Libros Pierre Drieu La Rochelle

Frente Negro

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16 Mar 2004
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«Yo era débil, profundamente débil. Hijo de pequeños burgueses atemorizados, pusilánimes. En mi infancia soñaba con una vida sosegada, confinada. He tenido siempre miedo de todo».

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Sí, amigo, todos estamos hechos de la misma mierda. La diferencia entre unos zurullos y otros estriba en la voluntad. La voluntad de algunos para ser algo más que zurullos, aun a riesgo de marrar en el intento. Quien no arriesga, nunca se equivoca, es cierto. Pero quien nunca se equivoca (por no arriesgarse), no vive. Pujanza y decadencia. Energía y entropía. Ahí está todo. Hasta en las mierdas. Bienaventurado tú, bienaventurada ella, bienaventurado yo, que elegimos el amago (con expectativas de consumación) de la diagonal ascendente...

Pierre Drieu La Rochelle escribía con una gran conciencia de autobiografía. Así, sus relatos tienen mucho de diarios íntimos: leyéndolos, nos enfrentamos desde el principio con el autor, bien para comprenderlo, bien para discrepar de sus intuiciones. Nunca para situarlo en la jaula de los monstruos: Drieu no deja espacio para tal distancia. Obras como la novela «Gilles» («Dios que crea, que sufre en su creación, que muere y que renace. Seré, pues, siempre un heresiarca. Los dioses que mueren y que renacen. Dionisos, Cristo. Nada se hace sino en la sangre. Hay que morir sin cesar para renacer sin cesar») o sus memorias de infancia «Estado civil» («Cada noche, durante años, esperaba encontrarme al día siguiente distinto de como me había acostado, impaciente con el yugo de mi debilidad, resuelto por fin a ejercer el maravilloso poder de la voluntad») o el cuento «Agente doble» («En fin, matadme, soy eterno») o, desde luego, sus diarios propiamente dichos («Moriré a manos de los comunistas, prefiero que me maten ellos en lugar de los milicianos gaullistas. Pero creo en el comunismo, y me doy cuenta muy tarde de la insuficiencia del fascismo. Por lo demás, consideraba el fascismo sólo como una etapa hacia el comunismo. Pero es imposible convertirse en comunista: en la práctica, se opone a ello mi esencia burguesa») nos ilustran, junto con su texto dedicado al suicidio «Relato secreto» («No creía en absoluto, al matarme, hallarme en contradicción con la idea de inmortalidad que siempre había sentido viva en mí. Al contrario, era precisamente porque creía en la inmortalidad por lo que me precipitaba en la muerte con tanta fuerza. Creía que lo que llamamos muerte no es más que el umbral más allá del cual continúa la vida o, por lo menos, algo de lo que llamamos vida, algo que es justamente su esencia») sobre su insatisfacción constante, su infatigable demonio de la perversidad («No sabemos lo que hay que hacer, pero lo haremos»), su desazón ante una condición (la de burgués -esto es, aquel que antepone el confort a la frugalidad, la seguridad al riesgo-) de la que pugna una y otra vez por liberarse.

Drieu, recién salido de la primera guerra tecnológica (descrita con maestría desde perspectivas simétricamente diversas por Céline -«Viaje al fin de la noche», «Casse Pipe»- y por Jünger -«Tempestades de acero»-), tuvo unos escarceos con la extrema derecha maurrasiana de Action Francaise («Alrededor del genio seductor [Charles Maurras] se encontraban hombres educados, instruidos, valientes y muy unidos. Aquella ligera preferencia, que no sólo no se manifestó en adhesión a conjunto alguno, sino tampoco en amistades duraderas [mucho después, durante la ocupación alemana, se llevaría a matar con los redactores del periódico servilmente colaboracionista «Je suis partout», la mayoría procedentes de AF], no significaba preferencia ideológica»), escarceos alternados con su presencia menor en el grupo surrealista, en su calidad de partícipe en la primera performance de los acólitos de Breton, el «proceso a Maurice Barrés acusado de crimen contra la seguridad del espíritu» (Barrés era un escritor ya veterano, por entonces, afecto a posturas ultranacionalistas; veamos un fragmento de la intervención de Drieu como testigo respondiendo al juez Breton:

«-¿Considera vd que Barrés fue un benefactor público o lo contrario?

-Soy demasiado optimista para responder que es un benefactor.

-¿Considera vd que sea beneficioso atentar contra la seguridad del espíritu?

-Le dejo a Dadá la carga de probarlo.

-¿En su opinión, ¿cómo puede escandalizar un anciano?

