Creo que el hombre es decididamente algo más proclive a la infidelidad, si bien la mujer aprovecha esa circunstancia para jugar con el victimismo emocional de la culpabilidad y aducir frases como "no acudas a esa cita con esa amiga que te ha llamado, porque me sentiría mal y no me gusta sentir celos sin motivos; no vayas.", mientras que la mujer es tal vez menos proclive a la infidelidad, si bien argumenta sibilinamente delante del hombre que "no tienes que preocuparte de que vea a ese hombre del que te he hablado; es amigo mío de toda la vida y jamás se me ocurriría engañarte con él; sólo voy a tomar un café y charlar de los viejos tiempos".
En mi vida he estado con muchas mujeres que tenían pareja, novio o estaban casadas y en ningún momento he apreciado en ellas sentido o sentimiento alguno de culpabilidad. Sus únicas preocupaciones eran, exclusivamente, que no las viese nadie conocido mientras estaban conmigo y buscar siempre lugares alejados poco concurridos, pero jamás remordimientos, culpabilidad, sensación de malestar o echarse atrás en el último momento porque debían respetar los lazos de fidelidad con sus respectivos.
Los hombres, menos atentos a esos detalles, hacemos lo mismo, pero sin tener tanto cuidado en mantener las formas, en ocultar las evidencias o en evitar darles publicidad. Así, se genera un sentido de la doble moral en la que parece que los hombres somos culpables de las infidelidades, porque ellas se dejan sólo arrastrar por las circunstancias evitando responsabilizarse de sus actos, cuando os digo con absoluta certeza que ellas son tan plenamente conscientes de lo que hacen como lo podemos ser nosotros. Incluso podría afirmar que un hombre se siente más culpable de engañar a su pareja que lo que pudiera sentir una mujer en sus mismas circunstancias, porque nosotros sí creemos ser artífices de nuestras propias acciones y de lo que hacemos, deseamos o tememos y jamás seríamos capaces de argumentar que nos hemos dejado arrastrar por el "torbellino de la vida".
Lo que ocurre luego, ya todos lo sabemos: los cuernos son algo tan común, que asombra ver que la gente aún no los tome por algo tan cotidiano como comer, respirar o dormir. Los hubo, los hay y los seguirá habiendo, porque siempre deseamos lo que no tenemos y despreciamos lo que ya tuvimos.