deividi rebuznó:
Parece que la gente es incapaz de hacer algo si no lo hace en manada o acompañado.
Tampoco supone ningun problema comer solo...
Yo como solo
todos los días y asín jamás me pierdo ni medio detalle de
Los Simpson, cosa que es de agradecer. :D
Me gustan las comidas
ocasionales con amigos o familiares, más aún las cenas en las que corre el vino y jamón ibérico a raudales, pero por lo general no me gusta el hecho de verse uno obligado a mantener una
conversación en la comida de forma diaria.
Porque el
comer es una cosa muy seria, amigos, no obstante no se disfruta igual, sea un solomillo sea un vulgar plato de lentejas, haciéndolo
a solas, que concentras vista, olfato y gusto (incluso oído si la pitanza está demasiada fresca) en la degustación de tu plato, que verte
obligado a hablar, limpiarte con la servilletita antes de beber o escuchar tediosas historias de otro comensal por pura educación.
Lógicamente, hablo de las bondades de comer solo cuando lo haces
en tu casa, como es mi caso estos últimos tiempos, o si acaso en un lugar
tranquilo.
Comer a solas en un restaurante concurrido es
triste como el sentido del humor de Ramontxu García, y lo digo con pleno conocimiento de causa, puesto que el año pasado trabajaba en una obra en Rivas Vaciamadrid, uséase en el
quinto coño sideral, con la única compañía de dos peones rumanos.
A mi me pagaban la comida y, por muy bien que me llevase con ellos, no era lógico pedir hamburguesas de encargo para devorarlas en el cuchitril de los rumanos aunque con ello disfrutase de su alegre compañía y del cante jondo a chourizo del malo que impregnaba las paredes.
Razón por la cuala comía
solito todos los días
en el Restaurante del centro del pueblo, con un mesa para cuatro sólo para ocuparla yo, mi comida, y mi periódico MARCA abierto de par en par encima de la mesa, rodeado de mesas con overbooking de
currelas enmonados despachando ensaladillas rusas, profiteroles, licores de hierbas y chistes verdes a tocateja.
Muy extraña la sensación, sí.
Pero el caso es que al cabo de un tiempo me trasladaron a otra construcción, con dos técnicos de obra más, y a partir de entonces ya tenía
dos personas
para compartir mesa y mantel. Al comprobar horrorizado que el tema de pre, mesa y sobremesa consistía indefectiblemente en comentar los avatares de la jornada de la jodida obra, os aseguro que
eché de menos aquellos tiempos de autismo almorzal autoinfringido en que las cloquetas sabían mejor y los macarrones ni te cuento. :(