Suso_VK
Batman amigo de las niñas
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- 3 Feb 2006
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(...) después de una tarde entera paseando por la zona comienza a aburrirse y a pensar demasiado en lo poco que tiene en que pensar.
Caminando por un paseo marítimo situado junto a un rompeolas huele el aroma inconfundible de los cigarros preparados por dos chavales de unos 15 años. Decide acercarse a preguntarles que se puede hacer por allí aparte de ver subir la marea. Los chicos que advierten que el tipo está ya algo cuajado deciden juguetear con él y entablan una conversación entre el colegueo y el vacile. Finalmente quedan con él en ese mismo sitio para ir por la noche a una especie de fiesta que tienen preparada.
Después de sestear un rato y sacar una camiseta limpia de la maleta baja a su cita, sin apenas arreglarse y con 20 euros en el bolsillo. Al llegar allí ya no son dos sino cuatro chicos y dos chicas las que le esperan. A los dos quinceañeros les acompañan un chaval algo más joven y uno algo mayor (de unos 14 y 17 años) y dos chicas, una de 14 y otra de 15. Oye los nombres pero solo consigue retener el del chaval que más habla y con el primero que entabló conversación. Los chicos son pequeños proyectos de hombres que disfrazan sus carencias con infladas de pecho y un tono de voz molestamente alto. Las chicas aun están lejos de dominar el arte de la sutileza, rápidamente adviertO que no quitan ojo al grupo de chavales pese a sus aires desinteresados. Comienzan a caminar hacia “la fiesta” en la playa en pleno atardecer. Delante las 2 niñas, agarradas del brazo comentan temas no menos insulsos que los de ellos, fascinados aun con el descubrimiento de los porros, pese a que algunos llevan varios años fumando. En este momento el protagonista comprende que es una pseudoregresión a su adolescencia y decide dejarse llevar.
Cuando llegan ya es casi de noche, la temperatura es agradable pero comienza a levantarse un viento frió que hace añorar las mangas largas. Mientras piensa en la chaqueta de porsiacaso se siente viejo al ver que los chicos ni se han percatado de las temperaturas. En la playa hay una especie de macrochiringuito al que el protagonista no calcula espacio para más de 40 personas pese a “tener” aforo de 100. Al entrar su nuevo amigo le abraza (con dificultad) por el cuello y le explica más o menos la distribución del local.
Sillones, cajas y sillas para las parejas y los porreros, una pista de cortejo con una iluminación retro conseguida gracias en parte a la falta de dinero, en parte a lo despacio que llegan las modas a algunas provincias. Una zona tranquila donde la gente intenta mantener conversaciones por encima del volumen de la música y finalmente la barra.
Hasta aquí todo era tolerable pero cuando vio la barra recordó lo que era el alcohol de 3ª división y los “2 minis 3 euros”.
Después de gorronear unos cuantos porros infames y sentirse cada vez más fuera de lugar decide ir a lo seguro, el alcohol, barato mercenario justiciero segador de autopercepciones. Ya puestos a viajar en el tiempo y con la esperanza de no levantarse más que con una leve cagalera opta, de entre todos los brebajes de la selecta carta por el más clásico de todos ellos: el calimocho hecho a base de un buen vino tinto peleón de 0,70 el litro y Cocacola.
-No nos queda coca! Tiene que ser con Pepsi!
Este es el punto de inflexión en el que decide rendirse a la obviedad y comprender que la noche será una mierda. Se apoya en la barra y comienza a beber oteando al gentío en busca de tías buenas en las que posar solapadamente su mirada. Poca cosa: 3 o 4 acompañadas, unas 8 o 10 que estarán buenas dentro de media década y una mayoría de niñas aun sin terminar de mielinizarse. Los minis pasan, el júbilo afloja y poco a poco la gente se sienta o se marcha. Ahora con la visión más despejada (o más turbia, según se mire) descubre lo que antes había pasado desapercibido en la “pista de baile”.
-joder que niñita, su puta madre.
En cuestión de segundos el sustantivo es sustituido por chica para evitar problemas con sus poco reflexionados (hasta entonces) valores morales. Su forma de vestir era acorde pero diferente, mucho menos ordinaria pero mucho más sugerente. Su forma de bailar era acorde pero diferente, mucho menos tosca pero mucho más sensual. Y su físico… su físico era acorde pero diferente también, mucho menos desarrollada que algunas pero mucho más guapa, exactamente a 7 años luz de cualquier otra.
