50 de 700, no está mal... Cómo se pone el personal por nada (copypaste, que es de pago y sé que andan ustedes tiesos como el rabo de un quinceañero):
LAS IDEAS - Los intelectuales y el totalitarismo
La represión cultural bajo el comunismo
El socialismo totalitario ha sido la más eficaz maquinaria de aniquilar artistas e intelectuales en el mundo. Un libro excepcional recorre esta geografía del terror
01/12/2023 01:28
Al director ruso
Vsevolod Meyerhold primero le cerraron el teatro, después le arrestaron y torturaron en la Lubianka durante meses y le rompieron el brazo izquierdo, pero no el derecho para que pudiera firmar su "confesión" antes de ser ajusticiado. A la poeta china
Lin Zhao la recluyeron en la funesta prisión de Shanghái donde, privada de tinta y pluma, escribía versos con su propia sangre. Dos días después de su ejecución, la policía se presentó en casa de su familia para cobrar el medio yuan que había costado la bala. A lo largo del siglo XX, en la URSS, en China, en la Europa velada por el Telón de Acero o en el Caribe castrista,
el comunismo se alzó como la más eficaz máquina de matar escritores y artistas que ha conocido la humanidad. Y todo ocurrió mientras en el Occidente libre otros escritores y artistas justificaban las persecuciones de sus compañeros de letras en aras de la consecución del socialismo.
Cuando, a principios de los 90, el periodista
Manuel Florentín investigaba el auge de los movimientos de extrema derecha, le sorprendió descubrir la abundante bibliografía crítica publicada sobre los fascismos históricos y sus víctimas y la muy inferior cantidad de títulos sobre los damnificados por los regímenes comunistas. Comenzó entonces una investigación que, tres décadas después, ha logrado concluir con una obra absolutamente inédita en la historiografía internacional:
Escritores y artistas bajo el comunismo: censura, represión y muerte (Arzalia, 2023).
"El objetivo de este libro", explica Florentín, "es contar la historia del comunismo a través de las vidas y obras de novelistas, dramaturgos, periodistas, pensadores, pintores, músicos, cineastas, escritores y artistas en general que defendieron su derecho a escribir, a informar y a crear sus obras de arte libremente.
Que defendieron la libertad de expresión y de creación en los países comunistas. Que defendieron la democracia y un verdadero socialismo igualitario frente a los sistemas jerárquicos y dictatoriales, frente al socialismo totalitario y los privilegios y abusos de poder de sus clases dirigentes. Y lo que sufrieron por ello: censura, prohibición de publicar, escenificar o exponer sus obras. Sin olvidar la pérdida de sus empleos, casas... y, en muchas ocasiones,
la cárcel, la tortura, los campos de concentración, el exilio y la muerte".
UN ARTE SUMISO
El Partido no se equivocaba jamás, como ironizó
Arthur Koestler en
El cero y el infinito, su implacable relato de los Procesos de Moscú. Los regímenes comunistas se caracterizaron desde el primer momento por mostrarse completamente refractarios a la más mínima disidencia ideológica y también estética. Sólo un arte sumiso y aplicado a reflejar los burdos patrones del realismo socialista podía salvar a unos creadores atenazados por el miedo. Y a veces tampoco resultaba suficiente. De los 700 escritores que participaron en el
I Congreso de la Unión de Escritores de la URSS en 1934, solo sobrevivieron 50 para ver el segundo en 1954. El historiador
Vitali Chentalisnki registró a finales de los 80 unos 3.000 escritores represaliados bajo el comunismo, de los que 2.000 fueron ejecutados o murieron en el
Gulag. Un chiste tétrico circulaba en los años de plomo del estalinismo. Un preso pide un libro a la biblioteca de la prisión y le contestan: "No tenemos el libro, pero tenemos aquí al autor".
ESCRITORES Y ARTISTAS BAJO EL COMUNISMO
MANUEL FLORENTÍN
Prólogo de Antonio Elorza. Arzalia. 896 páginas. 34,90 euros.
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"En los decenios de 1930 y 1940, el régimen producía viudas de escritores con tal eficiencia que, a mediados del decenio de 1960 había las suficientes para organizar un sindicato", escribió
Joseph Brodsky en 1981, en homenaje a
Nadiezha Mandelstam. Conocemos en estas páginas su triste historia y la de su marido
Osip, fallecido durante su traslado al campo de Kolyma. También la peripecia dramática de
Anna Ajmátova, que perdió a dos maridos y vio encarcelado una década a su hijo por ser vástago de dos poetas disidentes. O los infortunios de
Isaak Bábel,
Marina Tsivietáieva,
Mijaíl Bulgakov,
Evgeni Zamiatin,
Andréi Platonov o
Vasili Grossman. Para los ingenieros del alma humana del Politburó, todo intelectual era por principio sospechoso.
Occidente supo de los campos de concentración soviéticos casi desde los inicios de su expansión bajo
Lenin. Pero con la publicación en 1973 de
Archipiélago Gulag, de
Aleksandr Solzhenitsyn, ya nadie pudo hacerse el distraído ante la descripción del gigantesco sistema concentracionario diseminado desde el estrecho de Bering al Bósforo, "un sorprendente país casi invisible, casi impalpable, poblado por la estirpe de los
zeks [prisioneros]".
