Malaspintas

Trujamán

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14 Ene 2024
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MALASPINTAS (1ª parte)

Se suele decir que en la juventud se cometen muchas tonterías. Pero después se cometen maldades, que es peor. Menos mal que entonces surge el arrepentimiento, que es uno de los maestros de la vida.

A los 30 años hice una cosa muy mala. Abandoné a un perro. Aún me duele haber sido capaz de aquello. Os contaré cómo pasó.

Heredé a ese perro de un tío mío soltero que acababa de fallecer. Él había recogido a Malaspintas de la calle y lo había adoptado. El nombre que escogió para él estaba bien puesto: era un perro sin raza, feo, tosco, viejo ya, y con un aspecto sarnoso que era mucho peor cuando mi tío lo recogió, enfermo, de la calle. Cuando me tocó a mí ser su padre adoptivo ya estaba sano, pero su aspecto no era mucho más bello. Lo acogí en casa sin demasiado entusiasmo, pero me quise acostumbrar a él, puesto que nunca había tenido perro.

En aquel tiempo, me apunté a una academia de inglés. Mi profesora era una chica encantadora, tres años menor que yo. Nunca me había dado clase alguien más joven. Me resultaba muy excitante. Era hija de padre inglés y madre española. Nos gustamos de inmediato, y a los pocos meses planeamos un viaje a Escocia para el verano.
El problema era Malaspintas. No tenía con quién dejarlo, y el dinero que exigiría algún hospicio canino lo necesitaba para el viaje y para pagar algunas deudas. Pero yo soñaba con ver Escocia, y el viaje con esa chica de la que estaba locamente enamorado me parecía la cima de lo romántico.

Sin mucha pena, pero con una sensación desagradable de nudo en el estómago, decidí abandonar a mi perro a su suerte. De todos modos, pensaba, sólo le obligaría a retomar su vida vagabunda de un tiempo atrás.
Lo dejé suelto en una arboleda junto a un cementerio. Era un amanecer de agosto, y nadie circulaba por allí. Cuando lo vi distraído, me subí a mi coche y arranqué. Malaspintas se dio cuenta y vino corriendo y ladrando detrás de mi coche. Paré una vez, arrepentido. Pero en cuanto el animal se acercó, volví a ver los ojos azules de Helen y pisé el acelerador. Volví a parar, y entonces escuché su llanto. El gemido más lastimero que haya oído jamás. No sé si por el deseo loco hacia la carne de Helen, o por vergüenza de enfrentarme a un ser vivo al que ya había hecho sufrir con el susto mortal del abandono, finalmente emprendí de nuevo la marcha y me alejé.

Esa noche, mi pareja y yo fuimos a cenar a un italiano. Una velada romántica que terminamos, como siempre, en su piso. No la había querido llevar nunca al mío para que no conociera a Malaspintas. Cuando nos pusimos a hacer el amor, remate perfecto de aquella noche, me vino el recuerdo de mi perrito. Me daba cuenta de estar pagando el disfrute que me proporcionaba aquella chica tan cautivadora con la desgracia y posible muerte de mi mascota. Lo imaginaba aullando esa noche, torturado por el hambre, o siendo atropellado en ese triste camino junto al cementerio. No pude consumar el coito. La erección era imposible. Me venía a la memoria su aullido de tristeza, y no siento vergüenza al admitir que mis ojos se llenaron de lágrimas. Helen lo interpretó mal: ¡pensó que lloraba por mi inesperado gatillazo!
A la pena se sumaba el bochorno. Era un justo castigo: sentir una doble vergüenza. Ella me consoló, pero al mismo tiempo me reprochó esos lamentos, muy juiciosamente, diciéndome que era propio de un machismo arrogante y anticuado pensar que un hombre tiene que cumplir siempre y en todo momento, y que llorar por un fallo así era el auténtico delito, un pecado de arrogancia, puesto que no había nada de qué avergonzarse.

