La inmensa mayoría de los presos, por no decir la totalidad de los que he conocido, tienen un pésimo concepto de la justicia. Se puede pensar que es lógico puesto que, como castigados, lo normal es que estén resentidos con quien los castiga.
Pero no es sólo el resentimiento lo que hace que los reclusos desconfíen de los jueces, incluso más aún de los abogados. La mayoría de los penados aceptan que han perdido y asumen su condena. No les parece mal que se los castigue por sus delitos, lo que demuestra que no es el resentimiento, o
no sólo el resentimiento, lo que les lleva a decir que la justicia no existe.
Según mi experiencia, si alguien sabe cómo funcionan los tribunales en este país son los reos. Si la justicia es lenta, son ellos los que lo padecen
con meses y hasta años de prisión preventiva; si es cara, son ellos los que pagan las consecuencias al no poder contratar abogados ilustres que los
defiendan o hacer frente al precio de la libertad bajo fianza; si se equivoca, son ellos los que cargan con sus errores; si no es igual para todos, quién lo
puede saber mejor que ellos, que ven, desde el otro lado de la reja, cómo los grandes sospechosos, los presuntos delincuentes de guante blanco, siguen en libertad e intrigando.
Los presos saben por experiencia que no es igual que les toque un juez que otro. El mismo delito puede ser sopesado de distinta manera, dependiendo de la dureza o la benevolencia, de la ideología incluso, del juez que lo juzgue.
No es sólo el resentimiento lo que hace que en las prisiones no se crea en la justicia. Hay algo más, y de ese algo es responsable la propia justicia. La justicia no siempre es infalible. A veces ni siquiera es justa. También los jueces se equivocan o exageran imponiendo penas desmesuradas con
relación al delito.
Es cierto que en la cárcel hay menos inocentes de los que en un momento dado se declaran inocentes, pero también los hay, víctimas de errores policiales y judiciales.
El caso nacional más evidente puede que sea el de Imanol Murúa Alberdi, un vasco residente en el País Vasco francés, donde vivía hacía años criando ocas y elaborando foie-gras. Llevaba una vida casi
bucólica en su caserío, como yo, cuando fue detenido y condenado por un error de identificación, como autor de cinco asesinatos que jamás cometió. Su único delito fue parecerse a un etarra que sí había cometido los atentados que a él le imputaban. Imanol continuaba en la cárcel pese a que todo el mundo, incluido el ministro de Justicia que le había ofrecido el indulto, estaba convencido de su inocencia.
Me encantaría saber la opinión del gran
@hitsfromthebong al respecto...
... o de otros leguleyos del foro.