Bueno, pues del mundo liberal y de éstos locales puedo contar algunas cosas, y las voy a contar empezando por el principio.
Hace veinte años yo tenía otros veinte y muchas ganas de follar, así que me ennovié con la primera que se me abrió de patas. Supongo que fue el sexo el que me llevó al amor,como suele suceder en estos casos. Follábamos mucho y bien, pero, ay, yo necesitaba más.
Estamos hablando de tiempos en los que el que inventó el badoo iba aún al cole y follar a alguna despistada era más jodido que hoy. Por terminar de esbozar el retrato os diré que mi casa siempre fue humilde y ahorradora (es una forma de decir pobre) y que el canal plus era esa cosa que se ponía a rayas cuando menos interesaba y te dejaba el espíritu empavlovado.
Así que lo que tenía mas a mano (ji) para calmar y completar mis necesidades sexuales era la adquisición de revistas pornográficas. Siempre he sido un tímido de mierda, pero entonces no sabía camuflarlo y me costaba mucho hacer con naturalidad cosas que no me eran naturales. Así que me trasladaba al pueblo de al lado a realizar la proeza de poner entre mis propiedades revistas guarras.
Tenía localizado el kiosko de una vieja que exponía en uno de sus laterales todo un fantástico catálogo de publicaciones porno, casi todas pertenecían a una colección que incluía diversos títulos en función del fetiche: diosas de ébano era de negras preinmigrantes, chicas de oro era de matures, edad legal, mi favorita, era de zagalicas por estrenar, etc,etc.
El modus operandi era sencillo. Me situaba junto al kiosko, miraba que no viniera nadie y solicitaba la revista. Hola, me da un chicas de oro y un edad legal. La vieja me miraba, le pegaba una chupada al fortuna y se volvía a intentar localizar lo requerido. En esto tardaba sus buenos minutos porque la muy hijadeputa no se enteraba una mierda. Al final iba sacando las revistas de una caja y me las iba enseñando. ¿Ésta? no, esa no, le he pedido el edad legal. ¿Ésta? no, esa es el tacones altos. Y así un rato en que lo pasaba fatal pensando que podía venir alguien a comprar y me pillara allí liado con el tema de las revistas. Así de subnormal era.
Cierto día ocurrió lo temido. Andaba yo dirigiendo las manos de la vieja para que se posara en mi nuevo edad legal cuando vino un ama de casa que se situó detrás de mí. La operación se demoraba y la vieja, más nerviosa que yo, ya no sabía ni lo que sacaba. En uno de los intentos mostró en una mano el marca y en la otra una revista puerca que respondía al nombre de "gente libre". Niño, yo no la encuentro la tuya, ¿ésta es? La ama de casa que aguardaba el turno se coscó del tema y empezó a carraspear y yo, entre irme de vacío o irme con revista de mierda, escogí lo menos malo.
Al llegar a casa me cagué en los muertos de la puta vieja mil millones de veces. Mi superpajote de la edad legal se había convertido en un triste cuadro de un postadolescente sentado frente a un buró de estudiante contemplando una revista que me anunciaba que había gente degenerada que hacía cambio de parejas y tríos, y para estos menesteres, en el mejor de los casos, ponían junto al anuncio una foto de mierda de cuarentonas pelúas.
Ver el archivos adjunto 20305
Abandoné la revista y casi la olvidé. Pero de vez en cuando repasaba mi colección y allí estaba ella, la puta revista. La abría y no me decía nada. Aquellos anuncios que olían a pantys del pryca, esos relatos inventados que narraban como un fulano disfrutaba poniendo a su legítima a disposición de potros desbocados, esas fotos que informaban de una sociedad sin gimnasios ni ikeas, poco a poco fueron dejando el discurso de la vía alternativa marcada en mi cabeza.
Cada vez pasaba más tiempo hojeando aquella revista, cada vez me atrapaba más su propuesta.
Al cabo de un par de meses, la kioskera era la que me guardaba la revista. Hola niño, tu gente libre, ¿verdad?
Continuaré, que ya me he jartao.