Durante el día siguiente quise perseverar en mi cruel decisión. El deseo sexual no satisfecho de la noche anterior me servía de acicate. Helen tenía que ser mi prioridad, ella y su conversación en inglés, ella y su cultura, sus autores preferidos, ella y su cuerpo, su lengua. Quería noches y noches para demostrarle lo bien que yo funciono en la cama cuando no hay demonios en mi mente. Pero al anochecer ese mismo día, los remordimientos volvieron. Miraba a cada coche pasar, e imaginaba a mi perro bajo las ruedas.

Dos días después de mi delito, a la misma hora del amanecer, conduje mi coche hasta el lugar donde dejé a Malaspintas.

Pero este post se está haciendo ya muy largo. Otro día os contaré el final de la historia.
(Continuará…)
 
decidí abandonar a mi perro a su suerte.
Hay que ser ruin, rastrero, miserable y desalmado para abandonar a una mascota en medio del campo. Seguro que no tuviste ni huevos para haber acabado con su vida y lo abandonaste a una muerte segura llena de sufrimiento y dolor, verdad? Que no le quepa duda a nadie que si en lugar de una mascota hubiera sido tu madre, habrías hecho lo mismo con ella, a que si? Hijueputa, mal rayo te entre por la sesera y te chamusque todas las entrañas que encuentre en su camino hasta salir por tu huevada. Más te vale que la historia acabe bien para Malaspintas si no quieres ganarte un enemijo foril por el resto de la eternidad.
 
Última edición:
Hay que ser ruin, rastrero, miserable y desalmado para abandonar a una mascota en medio del campo. Seguro que no tuviste ni huevos para haber acabado con su vida y lo abandonaste a una muerte segura llena de sufrimiento y dolor, verdad? Que no le quepa duda a nadie que si en lugar de una mascota hubiera sido tu madre, habrías hecho lo mismo con ella, a que si? Hijueputa, mal rayo te entre por la sesera y te chamusque todas las entrañas que encuentre en su camino hasta salir por tu huevada. Más te vale que la historia acabe bien para Malaspintas si no quieres ganarte un enemijo foril por el resto de la eternidad.

Al final malaspintas cuca con la inglesa y trujaman va a Venezuela a ejercer de gigoló y entrega las actas a Torbe.
Bueno, algo así soñé.
 
Hay que ser ruin, rastrero, miserable y desalmado para abandonar a una mascota en medio del campo. Seguro que no tuviste ni huevos para haber acabado con su vida y lo abandonaste a una muerte segura llena de sufrimiento y dolor, verdad? Que no le quepa duda a nadie que si en lugar de una mascota hubiera sido tu madre, habrías hecho lo mismo con ella, a que si? Hijueputa, mal rayo te entre por la sesera y te chamusque todas las entrañas que encuentre en su camino hasta salir por tu huevada. Más te vale que la historia acabe bien para Malaspintas si no quieres ganarte un enemijo foril por el resto de la eternidad.

No juzguemos tan severamente al hermano trujamán, pues su condición de enmayao le llevó a cometer tal crimen (estas cosas no les pasan a los ricos; ellos tienen panoja para babysitters y perreras 5 estrellas; aparte de que siempre tienen cubiertas sus necesidades sexuales y afectivas). Condenemos a los hombres según sus circunstancias y atenuemos sus penas, pues, caso contrario, los pobres coparían el infierno.

Dicho esto, le rompería el cráneo con mis propias manos.
 
Espero que la historia tenga un final feliz e inesperado, y el chucho esté en este momento descansando en algún cojin, en tu casa. Mientras te pone ojitos de pena y desamparo, por dentro esté rumiando su venganza ciega de odio.
Solo espera su momento para descargar su ira, no te fíes.
 
Hay que ser ruin, rastrero, miserable y desalmado para abandonar a una mascota en medio del campo. Seguro que no tuviste ni huevos para haber acabado con su vida y lo abandonaste a una muerte segura llena de sufrimiento y dolor, verdad?