Cuando se quiere dar cuenta lleva un rato mirándola. No sabe si lo ha notado pero rápidamente trata de fingir desinterés, se gira bruscamente y se entretiene en mirarse al espejo que hay frente a él y a examinar disimuladamente su aspecto físico. Se da cuenta de lo cutre que es su camiseta (chinotes y manchas por doquier) y de que su despeinado natural queda mucho peor que los despeinados artificiales de los demás que por allí pululan. De pronto ve como ella se acerca y sus conjeturas vuelan demasiado rápido como para poder cazarlas con tan pocas neuronas en pie.
-Un martini con limón.
Él la mira de reojo, ella lo mira desinteresada (ella lo hace mejor que él) y sin pensarlo mucho él le dedica una elaborada sonrisa de medio lado mientras vuelve a mirar al fondo profundamente. No consigue darse el aire de persona interesante con un oscuro secreto interior pero aun así obtiene una sonrisa de ella. De repente la noche ya no es tan mala. Y de nuevo se disparan sus conjeturas, tan rápidas que no tardan en alcanzar a las que salieron hace un párrafo.
Al cabo de un rato llega el fatídico momento en el que cortan la música y encienden las luces: tu pompa se explota, tus ojos apenas se adaptan a la luz, la música que te envolvía se apaga y de pronto puedes oír las “conversaciones” de la gente, balbuceos de borracho, gritos de sorpresa al ver a ciertas presas con un poco más de luz… y hay una idea que te aplasta el ánima como una losa:
-que frío ahora cuando salga y hasta que llegue. Su puta madre
Cuando se está marchando se despide de los 2 amigos iniciales (los únicos que quedan) y busca a la niña para verla de nuevo. No la encuentra. Cuando sale le parece verla marcharse en una moto (de 50cc, al menos me queda el consuelo de que yo puedo conducir un coche, aunque vaya solo en él). Aquí hay un lapso de tiempo de caminar con los ojos cerrados, centrado en torpes pensamientos y en lo rápido que se te enfría la piel. Al echar mano al bolsillo nota la calderilla. El alcohol de quinceañeros puede no ser tan malo si tenemos en cuenta la relación calidad/precio. Le quedan 7,50 maravillosos euros. Aquí va otro de esos lapsos. Nunca sabrá de qué habló esa noche con el taxista. Aquí va otro lapso... Y finalmente, uno de los grandes placeres de esta vida: el meterte en la cama después de “una noche de juerga” y entrar en calor al mismo tiempo que te relajas y te duermes. Si alguien ha hecho esto mismo pero con la chica en la cama que no lo cuente, para que los fracasados podamos seguir disfrutando del momento de descansar en soledad.
Caminando por un paseo marítimo situado junto a un rompeolas huele el aroma inconfundible de los cigarros preparados por dos chavales de unos 15 años. Decide acercarse a preguntarles que se puede hacer por allí aparte de ver subir la marea. Los chicos que advierten que el tipo está ya algo cuajado deciden juguetear con él y entablan una conversación entre el colegueo y el vacile. Finalmente quedan con él en ese mismo sitio para ir por la noche a una especie de fiesta que tienen preparada.
Después de sestear un rato y sacar una camiseta limpia de la maleta baja a su cita, sin apenas arreglarse y con 20 euros en el bolsillo. Al llegar allí ya no son dos sino cuatro chicos y dos chicas las que le esperan. A los dos quinceañeros les acompañan un chaval algo más joven y uno algo mayor (de unos 14 y 17 años) y dos chicas, una de 14 y otra de 15. Oye los nombres pero solo consigue retener el del chaval que más habla y con el primero que entabló conversación. Los chicos son pequeños proyectos de hombres que disfrazan sus carencias con infladas de pecho y un tono de voz molestamente alto. Las chicas aun están lejos de dominar el arte de la sutileza, rápidamente adviertO que no quitan ojo al grupo de chavales pese a sus aires desinteresados. Comienzan a caminar hacia “la fiesta” en la playa en pleno atardecer. Delante las 2 niñas, agarradas del brazo comentan temas no menos insulsos que los de ellos, fascinados aun con el descubrimiento de los porros, pese a que algunos llevan varios años fumando. En este momento el protagonista comprende que es una pseudoregresión a su adolescencia y decide dejarse llevar.
Cuando llegan ya es casi de noche, la temperatura es agradable pero comienza a levantarse un viento frió que hace añorar las mangas largas. Mientras piensa en la chaqueta de porsiacaso se siente viejo al ver que los chicos ni se han percatado de las temperaturas. En la playa hay una especie de macrochiringuito al que el protagonista no calcula espacio para más de 40 personas pese a “tener” aforo de 100. Al entrar su nuevo amigo le abraza (con dificultad) por el cuello y le explica más o menos la distribución del local.
