Cuando era pobre y hacía sólo un trimestre que estaba en España, tuve que compartir piso con otros sudacas. La higiene personal de todo sudamericano deja bastante que desear, pero la de aquellos que, sumidos en una constante depresión por añorar su jungla, se dan a la bebida y al sexo con transexuales, acaba siendo paupérrima. En los cuatro meses que me vi obligado a vivir allí comencé a acostumbrarme a todo; a la película de grasa, cerveza y semen que se acumulaba sobre el suelo y que debía pisar descalzo porque no tenía dinero para comprarme zapatillas; a quedarme encerrado bajo llave en la habitación mientras mis padres recogían naranjas para que el alcohólico del cuarto de al lado no me hiciera daño; a los gritos de "no, por favor, pégame a mí, pero no al niño" que se oían por el patio de luces; también a las sesiones de sexo que los compañeros de piso compartían con putas y otros seres del inframundo en la sala de estar mientras yo intentaba ver los dibujos en la tele.
Uno acaba acostumbrándose a la miseria humana, incluso puede llegar a divertirse con ella tras desengañarse y asumir que la bondad no es inherente al hombre, sino todo lo contrario. Pero a lo que NO pude habituarme fue a las putas cucarachas.
Esos pequeños seres inmundos venidos del más pérfido de los infiernos me acosaban día y noche, haciendo de mi existencia algo más insoportable, si es que eso era posible.
Aún tengo pesadillas con aquella vez que, cascándomela en honor a mi preadolescencia y a punto de correrme, sentí como las patas peludas de una cucaracha me trepaban por los huevos hasta hacer cumbre en el glande e intentar meterse por la uretra. Debido al susto, intenté matarla a la fuerza, lo que tuvo como resultado un doloroso autopuñetazo en los huevos. El bicho, intentando huir espantado, se empantanó en el líquido preseminal que bañaba el extremo de mi miembro, y debido a la carente fuerza de rozamiento que caracteriza la superficie de cualquier fluido, por muchos rápidos y diminutos pasitos de insecto que intentaba dar el monstruito, no podía salir de allí. Como Dios es forero, la fricción rápida y constante de los pelillos de sus patas contra mi capullo tuvo como consecuencia una eyaculación de tal potencia que el chorro, además de impulsar a la cucaracha unos dos metros en el aire, la despedazó en cuatro o cinco partes (las conté luego), saliendo disparada toda esa mezcla biológica hasta la taza que contenía los últimos mililitros de leche y Colacao que quedaban en casa.
Tuve que bajar al Día% para poder merendar en condiciones.