Por eso yo, cuando deje el foro, que será en breve, primero os mataré a todos.
 
Hay que ser ruin, rastrero, miserable y desalmado para abandonar a una mascota en medio del campo. Seguro que no tuviste ni huevos para haber acabado con su vida y lo abandonaste a una muerte segura llena de sufrimiento y dolor, verdad? Que no le quepa duda a nadie que si en lugar de una mascota hubiera sido tu madre, habrías hecho lo mismo con ella, a que si? Hijueputa, mal rayo te entre por la sesera y te chamusque todas las entrañas que encuentre en su camino hasta salir por tu huevada. Más te vale que la historia acabe bien para Malaspintas si no quieres ganarte un enemijo foril por el resto de la eternidad.

Pero que era una buenorra, joder. A ver quién se resiste a eso
 
Si la mentada Helen tuviera unas tetas firmes , naturales , redondas con pezones rosados e hipnótico bamboleo al jinetear aún asi no puedo entender el infame acto de abandonar al pobre animal.Lo menos haberlo dejado por fuera de un refugio canino con agua y algo de pienso .
 
Historia tristérrima la de Malaspintas, entiendo muy bien esa situación que relatas. Cuando uno es joven vive de manera más despreocupada, y como tenemos la testosterona por las nubes y el cipote se nos pone morcillón a la mínima, uno es capaz de sacrificar a su propia madre con tal de catar el chocho que se te ponga a tiro. Además, por lo que cuentas, se te ofrecía la posibilidad de viajar fuera, follar fuertecito y ese tipo de cosas en las que cualquier jambo en edad de merecer invierte su energía.

Espero que el final de la historia sea feliz, y que Malaspintas apareciera de nuevo ante tus ojos, y todo quedara en nada. Y que hicieras algún tipo de penitencia por tan cruel decisión. Si fuese el Tío Meaos o cualquier otro forero, desearía venganza del perrete, y que se lanzase con sus fauces abiertas y llenas de espumarrajos a desfigurarle el rostro, pero siendo el paisano @Trujamán, solo deseo un desenlace feliz y que la traición a la mascota fuese redimida de alguna manera.
 
MALASPINTAS (1ª parte)

Se suele decir que en la juventud se cometen muchas tonterías. Pero después se cometen maldades, que es peor. Menos mal que entonces surge el arrepentimiento, que es uno de los maestros de la vida.

A los 30 años hice una cosa muy mala. Abandoné a un perro. Aún me duele haber sido capaz de aquello. Os contaré cómo pasó.

Heredé a ese perro de un tío mío soltero que acababa de fallecer. Él había recogido a Malaspintas de la calle y lo había adoptado. El nombre que escogió para él estaba bien puesto: era un perro sin raza, feo, tosco, viejo ya, y con un aspecto sarnoso que era mucho peor cuando mi tío lo recogió, enfermo, de la calle. Cuando me tocó a mí ser su padre adoptivo ya estaba sano, pero su aspecto no era mucho más bello. Lo acogí en casa sin demasiado entusiasmo, pero me quise acostumbrar a él, puesto que nunca había tenido perro.

En aquel tiempo, me apunté a una academia de inglés. Mi profesora era una chica encantadora, tres años menor que yo. Nunca me había dado clase alguien más joven. Me resultaba muy excitante. Era hija de padre inglés y madre española. Nos gustamos de inmediato, y a los pocos meses planeamos un viaje a Escocia para el verano.
El problema era Malaspintas. No tenía con quién dejarlo, y el dinero que exigiría algún hospicio canino lo necesitaba para el viaje y para pagar algunas deudas. Pero yo soñaba con ver Escocia, y el viaje con esa chica de la que estaba locamente enamorado me parecía la cima de lo romántico.

