Bien, dejé a otra princesita (ésta, española) en el tintero de Tinder. Esto ocurrió antes de la pandemia.
Rubia de pelo ondulado, ojos azules, guapa con buen cuerpo, más baja que yo, de familia rica; había estudiado pollas en vinagre en una privada; no recuerdo ni su nombre, ni su empleo.
Quedamos, vamos a tomar algo; gélida como el hielo, actitud prepotente, condescendiente.
Borré su número, y a otra cosa; esto es, a otros perfiles, como todos. Porque tiene que haber química, buenas vibras, mierdas de ésas, al instante; también es cierto que, si alguien no nos entra por los ojos, no hay nada que hacer: ya sabéis, nos formamos la primera impresión (que es la que cuenta, según el tópico, y quizá), pero no hay paciencia para conocer un mínimo, hablar un rato, yo qué sé... Generación Whatsapp, peor aun que Tuita.
Dos semanas y pico después me llama un número desconocido, lo cojo, y la conversación transcurrió del siguiente tenor (cuasi)literal:
- Pérez: ¿Sí, dígame?
- ¿Pérez? ¿Es que no te acuerdas de mí? Soy Tal.
- Ah, perdona, es que había borrado tu número.
- ¿Y eso? [voz postural de mosqueo].
- Bueno, como no te gusté, borré tu número.
- ¿Que no me gustaste? ¡Vaya tontería! [nueva pose laríngea].
- Bueno, vale, ok, Nastasia Kinski. ¿Querías algo?
- ¡Claro! Quería quedar contigo ¿tienes planes esta noche? [sábado a las ocho].
- No.
- ¿Qué tal si vamos a tomar algo en un sitio que conozco por Ruzafa [zona guay hipergentrificada de Valencia].
- De acuerdo [habló mi soledad].
Fuímos a un sitio guay, de vinos con estanterías con veinte o treinta librotes con títulos de mierda, vistos por encima. Ya lo conocía: uno de ésos que hay a patadas en cualquier capital de provincias, como las librerías-cafeterías. ¿Quién coño va un sitio así a leer, si no es alguien que se sienta más solo que la una, a disimular su soledad posando de cultureta mientras se toma unos vinos? Más me valdría haber hecho eso que lo que ocurrió con la diosecilla.
¿Por qué quedó la princesa conmigo? Venía de estar con unas amigas. O sea: no le apetecía volver a casa tan pronto y llamó al primer capullo que se le ocurrió.
Había llevado una vez allí a su madre (¿?), quien le dijo: "Este sitio huele a lejía y a rojos"; de tal palo, tal sarmiento seco.
Algunas copas de vinos, picoteo y conversación banal después (a escote, faltaría), nos despedimos; en la calle, excitado por los taninos, la agarro por la cintura y le intento meter la lengua hasta el corvejón. Boca más cerrada que el cerebro de un skinhead.
- ¡Es que no sabes besar!
- ¡Anda y que te den! [mutis por el foro].
Demasiado bien educado fui, que no le añadí un ¡puta!
La soledad me llevó a tamaña estupidez. Pero ¿aprendí la lección? Unas cuantas quedadas después.
En fin, N.D.S.D.V.