donde aprendió esa variedad tan particular. Cuando vuela 4 horas desde São Paulo a Manaus, y otras tantas desde el norte del país a la ciudad carioca, comprende la inmensidad del lugar en donde se halla, y las mentiras y prejuicios acerca de la utilidad de ese idioma que siempre le presentaron con utilidad no mucho mayor que la de hablar con las vacas. Lee prensa, va al cine, a espectáculos, liga con monas, y pega la hebra con todos, y a todos entiende y le entienden.

Xan vuelve a casa, feliz y transformado. No pierde medio segundo oyendo tonterías acerca de su idioma dichas por paletos y tertulianos de toda laya. Ya sabe donde puede llegar, donde están esos límites que tan cuidadosamente le ocultaron bajo un ramaje de burlas, mesetarismo, odio e ignorancia. Cuando regresa a Portugal, la experiencia es mucho mejor. Y en unas vacaciones futuras descubre que también puede hablar el idioma de sus abuelos bajo los cielos de África, mientras comparte unas cervezas con los pescadores locales a la caída de la tarde.
Cuentános como se iban los muertos de hambre de tu tierra a Argentina y Venezuela a ver si comían caliente hablando en portugués, lixenxiado. Y así nos ha quedado esa fama de retrasados mentales para el resto por aquellos lares.
 
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Cuentános como se iban los muertos de hambre de tu tierra a Argentina y Venezuela a ver si comían caliente hablando en portugués, lixenxiado. Y así nos ha quedado esa fama de retrasados mentales para el resto por aquellos lares.
A estos el portugués no les sirvió de nada



Anda, si le llaman O Pepe, como en gallego.
 
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Si los números y la realidad no te gusta, invéntate un cuento para reforzar tus creencias. O tres.

Y si no, siempre puedes hacer de la excepción la regla.


Seguimos esperando refutación a los números. Con números, a ser posible. No con cuentos inventados ad hoc. No lo veremos, ya os lo digo.


Lo interesante de todo esto, y parece que a todo el mundo le pasa desapercibido, es que se han tenido que apropiar del portugués para poder mantener cierto nivel en esta conversación.

No, no ha pasado desapercibido. Ni eso ni el atronador silencio ante los irrefutables números que certifican la verdad de que el español le da sopitas con honda en todas las variables al portugués (porque del gallego ya ni hablamos) no ha pasado desapercibido.
 
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