Sin mucha pena, pero con una sensación desagradable de nudo en el estómago, decidí abandonar a mi perro a su suerte. De todos modos, pensaba, sólo le obligaría a retomar su vida vagabunda de un tiempo atrás.
Lo dejé suelto en una arboleda junto a un cementerio. Era un amanecer de agosto, y nadie circulaba por allí. Cuando lo vi distraído, me subí a mi coche y arranqué. Malaspintas se dio cuenta y vino corriendo y ladrando detrás de mi coche. Paré una vez, arrepentido. Pero en cuanto el animal se acercó, volví a ver los ojos azules de Helen y pisé el acelerador. Volví a parar, y entonces escuché su llanto. El gemido más lastimero que haya oído jamás. No sé si por el deseo loco hacia la carne de Helen, o por vergüenza de enfrentarme a un ser vivo al que ya había hecho sufrir con el susto mortal del abandono, finalmente emprendí de nuevo la marcha y me alejé.

Esa noche, mi pareja y yo fuimos a cenar a un italiano. Una velada romántica que terminamos, como siempre, en su piso. No la había querido llevar nunca al mío para que no conociera a Malaspintas. Cuando nos pusimos a hacer el amor, remate perfecto de aquella noche, me vino el recuerdo de mi perrito. Me daba cuenta de estar pagando el disfrute que me proporcionaba aquella chica tan cautivadora con la desgracia y posible muerte de mi mascota. Lo imaginaba aullando esa noche, torturado por el hambre, o siendo atropellado en ese triste camino junto al cementerio. No pude consumar el coito. La erección era imposible. Me venía a la memoria su aullido de tristeza, y no siento vergüenza al admitir que mis ojos se llenaron de lágrimas. Helen lo interpretó mal: ¡pensó que lloraba por mi inesperado gatillazo!
A la pena se sumaba el bochorno. Era un justo castigo: sentir una doble vergüenza. Ella me consoló, pero al mismo tiempo me reprochó esos lamentos, muy juiciosamente, diciéndome que era propio de un machismo arrogante y anticuado pensar que un hombre tiene que cumplir siempre y en todo momento, y que llorar por un fallo así era el auténtico delito, un pecado de arrogancia, puesto que no había nada de qué avergonzarse.

Durante el día siguiente quise perseverar en mi cruel decisión. El deseo sexual no satisfecho de la noche anterior me servía de acicate. Helen tenía que ser mi prioridad, ella y su conversación en inglés, ella y su cultura, sus autores preferidos, ella y su cuerpo, su lengua. Quería noches y noches para demostrarle lo bien que yo funciono en la cama cuando no hay demonios en mi mente. Pero al anochecer ese mismo día, los remordimientos volvieron. Miraba a cada coche pasar, e imaginaba a mi perro bajo las ruedas.

Dos días después de mi delito, a la misma hora del amanecer, conduje mi coche hasta el lugar donde dejé a Malaspintas.

Pero este post se está haciendo ya muy largo. Otro día os contaré el final de la historia.
(Continuará…)
MALASPINTAS (1ª parte)

Se suele decir que en la juventud se cometen muchas tonterías. Pero después se cometen maldades, que es peor. Menos mal que entonces surge el arrepentimiento, que es uno de los maestros de la vida.

A los 30 años hice una cosa muy mala. Abandoné a un perro. Aún me duele haber sido capaz de aquello. Os contaré cómo pasó.

Heredé a ese perro de un tío mío soltero que acababa de fallecer. Él había recogido a Malaspintas de la calle y lo había adoptado. El nombre que escogió para él estaba bien puesto: era un perro sin raza, feo, tosco, viejo ya, y con un aspecto sarnoso que era mucho peor cuando mi tío lo recogió, enfermo, de la calle. Cuando me tocó a mí ser su padre adoptivo ya estaba sano, pero su aspecto no era mucho más bello. Lo acogí en casa sin demasiado entusiasmo, pero me quise acostumbrar a él, puesto que nunca había tenido perro.

