¿Qué tal ayer, hijos de puta? Yo estaba rodeado por todos los flancos. Charos, funcivagos y algún rozajo guerracivilista trasnochado de los de manual.
Ya casi en los postres, mi sobrino me hizo la asistencia en forma de comentario jocoso y empezaron las hostilidades.
Todos lanzaron el arsenal de típicas soflamas de la leyenda zurda pero vuestro Troy, lejos de amilanarse, emuló al Generalísimo en la batalla de Biutz y, con datos, números y estadísticas sin trucar, acabó la contienda alzando la copa con una mano y haciendo el saludo romano con la otra mientras la concurrencia no podía sino admirar con cara de bobos e incluso aplaudir semejante demostración.
O eso recuerdo yo, no sé.