Os gano a todos, hijos de puta.
Me sucedió hará unos cinco años, con una interfecta treinteañera que coincidió en el que era por entonces mi instituto para hacer una sustitución de mierda. Cordosiesa como ella sola, iba de reinona por la vida, y los aires lorealistas no sé de dónde le venían, porque no era nada del otro mundo. El curso echó a andar y se le agotaban los días en la casa donde estaba de prestada, que consiguió a través de los padres moviendo hilos de viejas amistades. Como vi oportunidad de percutir, y recién conocidos no era ni la sombra de los gilipollas que resultó ser la pava esta, me ofrecí para acogerla tres días en mi casa, cediéndole el cuarto de invitados. Tres días era el acuerdo, no más, y tres insoportables días de condena me dio la hija de la gran puta.
La jugada que os cuento sucedió la segunda jornada, a media tarde, después de llegar a casa y ponernos a comentar asuntos del trabajo. Estábamos en la cocina, preparando algo de comer, y me dice que va al baño y tal. Vale. Le dije que usara uno que había en el pasillo, que iba junto con la habitación, que para eso tenía yo otro en la mía. Total, que estoy a lo mío y pasado un rato tiro al dormitorio a por algo que ahora no recuerdo ni viene al caso. Al pasar por el pasillo la imagen me traumatizó: la tontalculo sentada en el váter, en pose orante, con la ropa arrugada en los tobillos, cagando con la puerta del baño abierta de par en par. Y ahí te lo comas con patatas.
-Pero qué cojones..., le dije mientras iba tirado a cerrarle la puerta.
-¿Pero por qué vas a cerrar?
-¿A ti qué te parece?
-En mi casa siempre hacemos caca con la puerta abierta y no pasa nada.
-¿Pero en serio a ti te parece normal?, insistía yo intentando cerrar la puerta y acabando con la discusión surrealista.
-Además, mi caca no huele.
Traumatizado me dejó la asquerosa esta.