Werther
Veterano
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- 16 Mar 2004
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Hay cosas importantes y otras sin importancia.
Ayer salí por la noche con unos amigos. El sitio al que fuimos estaba repleto de gente. La música era una especie de tachin, tachin, tachin, tachan…, y después pa, pa, pa, pon, pon, pon…, y así todo el rato. Algún tipo de música se escucha otra se oye.
Yo, como de costumbre, me aburría, así que di rienda suelta a mis ensueños, los cuales se difuminaron rápidamente mientras el recuerdo de una experiencia pasada vino a ocupar su lugar.
Hace un par de años hice una parte del Camino de Santiago. Recuerdo que mientras estaba saboreando la belleza del paisaje, caminando solitariamente entre una arboleda, me encontré de repente una cruz de piedra, con la concha de Santiago en su centro. En su base de piedra carcomida, alguien había inscrito dificultosamente una pequeña plegaria, la cual rezaba así: “Yo y mi hija te pedimos que salves a mi mujer de su terrible enfermedad”
Poco faltó para que se me derramara alguna lágrima: por allí había pasado un padre con su hija, con la esperanza de que si concluían el Camino, el Santo ayudaría a que la esposa se recuperara de una enfermedad.
Para hacer algo así uno debe de haber perdido toda esperanza en los remedios médicos y sentir que ya únicamente le queda la fe… Tal vez la mujer tuviera un cáncer terminal o alguna enfermedad degenerativa… Ante una noticia tan fatal, irreversible, esa pequeña familia se aferró a lo que tan sólo le restaba por hacer.
Es curioso como la vida, pese a todo, da muestras tan profundas de amor verdadero.
Yo cogí una piedra y con una navaja que guardaba, inscribí en ella: “seguro que el Santo te escuchó”, y la coloqué junto a aquella súplica.
La gente seguía bailando, ¿sabe hacer algo más que bailar?
Ayer salí por la noche con unos amigos. El sitio al que fuimos estaba repleto de gente. La música era una especie de tachin, tachin, tachin, tachan…, y después pa, pa, pa, pon, pon, pon…, y así todo el rato. Algún tipo de música se escucha otra se oye.
Yo, como de costumbre, me aburría, así que di rienda suelta a mis ensueños, los cuales se difuminaron rápidamente mientras el recuerdo de una experiencia pasada vino a ocupar su lugar.
Hace un par de años hice una parte del Camino de Santiago. Recuerdo que mientras estaba saboreando la belleza del paisaje, caminando solitariamente entre una arboleda, me encontré de repente una cruz de piedra, con la concha de Santiago en su centro. En su base de piedra carcomida, alguien había inscrito dificultosamente una pequeña plegaria, la cual rezaba así: “Yo y mi hija te pedimos que salves a mi mujer de su terrible enfermedad”
Poco faltó para que se me derramara alguna lágrima: por allí había pasado un padre con su hija, con la esperanza de que si concluían el Camino, el Santo ayudaría a que la esposa se recuperara de una enfermedad.
Para hacer algo así uno debe de haber perdido toda esperanza en los remedios médicos y sentir que ya únicamente le queda la fe… Tal vez la mujer tuviera un cáncer terminal o alguna enfermedad degenerativa… Ante una noticia tan fatal, irreversible, esa pequeña familia se aferró a lo que tan sólo le restaba por hacer.
Es curioso como la vida, pese a todo, da muestras tan profundas de amor verdadero.
Yo cogí una piedra y con una navaja que guardaba, inscribí en ella: “seguro que el Santo te escuchó”, y la coloqué junto a aquella súplica.
La gente seguía bailando, ¿sabe hacer algo más que bailar?