Bueno, este post no va a quí exactamente porque la personita contra la que voy a arremeter no deja de ser un primor, pero, coño, tendré que desahogarme en algún lado y sé que aquí hay mucho amante del infortunio ajeno, así que allá voy:
Vivo en un piso compartido y hasta ahora he apechugado como una campeona. Ha sido todo un master de autocontrol para mí. Es ahora cuando las cosas empiezan a ir mejor y me veo ya casi sola, a punto de irme, de reinar en mis dominios sin intrusos, cuando me entra la impaciencia y no les soporto más.
Resulta que tengo una compañera americana muy entrañable y pesada a la vez. Hace tartas y te ofrece y tal, para lo cual tiene que venir a llamarte a la habitación cuando a ti no te apetece (esas veces que piensas "no te me acerques ni pa dejarme euros po'la glory DEJAME EN PAZ), pero ella llama con su carita redonda y sus complementos de mujercita especial coqueta-no puta, con su flor en el pelo, sus vestiditos, su sonrisa... hay que joderse y aguantar, no se le puede decir nada, yo por lo menos soy incapaz.
Pues resulta que este angel coñazo tiene un noviesito (andan los dos por los veintipocos) que también vive en madrid, en otro piso compartido (ella me dijo que quería seguir dating her boyfriend y no vivir con él) y duerme aquí todos los putos días. Es un encanto, si tuviera que elegir un plasta más que rondara por aquí entre un millón le elegiría a él, porque es adorable, apocado, educado, primoroso, débil, sensible y silencioso, pero me pone de tremenda mala leche que lo tenga ahí pegado como una lapa siempre. Me dan ganas de montarles un pollo, de llamarle a él mochilero, de exigirle que se haga fuerte en su puta casa y vayan a zanganear allí también y me dejen sola alguna vez ¡HOSTIA!
Los hombres con poca sangre, los pobrecitos, siempre me han inspirado una mezcla de ternura y agresividad terrible.
Ahí están ahora, ella, que pesa 75 kilazos de puro músculo y energía, porque no es gorda, es tanqueta, y él con sus escasos 60 y su carilla de pitiminí.