Hay algunos episodios a mi juicio imprescindibles para incluir en el guión como aquél titulado
EL ÍDOLO: es en el que un cantante de moda (existía en la vida real, era rollo Iván o Pedro Marín, aunque ahora no recuerdo el nombre) denominado "Bruno", venía a llorarle a Chanquete que no le molaba que las niñas le idolatrasen, que él era un chico sencillo y bla bla.
En la nueva escena, Chanquete escucha paciente y venerable su relato. Como únicos testigos, su pequeña barca de pesca varada en la arena, una fogata y el anochecer. Cuando Bruno termina de hablar y pide consejo, Chanquete se levanta despacio pero majestuosamente, se abre la bragueta y saca un mostruoso rabo --del tamaño de Torrebruno aproximadamente-- y echa sobre el flipadísimo Bruno las redes de pesca. Le mete un congrio en la boca y, sujetándole la cabellera hacia atrás, comienza a encularlo atrozmente, echando espumarajos por la boca. Al llegar al éxtasis, Chanquete brama como cien ñúes albinos y se golpea el pecho haciendo llorar al fantasma de King Kong. Nadie en Nerja se atreve a encender la luz. Frasco musita una plegaria y Tito eyacula sobre un cromo de Kempes.
Cuando el viejo pescador recobra la apariencia humana, se da cuenta de que Bruno tiene los ojos vidriosos y que de su boca abierta cae una lengua marchita y gris. No queda rastro de placer en su rostro cerúleo. La cámara hace una elipsis para no enfocar el destrozado y chorreoso culo del cantante, que deja pequeña a la Puerta de Brandenburgo. Ha muerto reventado.
Tal vez el viejo pescador entendió mal el relato del joven ídolo. Tal vez, piensa, debería dejar de chutarse estramonio.
Chanquete se limpia el cipote en la cobriza cabellera Sunsilk de Bruno y arroja su cadáver a los peces.
Luego recoge las redes y se marcha a la Dorada a postear en el foro putalocura. Sobre la mesa, 20 gramos de crack. La noche será larga.