(...)"Este caso se repitió en otros muchos, y, naturalmente, muchos industriales y comerciantes se arruinaron. Al arruinarse, empezó a asomar el fantasma del paro obrero. Y las gentes sorprendidas pudieron asistir al paradójico fenómeno del hambre en medio de la superproducción. Todo ello debido a que, al retirar de la circulación la mitad de sus "promesas de pagar" el banquero había, simultáneamente, reducido en la mitad el poder de compra de sus conciudadanos. Nadie se podía explicar cómo había ocurrido aquél desastre. ¿Qué maldición había caído sobre la maravillosa prosperidad de Esperanza? El gobierno de la isla, perplejo, se volvió hacia el director del Banco. Este quiso convocar también al Consejo de Administración, Presidente incluido, pero el Jefe del gobierno no lo consideró necesario. "Es mejor hablar con Vd., que siempre puede darnos una respuesta válida".
"Pues bien, caballeros, lo que ha sucedido es una fenómeno bien conocido en otras latitudes: hemos incurrido en el imperdonable pecado económico de la sobreproducción. Hemos producido demasiadas mercancías".
A pesar de la formal prohibición del jefe del gobierno, el Ministro del Interior intervino: "¿Cómo diablos puede haber exceso de producción cuando la mitad de la población no puede comer ni vestirse decentemente? ¿Cómo puede Vd. decir esta estupidez?".
El jefe del gobierno intervino rápidamente, mientras fulminaba con la mirada a su impertinente Ministro. "Señores, no personalicemos el debate, busquemos soluciones".
"Podríamos embarcarnos en un vasto programa de trabajos públicos..." empezó a decir el Ministro de Obras Públicas, pero el presidente del gobierno denegó con la cabeza.,, ¿Cómo íbamos a pagar los materiales, el salario de los obreros y de los técnicos? Estamos endeudados con el banco. Y no podemos ni pensar en pedir un nuevo préstamo".
"Bueno; siempre podríamos aumentar los impuestos", apuntó el Ministro de Hacienda. El Ministro del Interior prorrumpió en sonora carcajada. Su jefe le miró torvamente. Se produjo un penoso silencio. Luego habló el Presidente del gobierno: "Si pedimos más impuestos a la gente, aún suponiendo que puedan pagarlo, lo único que conseguiremos será sacar más dinero de la circulación y aumentar la crisis. Vd. todo lo quiere arreglar pidiendo el dinero a los demás".
El banquero, entretanto, guardaba silencio discretamente. Todos se volvieron hacia él. Y tomó la palabra:
"Para mí está claro, señores, que ha habido un exceso de producción. También ha habido un exceso de gasto por parte del sector público. Vdes. han construido un enorme zoológico, una nueva universidad, un gran complejo deportivo. Eso son lujos, caballeros, ¡lujos! Todo eso está muy bien, si uno puede permitírselo. Y cuando las autoridades dan un tal ejemplo de despilfarro, es lógico que los ciudadanos de a pié pierdan la cabeza. Los hombres tienen la peligrosa manía de soñar despiertos. Construyen demasiadas casas, demasiadas fábricas, demasiados talleres; labran demasiados campos; crían demasiado ganado. Una gran masa de bienes es arrojada al mercado, sin que ninguno se pregunte dónde está el dinero necesario para comprar esas cosas deliciosas o para utilizar esos maravillosos servicios. ¿ Puede responderme alguno de Vdes.?".
El banquero miró en derredor suyo. Nadie le contestó. El Ministro del Interior se había levantado y, vuelto de espaldas a la reunión, miraba por la ventana. Sus hombros se agitaban como si se riera silenciosamente. Su presidente le miraba de refilón, nervioso y preocupado.
"Me dirijo a Vdes." -continuó Jerusalemsky- "como custodio de los ahorros de mis contemporáneos. Esos ahorros, ganados con el sudor de la frente de nuestros compatriotas esperancistas" -desde la ventana llegó, ahogado, el sonido de un vigoroso taco- "han sido confiados a mi cuidado. yo considero esa confianza como sagrada. Mi principal deber es hacia mis clientes. Pues bien: me opongo firmemente a que Vdes. sigan dilapidando u n dinero que no es suyo en más actividades locas, como pantanos, fábricas, museos y tractores. ¿De dónde van a sacar el capital necesario? Vdes. deberían saber que el capital es generado por el ahorro, el trabajo, y el ejercicio de la frugalidad y la honestidad. ¿Es que esos ahorros, que no son más que la previsión para la vejez de los esperancistas van a ser arriesgados en empresas locas? Caballeros: tengo otro plan que proponerles. Es el siguiente: también nosotros debemos ahorrar. Debemos reducir nuestros gastos a la mínima expresión. Debemos apretarnos el cinturón y así conseguiremos pagar los intereses de nuestra deuda".
