stavroguin 11
Clásico
- Registro
- 14 Oct 2010
- Mensajes
- 3.780
- Reacciones
- 2.949
Últimamente me ha dado por pensar que el narcisismo femenino que nos toca sufrir puede ser debido no sólo a factores como el ambiente social en general, a las leyes feminazis o a alguna mutación genética, sino que tiene un importante vector de transmisión vertical.
En mi lejana niñez, los adultos de tu familia te dejaban claro que eras el último mono, que tus opiniones eran las últimas a tener en cuenta, que había que tener cerrada la puta boca y escuchar, que en el mundo nadie regala nada y hay que abrirse paso con el cuchillo entre los dientes entre gentes iguales o mejores que tú. Reconocían tus méritos sin permitirte soberbias y te hacían ver tus defectos destrozándote falsas ilusiones.
Recuerdo perfectamente el primer síntoma que me pareció detectar de un cambio. No sé si ya lo he comentado aquí. Fue casi al inicio de mi ejercicio profesional, mientras atendía a una adolescente acompañada de su madre. La buena señora, con total seriedad, me hablaba de la próxima prueba de su hija en una agencia de modelos. Y yo, que veía esa cara vulgar y algo grasienta y las lorzas asquerosas asomando debajo el top, tuve que hacer un serio esfuerzo para no escarallarme de risa.
Poco a poco me fui dando cuenta de que era una actitud cada vez más extendida: papás que creen a pie juntillas que sus hijos son el summun de la creación, que ningún trabajo, ninguna pareja son lo bastante buenos para ellos. Que arrugan el hociquito cuando te atreves a sugerirles una actividad laboral o un hombre para su hija que valen infinitamente más que sus capacidades. Que adoptan automáticamente las opiniones, las aficiones e incluso el estilo de vestir de sus vástagos. Que convierten la paternidad en un culto de latría sin fin del que el resto de la humanidad no puede hacer profesión de agnosticismo.
Conozco dos mujeres de la misma familia, las dos por lo demás bastante atractivas. La primera de ambas, ya frisando los 40, sigue soltera entre otras cosas porque sus papis no consideraron suficientemente válidos para ella a los sucesivos novios que tuvo ( alguno muy por encima de su nivel, como suele pasar en este país) y ella se dejó llevar por el ronzal. La segunda, una veinteañera muy atractiva, se desliza hacia la treintena sin novio conocido y con una dependencia cuasienfermiza de la opinión de sus padres. Me temo que sigue el mismo camino que la otra.
En mi lejana niñez, los adultos de tu familia te dejaban claro que eras el último mono, que tus opiniones eran las últimas a tener en cuenta, que había que tener cerrada la puta boca y escuchar, que en el mundo nadie regala nada y hay que abrirse paso con el cuchillo entre los dientes entre gentes iguales o mejores que tú. Reconocían tus méritos sin permitirte soberbias y te hacían ver tus defectos destrozándote falsas ilusiones.
Recuerdo perfectamente el primer síntoma que me pareció detectar de un cambio. No sé si ya lo he comentado aquí. Fue casi al inicio de mi ejercicio profesional, mientras atendía a una adolescente acompañada de su madre. La buena señora, con total seriedad, me hablaba de la próxima prueba de su hija en una agencia de modelos. Y yo, que veía esa cara vulgar y algo grasienta y las lorzas asquerosas asomando debajo el top, tuve que hacer un serio esfuerzo para no escarallarme de risa.
Poco a poco me fui dando cuenta de que era una actitud cada vez más extendida: papás que creen a pie juntillas que sus hijos son el summun de la creación, que ningún trabajo, ninguna pareja son lo bastante buenos para ellos. Que arrugan el hociquito cuando te atreves a sugerirles una actividad laboral o un hombre para su hija que valen infinitamente más que sus capacidades. Que adoptan automáticamente las opiniones, las aficiones e incluso el estilo de vestir de sus vástagos. Que convierten la paternidad en un culto de latría sin fin del que el resto de la humanidad no puede hacer profesión de agnosticismo.
Conozco dos mujeres de la misma familia, las dos por lo demás bastante atractivas. La primera de ambas, ya frisando los 40, sigue soltera entre otras cosas porque sus papis no consideraron suficientemente válidos para ella a los sucesivos novios que tuvo ( alguno muy por encima de su nivel, como suele pasar en este país) y ella se dejó llevar por el ronzal. La segunda, una veinteañera muy atractiva, se desliza hacia la treintena sin novio conocido y con una dependencia cuasienfermiza de la opinión de sus padres. Me temo que sigue el mismo camino que la otra.