Abogado conoce muy bien al personaje del que os voy a contar la historia. Todo se remonta a tercero de BUP, tal vez COU, uno de los últimos años en mi colegio (estaba estudiando en un privado-concertado de esos en los que puedes entrar párvulo y salir con la selectividad hecha).
Juan de Dios era el jefe de estudios de bachiller. Un hombre hecho a si mismo, con voz ridículamente nasal, calvo, delgado hasta el extremo y encasillado en un papel que él mismo se había creado. Como todos los acomplejados que acceden a un puesto de relativa autoridad, Juan de Dios se lo había creído hasta límites enfermizos, y había desarrollado una forma peculiar de moverse, y sobre todo de hablar, que no voy a negarlo, provocaba el mismo pavor intranquilo que se sufre cuando vez que alguien está apretando un globo cerca de tu cara. SAbes que la explosión no te va a hacer nada, pero entrecierras los ojos y pones extrañas muecas, porque te resulta desagradable.
Pues bien, este personajillo estéril y daltónico, entre otras bendiciones naturales, vino a clase un día a echarnos una buena bulla, porque en nuestro grupo (letras) se daban las mayores tropelías y abusos que jamás hubiese vivido el colegio. No le faltaba razón, pues tengo que reconocer que de mi promoción han salido más delincuentes y tirados que de la puta hell´s kitchen, pero las maneras, como siempre, le jugaron una mala pasada.
Había pasado ya más de media hora de interminable discurso, él, de pie, frente a la clase, se avergonzaba de nosotros y se preguntaba en voz alta que sería de nuestros futuros, de nuestras esperanzas. De pronto, una mosca empezó a revolotear cerca de su calva, jugueteando, ajena al lol que iba a desencadenar. Juan de Dios era un hombre de detalles estudiados, de poses para la posteridad, y no podía dejar pasar una oportunidad así. Alzó la mano derecha con el sigilo de un felino, y la puso por encima del hombro, a la altura de su oído.
"Esta mosca... va a morir".
Fue lo último que escuchamos de su boca esa mañana. Nadie se lo explica aún y casi nadie se atreve hoy día a sacar el tema, pero todos lo llevamos grabado a fuego, empollones y malotes, maricones y heteros, hijos del sistema y exiliados. Juan de Dios se propinó una auto-hostia en la cara a la velocidad de la luz, de tal forma que sus gafas salieron disparadas varios metros, para desintegrarse contra el cristal de la puerta de la clase. Todo el mundo se quedó en silencio durante unos instantes, sin poder comprender qué acababa de pasar, y de pronto se escuchó un estruendo, un golpe seco en el fondo y un grito de agonía. Nuestro compañero, Becerra, uno de los más alborotadores de la clase, se había caído hacia atrás con su silla, y yacía en el suelo, con las piernas hacia arriba, ahogándose de risa y presa de un ataque de lol infinito. La clase estalló, con unas risas que no eran tales, eran bramidos mongólicos de gente que estaba vomitando las tripas, eran alaridos de hienas después de ver el flying circus de los monty.
Aquel hombre nos perdió para siempre ese día. En lo que restó de curso, no volvió a intentar hacerse el duro. Al fin y al cabo, le quedaban dos clases más. Con la nuestra ya no podía.
Esta mosca va a mooouuuriiiiiiirrrr.....aaaaaahhh PLAAAAAAAAFFFFFFFF
dios bendito.