Una interrupción se produjo. Desde la ventana, como un tiro, llegó la voz del Ministro del Interior. "Nuestra deuda a tí".
Pero el banquero no se enfadó por el tono mordaz de la voz del que parecía ser su enemigo personal.
"Ciertamente a mí, como custodio de los ahorros de mis compatriotas esperancistas. Y permítanme añadir, caballeros, que creo que los salarios en Esperanza son demasiado elevados y que en los servicios públicos hay demasiados empleados".
"Bueno ; tampoco vamos a quitar el pan de la boca de nuestros hijos. Al fin y al cabo, el pan existe y se pudre cada día por que nadie puede comprarlo... ".
"NADIE PUEDE ESCAPAR A LA LEY ECONÓMICA", tronó el banquero, que en esos trances parecía uno de esos adivinos del "best seller" que cuenta la historia de su pueblo, llamados profetas, los cuales predecían cosas que sucedían inexorablemente por la sencilla razón de que se ponían todos los medios para que sucedieran.
Los circunstantes miraban al banquero, sobrecogidos. "Sí, la ley económica. -continuó el profeta-. "La inexorable ley económica. Todos somos los siervos de esa ley económica. Sí, amigos míos, debemos sacrificarnos, apretarnos el cinturón...".
"Pero, ¿por qué debemos apretarnos el cinturón cuando sobra de todo?", pregunto el presidente.
"Por que hemos estado viviendo por encima de nuestros medios", fue la rápida respuesta. "¿Qué quiere Vd. decir con eso?"...
"El zoológico, la universidad, el complejo deportivo... "
"Pero los hemos construido. Están ahí. ¿Cómo puede ayudar al Banco ni a nadie le hecho de que no los utilicemos?".
"Pueden venderse".
"¿Quien cree Vd. que compraría una universidad, o un zoológico, o un complejo deportivo?".
"Yo les encontraría quien les compraría el terreno despilfarrado en tales obras. Naturalmente, como custodio de los ahorros de mis compatriotas esperancistas, cobraría una comisión bancaria por ello".
"Pero aún suponiendo que accediéramos a venderlos, sería a un precio ruinoso".
"Mi querido señor presidente del gobierno, el valor de algo es lo que se da a cambio de ello. Es una ley económica inmutable. Si vivimos por encima de nuestros medios, ¿cómo vamos a gozar de lujos que no podemos pagarnos?".
El Ministro del Interior no pudo contenerse más e intervino en la conversación en este punto.
"Yo digo que es ridículo apretarnos el cinturón precisamente cuando, con nuestro trabajo, hemos batido todos los récords de producción".
"Nuestra prosperidad era ficticia, mi querido señor Ministro".
"¿Ficticia? ¿qué es ficticio aquí? ¿Acaso el pan no es pan? ¿Acaso el cuero no es cuero? ¿Acaso la tela no es tela? Los tenemos. ¿Por qué no podemos consumirlos? Mire Vd. a los parados: ¿cómo puede Vd. decir que un pueblo está empobrecido cuando tiene a dos millones de señores con las manos en los bolsillos por que nadie les proporciona trabajo, mientras posee verdaderas masas de primeras materias? ¿Es que acaso un ejército es pobre cuando tiene abundantes reservas y el mejor y más moderno armamento? ¿Por qué no consumir lo que hemos producido? ¿Por qué no poner a nuestro pueblo a trabajar? yo sé la respuesta, y Vd. también la sabe. Es una iniquidad".
El banquero meneó, compasivamente, la cabeza.
"¿Y de dónde iba a salir el dinero? ¿qué dirían Vdes. si un día me trajeran al Banco un cheque y yo no tuviera medios para pagárselo? Piensen que yo podría crear promesas de pagar en cantidades ilimitadas, con un trazo de mi pluma. ¿Sería esto honesto? ¿Los aceptarían Vdes. como medio de pago? ¿Les gustaría saber que habían depositado los frutos de su frugalidad y trabajo, en tales papelotes? ¿Por qué son valiosas mis promesas de pagar? ¿Por qué puedo redimirlas en oro y plata, no es cierto?"
-"No. No lo es y Vd. lo sabe muy bien. Sólo una mínima fracción, u n diez por ciento como máximo lo es", volvió a interrumpir el Ministro del Interior.
Pero el banquero no le hizo caso. Y continuó: "Si Vdes. insisten en que vaya lanzando promesas de pagar que no pueden ser redimidas ¿qué sucederá? Los precios subirán por algún tiempo. Pero luego subirán los salarios. Esto, mis queridos señores, es lo que un banquero llama inflación".
Esta palabra llenó de terror a todos los ministros, menos al del Interior, que abandonó la reunión dando un portazo. Y se decidió seguir los consejos del banquero, dándole las gracias"
Joaquín Bochaca, La isla de la Esperanza, 1983