Max_Demian
Puta rata traicionera
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- 17 Jul 2005
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¿Donde estás, Mordisquitos?
Estoy aquí, contigo, con mi capita roja y mis adorables zapatitos amarillos.
:121
Once (o doce) upon a time...
Mi móvil empezó a sonar. No tenía el número en la agenda y por lo tanto no sabía quién era, pero aún así lo cogí. Era una compañera de clase del año pasado. La noté un poco extraña. Decía que quería irse conmigo a un albergue a pasar el fin de semana, que ella tenía coche. Decía que la habían internado pero que ya estaba mucho mejor. Ante su insistencia accedí a quedar al día siguiente con ella. No sabía lo que me esperaba.
Yo no estaba en un buen momento de ánimo. Estaba sumido en una profunda crisis, mi psiquiatra me había dado la baja laboral... pero fui a la cita. Habíamos quedado en Atocha. Ya era la hora y ella no aparecía. La llamé y me dijo que estaba en el tren, que llegaría en cinco minutos. Decidí esperarla mientras curioseaba por los puestos de libros y baratijas de la estación.
Al poco rató mi móvil sonó, era ella. ¿Dónde estás? En el hall principal de la estación. Entonces debemos estar cerca. ¡FRAN! ¡FRAAAAAN! Oía los gritos por el móvil y cerca de mí al mismo tiempo, lo cual me aterró. Ahí estaba ella, con una cresta (se había cortado la melena), gritando mi nombre y siendo el objeto de las miradas de todos los viajeros. Hola, hola... HOLA.
El día anterior había sido viernes, y había sido San Canuto en mi campus. Días más tarde mis compañeros me dijeron que ella había ido acompañada de su madre a la facultad. Me la pintaron subida en una mesa de la cafetería cantando y bailando mientras su madre le rogaba que bajase y se callase. Ahora era yo la madre.
Salimos de la estación y comenzó el espectáculo. Se topó con un extranjero en una parada de autobús y le tendió la mano mientras le daba las gracias por haber venido a España. El inmigrante, desconcertado, no sabía que hacer. ME la llevé de allí. A lo lejos había un coche patrulla. Comenzó a insultar a los agentes de un modo absurdo. Una chica que empujaba un carro con un bebé le mostró su simpatía mientras decía que no podían hacerle nada. Yo estaba aterrorizado.
En un momento de lucidez entablamos conversación... Al parecer había tenido una crisis aguda de no sé qué dolencia mental que la había trastornado hasta el punto de que habían tenido que ingresarla. Yo le dije que también sufría una enfermedad mental... y ella se alegró tanto que empezó a cantar... ESQUIZO, NEURÓTICA, ESQUIZO, NEURÓTICA... mientras me señalaba delante de todo el mundo. Hola, soy neurótica, y mi amigo es esquizo (me señalaba ante un desconocido atónito).
LA MÁS PUTAAAA... gritaba. En una esquina unos chavales vendían pases para entrar en Radical en horario de tarde. Se acercó a ellos y se presentó con sus desaforadas maneras. Yo no sabía qué hacer. El cabecilla del grupo me preguntó si éramos de un grupo de teatro alternativo. Yo, honestamente, le dije que no, que era una compañera de clase a la que hacía tiempo que no veía, que lo sentía y tal. ME dijo que me la llevara, que le espantaba la clientela. Accedí de buena gana.
Entre gritos y bailes llegamos a la cuesta de Moyano, donde había otra patrulla de nacionales. Se les acercó. Un nacional, mientras se montaba en el coche patrulla, le dijo que las ranas eran verdes y que el cielo era azul. Yo pensaba que se la iban a llevar, pero se fueron sin ella. Cerca había un chico rumano con una bici que entabló conversación con mi enemiga. Hasta un punto tal que sacó una ficha de chocolate dispuesto a hacerse unos porros con nosotros. Descomunal, lo que me faltaba.
Siguiendo nuestro rodeo a la ronda de Atocha llegamos por fin al Mc Donalds. Allí había una congregación de jóvenes que venían de botellón para entrar en el Radical. Ella hizo amigos y se perdió entre la turba de adolescentes borrachos y violentos. Entonces aproveché para irme silenciosamente, profundamente impresionado.
La dejé allí y no sé cómo llegó a su casa, ni qué hizo o dejó de hacer.
Años más tarde me la encontré en la universidad ya repuesta del choque mental que sufrió. Nunca mencionamos ese encuentro, nunca mencionó cómo la abandoné, cómo me fuí, como me lo hizo pasar mal ante medio Madrid.
Aún hoy sigo con la sensación de que aquella acción me trajo mal karma, a pesar de que hice lo que cualquiera hubiera hecho, incluso pensando que aguanté demasiado. De aquello sólo queda la anécdota, y con ustedes la comparto de la mejor manera que he sabido.

