Juvenal
Clásico
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- 23 Ago 2004
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LAS MANOS DE LA VIOLINISTA
Los dedos de la violinista son largos, ágiles, flexibles. Ella tiene (...) años, es (...) y trabaja en (...), escribiendo sobre (...). Desde muy niña una de sus pasiones ha sido tocar el violín.
Ella es menuda, de breves pechos y de aspecto frágil, pero con sus caderas agotaría al mismo Hércules si se lo propusiera. Su cuerpo es alabastro; su cara, porcelana; tiene la sonrisa del perro de presa satisfecho por cobrar una pieza; tiene ojos saltones, que se esfuerzan en vano por ocultar la amargura; su mirada triste fundiría polos.
Cuando me mira, la sangre golpetea mis sienes, mi cara enrojece y mi cabeza se vuelve púrpura. Toca como los ángeles, es un demonio que ríe burlón a la luz de la luna. En su stradivarius particular ansié convertirme, del que ella extrajera las notas que gustase.
Hace años que la violinista se encerró en una torre de hielo. En ocasiones asoma su figura por la gélida balconada y la apoya en los carámbanos de la barandilla, en ocasiones sus manos tocan tan rápido que se vuelven invisibles. Las notas se alejan veloces por el aire, y su música atrae a muchos; todos quieren acceder al interior de la blanca atalaya y todos sucumben en la puerta, quemados por el sol y la nieve.
Golpeé sin éxito las jambas, las hojas de la entrada no cedieron un milímetro. Agoté todas las fuerzas en el intento, ya mis piernas no pueden sostenerme; yazgo desmoronado; se reflejan los rayos que me consumen en el yermo helado. El sopor paraliza mi cuerpo, se adueña de mí; pronto, arrullado por el violín, haré compañía a los otros.
Los dedos de la violinista son largos, ágiles, flexibles. Ella tiene (...) años, es (...) y trabaja en (...), escribiendo sobre (...). Desde muy niña una de sus pasiones ha sido tocar el violín.
Ella es menuda, de breves pechos y de aspecto frágil, pero con sus caderas agotaría al mismo Hércules si se lo propusiera. Su cuerpo es alabastro; su cara, porcelana; tiene la sonrisa del perro de presa satisfecho por cobrar una pieza; tiene ojos saltones, que se esfuerzan en vano por ocultar la amargura; su mirada triste fundiría polos.
Cuando me mira, la sangre golpetea mis sienes, mi cara enrojece y mi cabeza se vuelve púrpura. Toca como los ángeles, es un demonio que ríe burlón a la luz de la luna. En su stradivarius particular ansié convertirme, del que ella extrajera las notas que gustase.
Hace años que la violinista se encerró en una torre de hielo. En ocasiones asoma su figura por la gélida balconada y la apoya en los carámbanos de la barandilla, en ocasiones sus manos tocan tan rápido que se vuelven invisibles. Las notas se alejan veloces por el aire, y su música atrae a muchos; todos quieren acceder al interior de la blanca atalaya y todos sucumben en la puerta, quemados por el sol y la nieve.
Golpeé sin éxito las jambas, las hojas de la entrada no cedieron un milímetro. Agoté todas las fuerzas en el intento, ya mis piernas no pueden sostenerme; yazgo desmoronado; se reflejan los rayos que me consumen en el yermo helado. El sopor paraliza mi cuerpo, se adueña de mí; pronto, arrullado por el violín, haré compañía a los otros.