Con Casillas, Del Bosque ha ganado una Liga y una Champions, pero eso no parece que vaya a afectarle. El olvido llega al corazón como el sueño a los ojos. Casillas es un portero espléndido con un lunar: las salidas por alto. El problema es que en eso no mejora con el paso del tiempo. Contra lo que les ocurre a la mayoría de sus colegas, parece feliz cuando tiene terreno limpio por delante. Ahí se siente seguro y superior. Pero cuando hay acumulación de gente en el área no se mueve bien. Es como si los grandes atascos le nublaran la vista.
César es un portero de perfil menos brillante, pero Del Bosque ha acabado por encontrarle más fiable y se le nota. En las dos últimas pretemporadas ha puesto la titularidad en juego entre ambos, pese a que Casillas traía más derechos adquiridos. En ambas pretemporadas, el joven Iker estuvo mejor que César y finalmente salvó el puesto por eso. Pero la duda existe en el ánimo del entrenador, y se acrecienta cada mes que pasa sin que Casillas mejore en su único lunar: las salidas por alto. Falta por resolver el enigma de si ahora vuelve a ser una duda puntual.
Con su decisión, que parece tomada, Del Bosque sabe que corre un riesgo. Casillas, uno de los rostros del reciente boom de nuestro fútbol (otro es Tristán, que sí jugará) es muy querido por la afición, de modo que el relevo es impopular. Y llega en un momento muy solemne: el Día del Centenario, en la final de Copa y en año de Mundial. Pero esas no son cosas que un entrenador deba barajar. Como el capitán del barco, que come solo en su camarote, el entrenador debe decidir en soledad. Todos opinamos, pero sólo uno decide qué once deben jugar.