-Muriéndose demasiado tarde»)

o como amigo de Louis Aragon (con quien mantendría una muy estrecha relación hasta su ruptura en 1925, ruptura compleja en la que se mezclan divergencias políticas, y, según parece, celos homosexuales latentes por parte de Aragon ante las conquistas femeninas de quien acababa de publicar la novela «El hombre cubierto de mujeres» y que provocaron la alarma en alguien como Drieu, fuertemente aquejado desde siempre por el pánico homosexual), de Jean Cocteau y del joven heroinómano y suicida Jacques Rigaut, retratados todos ellos más adelante en obras como «Gilles» y «El fuego fatuo» (de Rigaut, por ejemplo, queda esta impactante semblanza en otro texto también dedicado a él, «Adiós a Gonzague»: «Y luego llegó la noche. Entonces te drogabas, te pinchabas, te reías, reías. Tenías dientes para una burla inolvidable: fuertes y apretados y sólidos en una poderosa mandíbula, en un rostro largo de cuero. Te reías, bromeabas: y entonces te caías muerto. Pero en aquel tiempo renacías todas las mañanas. Como un fuego fatuo o un duende de los pantanos, renacías de una bola de aire mefítico. Tenías el cuerpo de un tritón y el alma de un duende»).


Abandonándose en el húmedo regazo de los postmodernos años 20 simulaba vivir, amar, detestar (es su período judío -esposa, amantes, amigos judíos de la alta y media burguesía- tan bien descrito por el crítico Bernard Frank: «Drieu forma parte de esa familia espiritual que podríamos llamar "enjudiados". Tienen relaciones bastante especiales con los judíos, casi carnales. Drieu tuvo una mujer judía y un montón de amigos judíos. Probablemente se sentía bien con ellos. Y viceversa. Tenían en común ese gusto por charlas metafísicas y de dinero» -de ahí que su antijudaísmo ulterior resulte tan inquietante, pues rompe de plano el tópico de que «el antijudío odia lo que no conoce»-). En este su período más mundano publicó la ya citada novela «El hombre cubierto de mujeres» (donde, con su habitual implacabilidad para consigo mismo, hace referencia a algo que empañó su frenética vida sentimental, la impotencia -«Empecé muy joven a ser intermitentemente impotente. Una naturaleza introvertida, invertida, pero con las mujeres. Viril por oleadas, Narciso a menudo, soñaba con poseerlo todo al tiempo que era poseído»- y también anuncia un rasgo que se desarrollaría de manera categórica en el último tramo de su vida, las inquietudes espirituales -«Hay temporadas para las almas y hay temporadas para Dios. Siento en mí una salvaje dificultad en satisfacerme y una paciencia infinita en cansar la naturaleza. Estoy haciendo mi aprendizaje: Dios ha querido que el hombre no encuentre su alma más que por gradaciones sensibles según la sucesión del tiempo. Otra vez un misterio de su religión»-) y un ensayo primerizo, «Medida de Francia», que, pese a un no pequeño poso de nihilismo postmoderno (anticipador en más de medio siglo de Baudrillard o de Lyotard), ya marcaba algunas de sus constantes en materia de opinión («Europa se federará, o se devorará o será devorada»; «Acaso no hay comunistas en Occidente»; «Ya no hay más que categorías económicas, sin distinciones espirituales, sin diferencias en las costumbres... Ya no hay más que modernos, gentes en los negocios, gentes con beneficio o con salario, que sólo piensan en eso y que no discuten más que de eso. Todos carecen de pasiones, son presa de los vicios correspondientes»; «...se pasean satisfechos por el universo de baratija en que se ha convertido el mundo moderno, donde muy pronto no penetrará ningún brillo espiritual»).