En aquel tiempo, me apunté a una academia de inglés. Mi profesora era una chica encantadora, tres años menor que yo. Nunca me había dado clase alguien más joven. Me resultaba muy excitante. Era hija de padre inglés y madre española. Nos gustamos de inmediato, y a los pocos meses planeamos un viaje a Escocia para el verano.
El problema era Malaspintas. No tenía con quién dejarlo, y el dinero que exigiría algún hospicio canino lo necesitaba para el viaje y para pagar algunas deudas. Pero yo soñaba con ver Escocia, y el viaje con esa chica de la que estaba locamente enamorado me parecía la cima de lo romántico.

Sin mucha pena, pero con una sensación desagradable de nudo en el estómago, decidí abandonar a mi perro a su suerte. De todos modos, pensaba, sólo le obligaría a retomar su vida vagabunda de un tiempo atrás.
Lo dejé suelto en una arboleda junto a un cementerio. Era un amanecer de agosto, y nadie circulaba por allí. Cuando lo vi distraído, me subí a mi coche y arranqué. Malaspintas se dio cuenta y vino corriendo y ladrando detrás de mi coche. Paré una vez, arrepentido. Pero en cuanto el animal se acercó, volví a ver los ojos azules de Helen y pisé el acelerador. Volví a parar, y entonces escuché su llanto. El gemido más lastimero que haya oído jamás. No sé si por el deseo loco hacia la carne de Helen, o por vergüenza de enfrentarme a un ser vivo al que ya había hecho sufrir con el susto mortal del abandono, finalmente emprendí de nuevo la marcha y me alejé.

Esa noche, mi pareja y yo fuimos a cenar a un italiano. Una velada romántica que terminamos, como siempre, en su piso. No la había querido llevar nunca al mío para que no conociera a Malaspintas. Cuando nos pusimos a hacer el amor, remate perfecto de aquella noche, me vino el recuerdo de mi perrito. Me daba cuenta de estar pagando el disfrute que me proporcionaba aquella chica tan cautivadora con la desgracia y posible muerte de mi mascota. Lo imaginaba aullando esa noche, torturado por el hambre, o siendo atropellado en ese triste camino junto al cementerio. No pude consumar el coito. La erección era imposible. Me venía a la memoria su aullido de tristeza, y no siento vergüenza al admitir que mis ojos se llenaron de lágrimas. Helen lo interpretó mal: ¡pensó que lloraba por mi inesperado gatillazo!
A la pena se sumaba el bochorno. Era un justo castigo: sentir una doble vergüenza. Ella me consoló, pero al mismo tiempo me reprochó esos lamentos, muy juiciosamente, diciéndome que era propio de un machismo arrogante y anticuado pensar que un hombre tiene que cumplir siempre y en todo momento, y que llorar por un fallo así era el auténtico delito, un pecado de arrogancia, puesto que no había nada de qué avergonzarse.

Durante el día siguiente quise perseverar en mi cruel decisión. El deseo sexual no satisfecho de la noche anterior me servía de acicate. Helen tenía que ser mi prioridad, ella y su conversación en inglés, ella y su cultura, sus autores preferidos, ella y su cuerpo, su lengua. Quería noches y noches para demostrarle lo bien que yo funciono en la cama cuando no hay demonios en mi mente. Pero al anochecer ese mismo día, los remordimientos volvieron. Miraba a cada coche pasar, e imaginaba a mi perro bajo las ruedas.

Dos días después de mi delito, a la misma hora del amanecer, conduje mi coche hasta el lugar donde dejé a Malaspintas.

Pero este post se está haciendo ya muy largo. Otro día os contaré el final de la historia.
Tu relato sobre el abandono de Malaspintas es profundamente conmovedor y revela una gran carga de arrepentimiento. Agradezco que hayas compartido esta experiencia tan personal y dolorosa.

