Quién me iba a decir que acabaría encontrando el amor, y quién me iba a decir que acabaría aceptando su existencia precisamente el día de San Valentín, un día que nunca ha tenido nada de especial para mí y que siempre he despreciado.
Hasta ayer mismo, y desde que superé la niñez, pensaba que eso del amor era cosa de adolescentes y de gente mentalmente inmadura, veía completamente ilógico y ridículo que dos personas se comprometieran para toda la vida. Eso de que una persona que conoces un día casualmente sea tu media naranja y haya que ir con ella de la manita por las calle, comprarle cosas y todas esas cosas tan manidas en las películas cursis siempre me habían parecido gilipolleces indignas de una persona con mi nivel de conocimientos. Pues bien, hace cosa de un mes conocí en la parroquia en la que restauro obras de arte a una chica excepcional en estos tiempos de feminazismo y pagafantismo. Mi primer contacto con ella ocurrió un día que se me acercó mientras yo le corregía ciertos defectos provocados por el paso del tiempo a un querubín de escayola, defectos que afectaban a la zona genital de la figura. Ella se acercó con curiosidad y cuando vio la zona en la que estaba trabajando puso un gesto que delató cierto rubor, pero cuando vio que yo me reía con mi sonrisa mitad maléfica mitad infantil empezó a reír también. A continuación vino nuestra primera conversación, que fue algo así:
- Vaya, me has pillado tocándole los huevos al Cupido.
- Bueno... jejeje... no es Cupido, es el Arcángel Miguel.
- Aham, Miguel, mi primo se llama así.
- Jejeje...
No había visto una sonrisa tan cautivadora desde que me mandaron analizar al ángel sonriente de la catedral de Notre Dame y pude ver su famosa risita de cerca. Estuvimos hablando de arte más de media hora, lo cual fue una experiencia totalmente nueva para mí ya que hasta ese momento sólo había mantenido conversaciones sobre arte con gente de edad avanzada y aliento repelente. Aunque aquella conversación me dejó embelesado no le di demasiada importancia, no era más que otra chica guapa con cuyo recuerdo me masturbaría al llegar a casa y luego olvidaría fácilmente.
Pasó exactamente una semana y efectivamente la olvidé por completo. Aquel día el cura de la parroquia se había enfadado conmigo y me había llamado blasfemo por haberle pulido los testículos de un tamaño demasiado grande al angelito, yo intenté apaciguarle y convencerle de que todo había sido un error al medir y que lo remediaría rápidamente. No me creyó y además pensó que me estaba riendo de él.
Me fui con cierto enfado (por temor a que el cura le hablara mal de mí a mi jefe) a un bar cercano a tomarme un lacao. Allí una mujer de unos treinta años intentó flirtear conmigo haciendo alusión a mi aspecto aniñado y al hecho de que hubiese pedido un lacao, luego me pidió fuego y yo le saqué mi mechero con forma fálica que le puse en la boca para encenderle el cigarrillo. Por lo visto le sentó mal y me dijo que los jóvenes de hoy no sabían abordar a las mujeres, lo cual provocó mi ira y le contesté:
- ¿Has pensado que igual no se trata de que os abordemos de forma incorrecta sino de que vosotras no merecéis la pena y por eso os tratamos de la misma manera que tratamos a cualquier tío al que nos acabamos de encontrar en un bar?, ¿qué te hace pensar que yo estaba ligando contigo?, yo nunca intento ligar o seducir a ninguna mujer, espero a que ellas me seduzcan a mí, y además soy muy exigente y tú de momento no vas por el buen camino.
No sé qué me dijo mientras yo me descojonaba en complicidad con el dueño del bar, creo que hijo de puta e inmaduro. El caso es que se fue de allí pitando y detrás de ella, escondida en un rincón de la barra, apareció la chica de la iglesia a la que había visto la semana anterior. Puso cara de reprobación y asombro pero no tardó en acercarse para conversar conmigo. Me contó que había sido aspirante a monja pero que actualmente tenía dudas sobre el catolicismo después de un viaje al Tíbet, lo cual me sirvió de excusa para hablar con ella sobre el Bardo Thodol, la mitología india y otros temas en los que soy erudito que parecieron dejarla cautivada.
La relación de amistad ha continuado hasta hoy, que me ha llamado hace media hora para decirme que está enamorada de mí. Una mujer enamorada de mí, y no una pelandusca o una gorda del badú sino una mujer culta de belleza angelical, nunca mejor dicho. Lástima que la historia se me acabe de ocurrir, pintaba de lujo lo de yo trabajando restaurando obras de arte y con novia. Yo, que no tengo ni mierda en las tripas.