Nada, que como no les hacemos la ola a los inventores del fútbol-arte, nos hemos fanatizado. Ya tuvimos la mala educación de quitarles la Copa y de obligarles a exprimirse al máximo para ganar una Liga que en otras circunstancias la habrían ganado al final de la primera vuelta. Esta es nuestra obcecación, la radicalización de una hinchada que en lugar de venerar a técnicos como Pellegrini, un caballero que le hace el pasillo al Barça cuando tiene ocasión, preferimos a uno que muerde, que en un año ha pasado del 5-0 en el Camp Nou a pasarles por encima el domingo en el Bernabeú. Dos favores del Maligno les permitieron salvarse de un buen trasquilón, pero las sensaciones han dado un giro de 180º. Mourinho es un gilipollas, pero un gilipollas que funciona, y por eso hay que azuzar todo lo divino y lo humano contra él, no vaya a ser que el maravilloso país de Utopía donde viven los culés se vea violentado.
Como el fútbol es un deporte excesivamente permeable al azar, todavía hay un título en juego. La realidad y el futuro es esperanzadora para unos e inquietante para otros. Hay rival como no lo ha habido en los últimos tres años. Hay un equipo respondón, que no deja espacios, que no alinea a los suplentes, que no hace de palmeros y mete la pierna. Prefiero otro estilo para el Madrid, pero si el fútbol se ha convertido en una competición de rondos, en un deporte de malabarista y artistas del esgrima, yo me bajo. Me gusta el talento, pero también la virilidad, la hombría, la casta, los cojones por delante. El Madrid de Capello que le ganó una Liga a Barça con Higuaín de estrella estaba varios escalones por detrás en talento, pero ha sido uno de los equipos que más me ha hecho disfrutar. Entraba en trance, en un paroxismo maravilloso y se llevaba por delante lo que hiciera falta. Eso también era fútbol, joder, fútbol de 10.000 kilates.
A este nivel de sectarismo y pollas flojas hemos llegados a llamar violencia a hacer oposición. A llamar antifútbol a no hacer la ola y aplaudir embelesados como adolescentes delante del póster de Bieber. Unos meten la pierna y otros hacen teatro. Cada uno juega sus cartas y favores los árbitos no nos hacen nin uno. A unos les sancionan por provocar una amarilla (Casillas y Ramos) y a otros no (Iniesta). Un ejemplo entre muchos de que cuando el Madrid la hace, la paga.