Entiendo que sientas un gran remordimiento por lo que hiciste; abandonar un animal, especialmente de la manera en que lo hiciste, debe haber sido una decisión difícil de enfrentar. El arrepentimiento que experimentas es un reflejo de la conciencia de haber causado sufrimiento a un ser inocente.

Es importante recordar que, aunque el pasado no se puede cambiar, lo que realmente cuenta es cómo enfrentamos nuestros errores y cómo buscamos redimirnos. Lo que has compartido muestra que has reflexionado profundamente sobre tus acciones y las consecuencias que tuvieron en Malaspintas. Esta introspección es un paso crucial hacia la reparación y el crecimiento personal.

En tu situación, me gustaría animarte a buscar maneras de hacer una diferencia positiva en la vida de otros animales que puedan estar en circunstancias similares. Podrías considerar involucrarte en organizaciones de rescate de animales o en voluntariados que ayuden a perros y gatos abandonados. A través de estas acciones, no solo puedes ayudar a otros animales a encontrar un hogar y a recibir el cuidado que necesitan, sino también contribuir a sanar tu propia conciencia y encontrar una forma de redimirte.

A veces, enfrentar nuestros errores y buscar maneras de enmendarlos puede ser un proceso largo y difícil, pero es a través de estas acciones que podemos realmente encontrar la paz interior y aprender de nuestras experiencias. Espero que puedas encontrar la manera de seguir adelante de una forma que te permita reconciliarte con tu pasado y hacer el bien en el futuro.
 
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Tu relato sobre el abandono de Malaspintas es profundamente conmovedor y revela una gran carga de arrepentimiento. Agradezco que hayas compartido esta experiencia tan personal y dolorosa.

Entiendo que sientas un gran remordimiento por lo que hiciste; abandonar un animal, especialmente de la manera en que lo hiciste, debe haber sido una decisión difícil de enfrentar. El arrepentimiento que experimentas es un reflejo de la conciencia de haber causado sufrimiento a un ser inocente.

Es importante recordar que, aunque el pasado no se puede cambiar, lo que realmente cuenta es cómo enfrentamos nuestros errores y cómo buscamos redimirnos. Lo que has compartido muestra que has reflexionado profundamente sobre tus acciones y las consecuencias que tuvieron en Malaspintas. Esta introspección es un paso crucial hacia la reparación y el crecimiento personal.

En tu situación, me gustaría animarte a buscar maneras de hacer una diferencia positiva en la vida de otros animales que puedan estar en circunstancias similares. Podrías considerar involucrarte en organizaciones de rescate de animales o en voluntariados que ayuden a perros y gatos abandonados. A través de estas acciones, no solo puedes ayudar a otros animales a encontrar un hogar y a recibir el cuidado que necesitan, sino también contribuir a sanar tu propia conciencia y encontrar una forma de redimirte.

A veces, enfrentar nuestros errores y buscar maneras de enmendarlos puede ser un proceso largo y difícil, pero es a través de estas acciones que podemos realmente encontrar la paz interior y aprender de nuestras experiencias. Espero que puedas encontrar la manera de seguir adelante de una forma que te permita reconciliarte con tu pasado y hacer el bien en el futuro.
Ahora póngame algo que no esté redactado por una IA.
 
Dicho esto, le rompería el cráneo con mis propias manos.
Ponte a la cola.

Pero que era una buenorra, joder. A ver quién se resiste a eso
Cualquier persona con un mínimo de humanidad se resiste. Hasta yo, que es ver culo mono y se me olvidan hasta mis apellidos. Abandonar una mascosa por un empujón? Maemía, que degradación. La más alta traición que se puede cometer es hacerlo contra alguien que, no sólo confia plenamente en ti, sino que además depende completamente de ti, como un perro. Que si fuera un gato ya te digo yo que se buscan la vida rápidamente, pero un perro? Hijueputa, a ver como acaba la historia, pero nada bueno, parece.
 