Otro superviviente de "la tierra de la muerte blanca",
Varlam Shalámov, plasmaría en sus memorables
Relatos de Kolymá (1978) los veinte años de extenuantes trabajos forzados que sufrió en el Círculo Polar Ártico. Otros testimonios brutales del totalitarismo soviético fueron los de los excomunistas
Victor Serge -
Medianoche en el siglo- y el español
Valentín González, el Campesino, histórico general republicano en la guerra civil que tras huir a la URSS acabó dando con sus huesos en el Gulag. En
Yo escogí la esclavitud sentenciaría: "Lo que recibe el nombre de comunismo no es otra cosa que un fascismo con bandera roja".
PEKÍN, LA HABANA, BERLÍN
Lenin inventó el Terror en Rusia, pese a los esfuerzos inútiles por absolverle y culpar solo a
su aplicado alumno Stalin, y su modelo dictatorial de economía dirigida, policía política, delaciones, persecuciones y campos de concentración fue luego exportado a todo el mundo. Florentín recorre en su libro la búsqueda y captura de escritores en las exrepúblicas soviéticas y en los países de la Europa del Este que desplegaron durante la Guerra Fría todo un arsenal de crueldad y paranoia.
Vidas rotas entre la persecución y el exilio como las del húngaro
Sándor Márai, el albanés
Ismaíl Kadaré, el polaco
Adam Michnik, el berlinés
Wolf Biermann o los checoslovacos
Bohumil Hrabal y
Milan Kundera, quien se enfrentó con humor al horror. Como en ese episodio de
La fiesta de la insignificancia (2014), en el que los asistentes a un discurso de Stalin no saben si reír o no: equivocarse puede costarles la vida.
Ningún régimen comunista apiló tantos cadáveres como
la China de Mao Zedong. Si la URSS anotó unos 20 millones de víctimas en el haber de
El Libro Negro del Comunismo, el gigante asiático llegaría a sobrepasar los
70 millones. El momento crítico para hombres y mujeres de letras fue la locura colectiva que conocemos como
Revolución Cultural. Ocurrió a finales de los 60, cuando un Gran Timonel cuestionado en el poder espoleó a hordas de jóvenes encuadrados en los
Guardias Rojos para que asesinaran a sus propios profesores. Ya conocimos el destino de la poeta
Lin Zhao. La directora de teatro
Sun Weishi fue violada y torturada durante siete meses delante de su esposo hasta morir. Al ensayista
Yu Luoke le pegaron un tiro en la cabeza. Y a
Zhang Zhixin la decapitaron en prisión después de cortarle la laringe para que no pudiera lanzar proclamas.
Escritores y artistas bajo el comunismo dedica un capítulo completo a Cuba. La Revolución de 1959 encandiló a los intelectuales de la izquierda occidental, que viajaban en procesión a La Habana mientras
la dictadura de Castro reprimía a los suyos propios. El escritor
Guillermo Cabrera Infante marchó al exilio, como los poetas
Ángel Cuadra y
Ernesto Díaz. Finalmente la imagen del régimen se desmoronó con
el célebre caso de Heberto Padilla, escritor obligado a entonar la "autocrítica", humillación de la que nunca se recuperaría. Algunos entonces abandonaron su militancia castrista, como
Mario Vargas Llosa. Otros, como
Gabriel García Márquez o
Julio Cortázar, no.
LOS CÓMPLICES
"Preferimos equivocarnos con
Sartre que tener razón con
Aron y
Camus". Aquella fue una máxima famosa en los cafés parisinos de los años 50, donde comunistas y compañeros de viaje derrochaban su admiración por la patria del proletariado, pese a que había noticias más que suficientes ya sobre lo que verdaderamente ocurría allí. Salvo las heroicas excepciones citadas de
Albert Camus y Raymond Aron que denunciaron, sin renunciar a su progresismo, el totalitarismo comunista, la intelectualidad occidental exhibió una rendida admiración por la bandera roja y una ceguera pertinaz ante sus crímenes. El sovietólogo francés
Alain Besançon acuñó un diagnóstico certero: "amnesia del comunismo".
La izquierda europea no solo apoyaba sin remilgos a las dictaduras socialistas. Cuando alguien lograba escapar de allí y denunciarlo, como ocurrió con el lituano
Czesaw Miosz a su llegada a Francia, la sombra de la sospecha caía sobre él. Se trataba de un "traidor" vendido al capitalismo al que había que hacer el vacío. La filósofa gala
Elisabeth Fontenay confesó muchos años después con vergüenza cómo ella y sus amigos de la
gauche caviar se negaban a leer a Solzhenitsyn, y la escritora británica
Doris Lessing hacía otro tanto en
El cuaderno dorado al recordar cómo increpaban a quienes leían al "cabrón de Koestler".
Cifra y resumen de la ignominia, el escritor español
Juan Benet saludó así la visita del autor de
Archipiélago Gulag a España en 1976: "Yo creo firmemente que, mientras existan personas como Aleksandr Solzhenitsyn, los campos de concentración subsistirán y deben subsistir. Tal vez debería estar un poco mejor guardados, a fin de que personas como Solzhenitsyn no puedan salir de ellos".