Estoy aquí, contigo, con mi capita roja y mis adorables zapatitos amarillos.
:121
Once (o doce) upon a time...
Mi móvil empezó a sonar. No tenía el número en la agenda y por lo tanto no sabía quién era, pero aún así lo cogí. Era una compañera de clase del año pasado. La noté un poco extraña. Decía que quería irse conmigo a un albergue a pasar el fin de semana, que ella tenía coche. Decía que la habían internado pero que ya estaba mucho mejor. Ante su insistencia accedí a quedar al día siguiente con ella. No sabía lo que me esperaba.
Yo no estaba en un buen momento de ánimo. Estaba sumido en una profunda crisis, mi psiquiatra me había dado la baja laboral... pero fui a la cita. Habíamos quedado en Atocha. Ya era la hora y ella no aparecía. La llamé y me dijo que estaba en el tren, que llegaría en cinco minutos. Decidí esperarla mientras curioseaba por los puestos de libros y baratijas de la estación.
Al poco rató mi móvil sonó, era ella. ¿Dónde estás? En el hall principal de la estación. Entonces debemos estar cerca. ¡FRAN! ¡FRAAAAAN! Oía los gritos por el móvil y cerca de mí al mismo tiempo, lo cual me aterró. Ahí estaba ella, con una cresta (se había cortado la melena), gritando mi nombre y siendo el objeto de las miradas de todos los viajeros. Hola, hola... HOLA.
El día anterior había sido viernes, y había sido San Canuto en mi campus. Días más tarde mis compañeros me dijeron que ella había ido acompañada de su madre a la facultad. Me la pintaron subida en una mesa de la cafetería cantando y bailando mientras su madre le rogaba que bajase y se callase. Ahora era yo la madre.
Salimos de la estación y comenzó el espectáculo. Se topó con un extranjero en una parada de autobús y le tendió la mano mientras le daba las gracias por haber venido a España. El inmigrante, desconcertado, no sabía que hacer. ME la llevé de allí. A lo lejos había un coche patrulla. Comenzó a insultar a los agentes de un modo absurdo. Una chica que empujaba un carro con un bebé le mostró su simpatía mientras decía que no podían hacerle nada. Yo estaba aterrorizado.
En un momento de lucidez entablamos conversación... Al parecer había tenido una crisis aguda de no sé qué dolencia mental que la había trastornado hasta el punto de que habían tenido que ingresarla. Yo le dije que también sufría una enfermedad mental... y ella se alegró tanto que empezó a cantar... ESQUIZO, NEURÓTICA, ESQUIZO, NEURÓTICA... mientras me señalaba delante de todo el mundo. Hola, soy neurótica, y mi amigo es esquizo (me señalaba ante un desconocido atónito).
LA MÁS PUTAAAA... gritaba. En una esquina unos chavales vendían pases para entrar en Radical en horario de tarde. Se acercó a ellos y se presentó con sus desaforadas maneras. Yo no sabía qué hacer. El cabecilla del grupo me preguntó si éramos de un grupo de teatro alternativo. Yo, honestamente, le dije que no, que era una compañera de clase a la que hacía tiempo que no veía, que lo sentía y tal. ME dijo que me la llevara, que le espantaba la clientela. Accedí de buena gana.
Entre gritos y bailes llegamos a la cuesta de Moyano, donde había otra patrulla de nacionales. Se les acercó. Un nacional, mientras se montaba en el coche patrulla, le dijo que las ranas eran verdes y que el cielo era azul. Yo pensaba que se la iban a llevar, pero se fueron sin ella. Cerca había un chico rumano con una bici que entabló conversación con mi enemiga. Hasta un punto tal que sacó una ficha de chocolate dispuesto a hacerse unos porros con nosotros. Descomunal, lo que me faltaba.
Siguiendo nuestro rodeo a la ronda de Atocha llegamos por fin al Mc Donalds. Allí había una congregación de jóvenes que venían de botellón para entrar en el Radical. Ella hizo amigos y se perdió entre la turba de adolescentes borrachos y violentos. Entonces aproveché para irme silenciosamente, profundamente impresionado.
La dejé allí y no sé cómo llegó a su casa, ni qué hizo o dejó de hacer.
Años más tarde me la encontré en la universidad ya repuesta del choque mental que sufrió. Nunca mencionamos ese encuentro, nunca mencionó cómo la abandoné, cómo me fuí, como me lo hizo pasar mal ante medio Madrid.
Aún hoy sigo con la sensación de que aquella acción me trajo mal karma, a pesar de que hice lo que cualquiera hubiera hecho, incluso pensando que aguanté demasiado. De aquello sólo queda la anécdota, y con ustedes la comparto de la mejor manera que he sabido.