Mi mundo se derrumbó cuando...

Sabrás tu, sindrómico paleto. Que no has salido de tu pueblo en tu puta vida.
Un verano trabajo en Madrid, hay hilo.
También cruzó Castilla en C15 buscando a un enemigo foril anónimo para darle con la azada en la frente, ríase usted de los bocachanclas de León y sus amenazas.

Ahora ha añadido botones foriles a sus tácticas de inteligencia militar y espionaje. No se ría usted mucho que está bien jodido.
 
¿Al @Syed Moiz Balkhi qué coño le pasa?
¿Otro subnormal ha llegado? No pasa nada, estás en tú casa.
Aquí nos reímos de los modernos estos que hablan de inclusión o de derechos LGTFDSBHNIGF, aquí es mejor si eres retrasado y desviado sexual amante de las vergas grandes y venosas.
 
El mundo se derrumbó cuando me vi obligado a salir del vientre de mi madre. Desde ese aciago momento todo ha sido una simpática sucesión de putadas hasta llegar al momento presente, 27 de mayo del año del Señor de 2020, día en que cumplo 44 palos y en el que oficial e irrevocablemente ya estoy hasta los mismísimos cojones de todo y de todos, y me importaría tres mierdas si mañana no despierto. He disfrutado lo mío, sí, en tiempos me lo he pasado hasta diría excesivamente bien incluso (¿?), pero si pongo en la balanza sufrimiento y gozo, me temo que la conclusión sería que me cago copiosamente en mis progenitores por haberme traído a este asqueroso mundo sin mi consentimiento.

Hay algo intangible alrededor de mi casa, tras el trinar de los pájaros, el viento entre los sauces, los aullidos de los mastines de la finca de arriba, que me hace sentir bien, en paz. Tengo mis libros, mis películas, mi música, ok. Pero me siento un poco como Michael Caine en Hijos de los hombres, y tengo la sensación de haber llegado al final de un camino. Tengo una vida tranquila, no me falta de nada, disfruto razonablemente de mis circunstancias y me siento más privilegiado que la mayoría de personas que conozco. Pero es como que no le veo sentido a continuar el bucle de bucólico aislamiento en que estoy inmerso, no veo evolución, todo es una mera repetición de estaciones en la que no veo novedad alguna desde hace ya demasiado. El mundo fuera de mi aldea de lo único que me da ganas es de planear una matanza colectiva. He perdido las ganas de vivir, me da todo bastante igual. Llevo tiempo escribiendo un tochaco novela (mil seiscientas y pico páginas llevo) para exteriorizar mierdas y de paso castigar y que se joda el incauto que la lea algún día, y cuando remate el magno manuscrito, por mí que me pase por encima el tractor del puto anormal del vecino, preferiblemente una noche lluviosa de enero, completamente borracho y después de haber visto Blade Runner por nonagésima vez, y que me encuentren un post-it escrito en un bolsillo con mi fragmento favorito de The cloud, de Shelley, porque siempre he sido una drama queen importante.

Nah, debo andar flojo de magnesio otra vez. Eso o que llevo sin follar desde el accidente de Angrois, cuando entre la confusión y el caos se produjo en Santiago una atmósfera propensa a la socialización realmente inaudita.
 
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