Es algo que llevaba queriendo comprar desde hacía años, así que, más que momento de inspiración, fue sacarme un dinero extra y decir que ya era hora de atreverme.
La repartidora me ayudó a meter la caja sin más broma que lo referente al peso, ya que no es la primera vez que pido cosas enormes (estanterías, aparatos tochos).
El desembalado fue un caos, todo papel amortiguante y poliexpán, no se veía nada.
El cuerpo iba en el fondo, más pesado que un muerto, luego la cabeza, las pelucas y finalmente la bolsita con las instrucciones de monto y mantenimiento, el enema y unos guantes tipo biblioteca de antigüedades.
El montaje fue tela marinera, pesaba un cojón y sudé más que un pollo.
La cabeza se quedaba como la niña del Exorcista hasta que se me ocurrió rotar la rosca con unos alicates.
El primer día me limité a maquillarla, ponerle la camiseta, echarle perfume y echarle spray de feromonas.
Su pelo huele como el de una chavalita de 20 años.