Junto al sistema de trincheras de su rival, el Barcelona contribuyó a su propia deconstrucción y puso de su parte para que el partido fuera, hasta la segunda parte de la prórroga, insufrible. Costaba reconocer al Barça imbatible y deslumbrante en ese equipo plano, lento, impreciso, débil en la presión y estático en el juego sin balón. Sólo Alves pareció siempre metido en el partido y con las pilas puestas. Los demás viajaron de las ráfagas de Henry (de más a menos) o Messi (de menos a más) a la absoluta desaparición. Fue el caso de Keita, de un Xavi completamente desdibujado y de un Ibrahimovic que firmó un partido para olvidar del que salió sustituido y con problemas físicos. Mientras jugó, estuvo lento y torpe, eligió siempre la peor opción y no acertó ni a crear juego ni a rematar lo poco que cayó en su zona de acción