Cuando comenzó el confinamiento pensé en confitarme al rico superávit calórico en pos de una inveterada costumbre tan romántica como esclarecedora: me tocaría los cojones mancuernilmente hablando a la espera de que abrieran las guarderías de mayores donde voy a ver leggins.
Mas este propósito resultó imposible de cumplir por razones de filosofía montaraz: la cabra tira al monte. A tal punto que me vacié una habitación y empecé a llenarla de cachivaches de vigoréxico de polla vieja a razón de click guapalopiense. Mierda que veía, mierda que encargaba: discos, barras, cintas, estepes y hasta que ya no me aguanté mas y fui a la caza mayor, la joya de la corona que cualquier mierder musculoca precisaría como kit de superviviencia: la reina de las reinas: una jaula para hacer mamadas a mi vecino.
450 lereles se llamaba, pero es que era y es taaan bonita. Después de varias decenas de años de entreno no recordaba tanta emoción para empezar a comerle el rabo a mi vecino. No digo mas que me veía como al Azarías de los Santos Inocentes, solo que en vez de decir Milana bonita, piaba mi jaula bonita.
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Cierto es que entrenar en pijama, a mi ritmo, en tres metros cuadrados le alteran a uno mucho la geostrategia a la hora de inspirarte en el bamboleo nalgar de alguna hembra haciendo bodypump, o que voy a tener menos vida social que un forero sin foro, o que las mamadas a mi vecino pierden ese matiz tan varonil pero a la vez tan sensual, ese aliento en la nuca, ese acariciar de pechos mientras ambos pensamos “ Tu también lo sientes’, ya saben a qué tipo de mamadas me refiero:
Empero a cambio puedo poner una lavadora entre series, atender al de Amazon, quitarle la bandeja de la sentina al canario y propiciar momentos singulares de inventiva en orden a diversificar las microroturas musculares que propicien la tan ya exigua hipertrofia. Básicamente probar los ejercicios que me salga de las pelotas sin que venga el cuñao de turno a decirme que eso no sirve paná.
Son momentos en los que el sistema límbico a tope de dopamina toma el mando y el córtex ceLebraL, siempre cartesiano y nóstico se hace caquita en un rincón. Son momentos apropiados para recordar el endecasílabo por antonomasia que todo buen bilbaino se perpreta cada vez que respira. Tal que así: “ Nos ha jodío, a que no hay huevos?”.
La ocasión curiosamente no tuvo que ver con un festival de poesía sino con la realización de 100 jalones de tríceps en polea. Todo seguido, full power de bombeo. Y va: ….96, 97, 98, y 99, y 100..
Lo conseguí, sí. Solo un matiz, que se me olvidó que no lo estaba haciendo con un cable o cadena como es habitual en los gimnasios, sino que lo hice con gomas elásticas, de tal forma que cuando acabé la última repetición pude comprobar amablemente la capacidad retráctil de la goma, percutiendo sobre mi mandíbula la manilla de acero galvanizado de aquel invento mefistofélico. He aquí el arma arrojadiza:
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El dolor fue indescriptible, casi tanto como un forero escribiendo un post de una hora y no recibir siquiera un hijoputa. Fue una mixtura aproximativa entre vanguardia onírica y epilepsia. Me cagüiendios qué dolor. Mis vecinos no se aclararon si andaba de escandalera por exceso de güei protein caducada o llevaba superávit multiorgásmico.
Menos mal que con el bozal puesto no se me veía el bollo que me salió en la quijada. Parecía que me estaba comiendo un buen pollón del hombre invisible. Es que ni siquiera podía cerrar la boca. Era un puto facefucking andante. Pero bueno, no hay rosa sin espinas ni comerse un buen pollón está exento de riesgos.
Afortunadamente el Nolotil que guindé al aita y un jarabe para las aftas que me salieron por el estrés emocional del impacto ( eso me dijo la boticaria) me aliviaron paulatinamente. Pero a día de hoy el bostezo hipopotámico me es de imposible ejecución.
Desde luego las conexiones mentales no le tienen respeto a uno.
Pero a parte de estas minudencias, no he vuelto a pisar un gimlasio y con lo que me voy ahorrando en cuotas y putis , me sigo agenciando multimierdes ad hoc. Les voy a presentar mis últimas criaturitas que he adoptado. Les canto nanas antes de acostarlas y les arropo con sus mantitas de jelouquiti. Se llaman puta y reputa. Mas majas ellas:
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No sé cuanto aguantaré en esta tesitura, pero créanme si les pío que como mancuernero de pro, la felicidad es hacer peso muerto en calzoncillos y que se te vea un cojón en el agarre supino y aún así saberte dignamente heterosexual mientras tengo de fondo a Raffaella Carrá hipnotizándome a golpe de flequillo. Qué gimlasio supera eso???