Sillones, cajas y sillas para las parejas y los porreros, una pista de cortejo con una iluminación retro conseguida gracias en parte a la falta de dinero, en parte a lo despacio que llegan las modas a algunas provincias. Una zona tranquila donde la gente intenta mantener conversaciones por encima del volumen de la música y finalmente la barra.
Hasta aquí todo era tolerable pero cuando vio la barra recordó lo que era el alcohol de 3ª división y los “2 minis 3 euros”.
Después de gorronear unos cuantos porros infames y sentirse cada vez más fuera de lugar decide ir a lo seguro, el alcohol, barato mercenario justiciero segador de autopercepciones. Ya puestos a viajar en el tiempo y con la esperanza de no levantarse más que con una leve cagalera opta, de entre todos los brebajes de la selecta carta por el más clásico de todos ellos: el calimocho hecho a base de un buen vino tinto peleón de 0,70 el litro y Cocacola.
-No nos queda coca! Tiene que ser con Pepsi!
Este es el punto de inflexión en el que decide rendirse a la obviedad y comprender que la noche será una mierda. Se apoya en la barra y comienza a beber oteando al gentío en busca de tías buenas en las que posar solapadamente su mirada. Poca cosa: 3 o 4 acompañadas, unas 8 o 10 que estarán buenas dentro de media década y una mayoría de niñas aun sin terminar de mielinizarse. Los minis pasan, el júbilo afloja y poco a poco la gente se sienta o se marcha. Ahora con la visión más despejada (o más turbia, según se mire) descubre lo que antes había pasado desapercibido en la “pista de baile”.
-joder que niñita, su puta madre.
En cuestión de segundos el sustantivo es sustituido por chica para evitar problemas con sus poco reflexionados (hasta entonces) valores morales. Su forma de vestir era acorde pero diferente, mucho menos ordinaria pero mucho más sugerente. Su forma de bailar era acorde pero diferente, mucho menos tosca pero mucho más sensual. Y su físico… su físico era acorde pero diferente también, mucho menos desarrollada que algunas pero mucho más guapa, exactamente a 7 años luz de cualquier otra.
Cuando se quiere dar cuenta lleva un rato mirándola. No sabe si lo ha notado pero rápidamente trata de fingir desinterés, se gira bruscamente y se entretiene en mirarse al espejo que hay frente a él y a examinar disimuladamente su aspecto físico. Se da cuenta de lo cutre que es su camiseta (chinotes y manchas por doquier) y de que su despeinado natural queda mucho peor que los despeinados artificiales de los demás que por allí pululan. De pronto ve como ella se acerca y sus conjeturas vuelan demasiado rápido como para poder cazarlas con tan pocas neuronas en pie.
-Un martini con limón.
Él la mira de reojo, ella lo mira desinteresada (ella lo hace mejor que él) y sin pensarlo mucho él le dedica una elaborada sonrisa de medio lado mientras vuelve a mirar al fondo profundamente. No consigue darse el aire de persona interesante con un oscuro secreto interior pero aun así obtiene una sonrisa de ella. De repente la noche ya no es tan mala. Y de nuevo se disparan sus conjeturas, tan rápidas que no tardan en alcanzar a las que salieron hace un párrafo.
Al cabo de un rato llega el fatídico momento en el que cortan la música y encienden las luces: tu pompa se explota, tus ojos apenas se adaptan a la luz, la música que te envolvía se apaga y de pronto puedes oír las “conversaciones” de la gente, balbuceos de borracho, gritos de sorpresa al ver a ciertas presas con un poco más de luz… y hay una idea que te aplasta el ánima como una losa:
-que frío ahora cuando salga y hasta que llegue. Su puta madre
Cuando se está marchando se despide de los 2 amigos iniciales (los únicos que quedan) y busca a la niña para verla de nuevo. No la encuentra. Cuando sale le parece verla marcharse en una moto (de 50cc, al menos me queda el consuelo de que yo puedo conducir un coche, aunque vaya solo en él). Aquí hay un lapso de tiempo de caminar con los ojos cerrados, centrado en torpes pensamientos y en lo rápido que se te enfría la piel. Al echar mano al bolsillo nota la calderilla. El alcohol de quinceañeros puede no ser tan malo si tenemos en cuenta la relación calidad/precio. Le quedan 7,50 maravillosos euros. Aquí va otro de esos lapsos. Nunca sabrá de qué habló esa noche con el taxista. Aquí va otro lapso... Y finalmente, uno de los grandes placeres de esta vida: el meterte en la cama después de “una noche de juerga” y entrar en calor al mismo tiempo que te relajas y te duermes. Si alguien ha hecho esto mismo pero con la chica en la cama que no lo cuente, para que los fracasados podamos seguir disfrutando del momento de descansar en soledad.