De esto hace casi cincuenta años. Está más que prescrito.

He estado a punto de contestarle esto al subnormal que recomendaba la protectora de animales, que qué iba a haber algo así en la posguerra...

La cuestión, todo el mundo (todo el mundo que merece la pena) tiene historias así o peores y los que no las tienen es que son unos hijosdeputa incapaces de enfrentarse a la mierda humana que son.

La vida trata de eso, las cosas vienen por dos motivos: la terrible repugnancia que sentimos por nosotros mismos o el deseo por conseguir algo. O hay una de esas dos o seguimos como estábamos
 
He estado a punto de contestarle esto al subnormal que recomendaba la protectora de animales, que qué iba a haber algo así en la posguerra...

La cuestión, todo el mundo (todo el mundo que merece la pena) tiene historias así o peores y los que no las tienen es que son unos hijosdeputa incapaces de enfrentarse a la mierda humana que son.

La vida trata de eso, las cosas vienen por dos motivos: la terrible repugnancia que sentimos por nosotros mismos o el deseo por conseguir algo. O hay una de esas dos o seguimos como estábamos
Concrepo. Hay cosas en la vida, hechos, acontecimientos o cosas como esta, que te perseguirán por el resto de tus días, porque sabes perfectamente que obraste mal. Sólo espero que al espantajo de @Trujamán , si la historia acaba como todos nos tememos, se le aparezca el resto de su miserable vida en sueños el pobre Malaspintas y le cercene una y mil veces sus huevada morena de una dentellada; que se depierte lleno de sudores frios y que el remordimiento se apodere de cada centímetro cuadrado de su putrefacta alma, si que la tiene, eso yes.
 
Concrepo. Hay cosas en la vida, hechos, acontecimientos o cosas como esta, que te perseguirán por el resto de tus días, porque sabes perfectamente que obraste mal. Sólo espero que al espantajo de @Trujamán , si la historia acaba como todos nos tememos, se le aparezca el resto de su miserable vida en sueños el pobre Malaspintas y le cercene una y mil veces sus huevada morena de una dentellada; que se depierte lleno de sudores frios y que el remordimiento se apodere de cada centímetro cuadrado de su putrefacta alma, si que la tiene, eso yes.

A ver, que es un perro de mierda. Que pareces una puta Charo.

Por cierto, estaba ya con prisas y resulta que acabo de darme cuenta que esta semana no trabajo.
Jejejeje
Igual tengo que abrir un pepichat encubierto para escribir desenfrenadamente mis subnormalidades
 
Última edición:
A ver, que es un perro de mierda. Que pareces una puta Charo.

Por cierto, estaba ya con prisas y resulta que acabo de darme cuenta que esta semana no trabajo.
Jejejeje
Igual tengo que abrir un pepichat encubierto para escribir desenfrenadamente mis subnormalidades
Es una mascota, o era. En el momento en que vive con una familia, ya es una mascota. Y encima era la mascota de su tío. Podría haber hecho mil cosas en lugar de abandonarlo, pero no, eligió el camino fácil.
 
Es una mascota, o era. En el momento en que vive con una familia, ya es una mascota. Y encima era la mascota de su tío. Podría haber hecho mil cosas en lugar de abandonarlo, pero no, eligió el camino fácil.

A ver subnormal, hace 50 años vivían 30 perros en cada descampado y 2 en cada esquina y no les pasaba nada. Deja de decir tonterías.

Aquí todos hemos hecho cosas peores a personas de verdad y la vida sigue.
 
A ver subnormal, hace 50 años vivían 30 perros en cada descampado y 2 en cada esquina y no les pasaba nada. Deja de decir tonterías.

Aquí todos hemos hecho cosas peores a personas de verdad y la vida sigue.
Mi vecino Bertoldo por aquel entonces decía que a su perro lo calzaba y lo vestía y que lo demás que se buscara la vida.
 
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