Las putas...
Una constante en los últimos 25 años de mi vida. Tal vez inversa a la constante de Hubble (haber estudiao): cuanto más cerca he estado de ellas, más rápido se ha alejado mi bienestar interior.
Hago memoria y el acúmulo de momentos sórdidos tiende al infinito: explanadas de grava esperando un taxi en las afueras, rotondas siniestras rodeadas de árboles, visitas a domicilio en las sombras de la noche, encuentros disimulados en el ascensor con familias respetables que sabían porque subía al quinto, camastros cutres en La Habana, mamadas playeras en Copacabana, pajas en las palmeras bajo las estrellas de Africa (sí, es cutre, aunque parezca glamouroso), sexo en callejones con olor a cañería reventada, felaciones inmigrantes en los cascotes de una obra inacabada, tríos con cocaína, putas ladronas, putas simpáticas, putas psicópatas, putas mentirosas, putas apresuradas.
Podría engañarme intentando convencerme de que se debió a mi timidez y falta de atractivo. Mentira: en la época en la que llegué a follarme cuatro tías a la semana sin pagar (directamente) seguía recurriendo a ellas: por puro vicio, por compulsión, por gula sexual (bueno, creo que se llama lujuria), por aburrimiento...
Nunca lo he disfrutado, más allá del goce carnal de unos cuantos minutos. Siempre me he sentido triste, derrotado, hipócrita, sucio, sin valor, después de recurrir a ellas. Pero nunca he sido capaz de dejarlo. Pienso en los miles de euros que de repente me caerían en las manos si me reembolsasen lo invertido en ellas y me da vértigo. Me imagino los simpáticos virus que portarían muchas y me tiemblan las manos por pura probabilidad estadística (aunque siempre he sido precavido). Puedo imaginarme una vida paralela limpia, sin sordideces, sin cutrerío, con relaciones sanas basadas en sentimientos recíprocos, y es como trasladarme a un inexistente Shangri-La, a un delirio por opio, a una realidad virtual de la que me arrancarán al acabarse las pilas de la maquinita, a un despertar luminoso de un mal sueño en el que seguiré viviendo mientras no me llame la Parca. Leo los foros de puteros y siento asco de sus participantes, por una errónea superioridad moral que me dice que no soy como ellos, que yo estoy ahí por error, que no me siento solidario con los otros, que ese no es mi mundo aunque las evidencias digan lo contrario...
No he sido putero de grupo, ni de locales públicos en general. Mi "afición" ha sido y sigue siendo solipsista, furtiva, oculta y discreta. Ni los amigos más próximos conocen mi historial, aunque intuyen cosas. Es como la marca del vampiro, la impronta de Caín, el cadáver en el armario, el número de la Bestia de alguien con buenos sentimientos que quiso ser respetable y no pudo.