Sir Ano de Bergerac
La becaria de Aramís Fuster.
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Me resulta muy complicado ser capaz de valorar algo así como un tramo de mi vida porque veo todos los procesos en pleno desarrollo y aún -no sé si en algún momento lo serán- no son aptos para sacar conclusiones. Supongo que esto se debe a que aún no he aterrizado en ninguna parte; es decir, tanto aquí como con la gente que me rodea, veo como el desarrollo predeterminado de una vida es la de luchar en la juventud por conquistar cierto lugar para que ese lugar garantice unas rutinas que nos parecen tolerables dentro del arco de lo que creemos que nos puede ofrecer la vida. Entonces, a partir de ahí, se aplana todo en una suave decadencia durante la cual te da tiempo a hacerte preguntas como esta.
Bueno, yo no tengo un lugar. No sé si lo tendré algún día. Llevo tanto tiempo en la vía de la incertidumbre que hasta me he llegado a acostumbrar a aquello que por definición uno no puede acostumbrarse. Esto de definir periodos imaginarios y acotar etapas dentro de la vida propia debe ser típico aquel que ha buscado decididamente comodidad y que en determinado momento echa la vista atrás y se pregunta nostálgicamente si hubiera habido para él una vida mejor de haberle echado más huevos. Y ese mejor es la gran trampa del asunto porque cuando uno está tocado por la melancolía que todo lo devora y nada le basta, las condiciones materiales que se pueda procurar son meras distracciones cada vez menos efectivas: lo que anhela no se encuentra en este mundo.
Bah, yo como mucho puedo echar la vista atrás y estar orgulloso de determinados momentos decisivos en los que la valentía, como un instinto de emergencia, se ha apoderado de mi y ha tomado las riendas. En la otra mano, lo de siempre, los lastres con los que cargas cada vez se hacen más pesados, los vicios personales, la piedra con la que ya has tropezado un millón de veces antes y sabes que aún te tendrás que tropezar otro millón y medio más.
Bueno, yo no tengo un lugar. No sé si lo tendré algún día. Llevo tanto tiempo en la vía de la incertidumbre que hasta me he llegado a acostumbrar a aquello que por definición uno no puede acostumbrarse. Esto de definir periodos imaginarios y acotar etapas dentro de la vida propia debe ser típico aquel que ha buscado decididamente comodidad y que en determinado momento echa la vista atrás y se pregunta nostálgicamente si hubiera habido para él una vida mejor de haberle echado más huevos. Y ese mejor es la gran trampa del asunto porque cuando uno está tocado por la melancolía que todo lo devora y nada le basta, las condiciones materiales que se pueda procurar son meras distracciones cada vez menos efectivas: lo que anhela no se encuentra en este mundo.
Bah, yo como mucho puedo echar la vista atrás y estar orgulloso de determinados momentos decisivos en los que la valentía, como un instinto de emergencia, se ha apoderado de mi y ha tomado las riendas. En la otra mano, lo de siempre, los lastres con los que cargas cada vez se hacen más pesados, los vicios personales, la piedra con la que ya has tropezado un millón de veces antes y sabes que aún te tendrás que tropezar otro millón y medio más.