Estoy in love con un obrero de los de la reforma de mi edificio. Será de verle todos los días en el andamio, que el roce hace el cariño, o algún tipo de mecanismo de defensa para tolerar esta obra interminable. Ayer me llevé la grata sorpresa de que por su cuenta y riesgo ha arreglado una cosa de mi terraza sin decir ni pío, qué mono, algo que no le atañe. Me encanta lo grandote que es, lo trabajador, el acento serbio, la delicadeza en el trato, lo rudo de él. Le escucho hablar con otro y me gusta lo que cuenta, cómo me mira, todo. Ahora no quiero que se vaya. El gato está acojonado, eso sí, sólo sale si salgo yo. El estaba acostumbrado a palomas y gorriones y ahora ve dos gavilanes de 1.90 ahí merodeando por la barandilla a diario.