La televisión ha ocupado un lugar tan primordial en nuestra vida, que no poca gente perdida y sin referentes ya, recurre a ella, como antaño se hacía a los sacerdotes, para que les ayude en sus problemas sentimentales o de pareja o familiares o del tipo que sean. Se confiesan ahí y esperan que gracias a la televisión, alguien que no les habla, lo vuelva a hacer, o un problema que les desgarra, se resuelva. Eso lo aprovechan las cadenas para ganar dinero con las audiencias, gracias al Schadenfreude, que es una palabra alemana que significa: "alegrarse de las desgracias de otros".
La gente está jodida con su vida, es profundamente infeliz, y necesita sentirse mejor viendo como otros están sufriendo y peor que ellos, eso les consuela. Por ello los programas como el Diario de Patricia tienen tanto éxito. Cínicamente parecen pretender ayudar a resolver los problemas, pero lo que hacen es alimentarse de ese dolor, de esa angustia, de esa ignorancia y falta de sentido del ridículo o de la dignidad o la vergüenza, que les lleva allí a ponerse en evidencia. Entonces otros, como nosotros, les podrán juzgar y sentirse así superiores a ellos, superiores a alguien, por encima de otro, y eso repito consuela.
Por eso se crean famosos de la nada, incluso haciendo programas para generarlos, tipo Gran Hermano, para que la gente les critique y se ría de ellos, porque la gente se siente bien, superior, haciendo esas cosas; y por eso no existen los programas literarios ni culturales ni de debates filosóficos o científicos en la televisión, porque hacen a la gente que los ve sentirse mal, inferior, y cambian de canal. Prefieren sentirse mejor criticando y riéndose de otros pringaos del sistema como ellos, solo que ellos no tienen conciencia de ser unos pringaos.
Hijos de puta, cuántos pies hemos besado ya: para que nos admitan en un trabajo, para que no nos echen de él, para que aquel familiar o conocido nos haga tal chanchullo, en este país del mamoneo, que nos permita resolver ese problema o aquel trámite, para que el del banco nos dé la hipoteca. Ese es un pobre hombre que hace que otros, a los que tanto él como su vida les importa una mierda, se rían de él y se sientan mejor, por eso le ven, si fuera un premio nobel siendo entrevistado, cambiarían de canal. Tal es su naturaleza.
Cada día que pasa mi asco por la raza humana es mayor. Y no me lo hace tener ese desgraciado que lucha como puede por una mujer, como todos nosotros nos hemos arrastrado, pues si supierais lo que yo he perdonado, lo que yo he hecho por alguna, y lo que habéis hecho vosotros también, ese gesto autodenigrante de sometimiento, se quedaría en anecdótico, solo que hecho allí a la vista del escarnio público resulta más si cabe humillante para el interfecto. Que a lo mejor se salió con la suya demostrando a su esposa que si era capaz de pasar por ese trago, había cambiado o lo que fuera y podían volver juntos, o seguramente no le sirvió de nada más que para agrandar el ego a esa mujer y que aún le despreciara más.
Pero hijos mios cuantos pies hemos lamido nosotros para echar un polvo, con esas sonrisas forzadas y esa simpatía sde cartón piedra que gastábamos y esa predisposición servil hacia chicas que entrábamos en las discotecas. Que fácil es reirse de ese pobre hombre, porque uno nunca haría eso, y que difícil mirarse al espejo y ver que lo hace todos los días y cosas peores para pagar la hipoteca. Ya lo he dicho muchas veces: la vida tiene muy poco de digna, por lo menos la de los pobres.
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