Al acercarse el cambio de década, comenzó a tomar conciencia de su lugar en el mundo buscando una alternativa al desorden establecido. Reformista primero (fiel a sus circunstancias de entonces), moviéndose en círculos de centroizquierda aunque sin demasiada convicción si nos atenemos a algunas de sus reflexiones (de esta época son sus ensayos «El joven europeo» -1927: «El cuerpo humano y la construcción viviente de la historia caen en la masa de la materia y participan de su eterna caducidad... Ya no se trata del cuerpo de los hombres, sino del cuerpo mismo del Hombre que es polvo. La Especie se encamina hacia el cementerio de las Especies. El ciclo de las estaciones se retuerce y desgarra. Y la propia fuente de tan engañosa inmortalidad, el planeta húmedo, se arrastra por el polvo de las viejas lunas»-, «Ginebra o Moscú» -1928, su trabajo más antipáticamente procapitalista, con anticipos tanto de la dialéctica promotora del Mercado Común y Estrasburgo como de la Comisión Trilateral: «¿No van a comprender los capitalistas de Europa que son revolucionarios?... Que el capitalismo europeo se federe en Ginebra, ponga en la Sociedad de Naciones el principio de una nueva organización no sólo política sino también social, o si no la sombra de la anarquía interior y exterior que permite acumularse se juntará en su contra del lado de algún Moscú apocalíptico. Renunciad, capitalistas, a la competencia nacional y social, disciplinaos, acudid a Ginebra, quemad todo lo que habéis adorado, o si no provocad, en nuevas crisis económicas y nuevas guerras, un incendio que el viento de Moscú convertirá en total y en el que la civilización se reducirá a la nada»- y «Europa contra las patrias» -1931, donde su europeísmo comienza a despojarse del sarampión reformista hacia un pannacionalismo continental más rotundo y que, ahora, parece anticipar las tesis eurorevolucionarias de Jean Thiriart: «No acudiré ante ninguna movilización, ni a la de las patrias ni a la de los partidos»; «Hay algo de pequeño dentro de lo grotesco en Bruselas o en Berna, que después de todo no existe en Berlín o en París (...) La democracia de las patrias es tan fea como cualquier otra democracia de nuestros días»; «En consecuencia, yo he tomado partido en contra de las viejas patrias que desgarran Europa»-, a lo que podemos añadir su ensayo sobre Huxley, con quien se identifica en la incomodidad expresada en «Contrapunto», incomodidad de un burgués que no acaba de romper con su condición y sueña con ser otro -en dicha obra, Rampion, alter ego del visionario D.H. Lawrence, al que la crítica calificaría, a su muerte, de «fascistizante» por su odio visceral a la civilización y su defensa de los valores primitivos, y de quien Drieu dice esta frase rotunda: «Lawrence ha golpeado en el corazón del mal, allí donde todas las deficiencias y todas las decadencias se resumen y se consumen»-).

Pero repugnaría su sed de trascendencia la corrupta política francesa de entreguerras (el detonante de su ruptura con el reformismo fueron las manifestaciones del 6 de febrero del 34, en las que las ligas patrióticas y el Partido Comunista salieron a la calle en protesta contra los escándalos gubernamentales -como el famoso affair Stavisky-: «Comunistas, patriotas, no es lo mismo... Y, sin embargo, estaban muy cerca los unos de los otros. En determinado momento, a eso de las diez del martes, en la rue Royale, la multitud que se precipitaba hacia la plaza de la Concordia para sufrir la gran descarga de las once cantaba lo mismo "La Marsellesa" que "La Internacional". Me habría gustado que aquel momento durara siempre»; «Ahora me juntaré con cualquiera que eche este régimen al suelo, con cualquiera, con cualquier condición»).

Drieu acabó por dar el salto hacia adelante, asumiendo una dinámica totalmente rupturista, abandonando lastres mundanos en pulsión ascética. Abrazado a la ilusión de una izquierda arraigada, ecológica, con tierra, con sangre, con memoria, creyó encontrar esa izquierda hipotética en el fascismo («Hay que ser fascista, porque el fascismo es la única forma de comunismo que pueden asimilar las nacioncitas envejecidas de Occidente» -frase no exenta de miga si pensamos en cómo nunca ha triunfado en Europa Occidental un régimen comunista, en contraste con la Europa del Este-). Aunque su visión (como dejó claro en su ensayo del 34 «Socialismo fascista») planteaba el fascismo como rigurosa transversalidad entre extremos, mucho más cercana al radicalismo nacional/popular de un Jünger, un Ramiro Ledesma o un Otto Strasser que a las derivas ultraderechistas de las ligas patrióticas francesas o al fascismo institucional del Ventennio mussoliniano y del Reich hitleriano -«Hay algo que nos intriga: desde hace diez años Mussolini tiene autoridad suficiente para romper las fuerzas capitalistas, si así lo desea. Mayor aún, aunque más reciente, es la autoridad de Hitler. ¿Cómo es posible que sus programas "socializantes" no hayan avanzado hacia la realización?»-). Pero ese fascismo de Drieu, comunizante (recordemos a aquel comunista épico, Butros, de su novela «Una mujer en la ventana» -un comunista muy particular que dice cosas como «Estoy convencido de que los comunistas están tan corrompidos en su corazón y en su espíritu como los capitalistas; pero al menos les queda una chispa de virilidad y de salud, desean el combate, la pugna. De esa lucha espero que surja un profundo renacimiento del planeta o su zambullida durante siglos en una muerte fecunda, más allá de los límites de la memoria, de donde más tarde reaparezcan nuevas formas de humanidad, si es que esta especie debe aún perdurar. Tal es el prestigio que me ha ganado para el comunismo, me trae sin cuidado la doctrina y todas sus pretensiones de detalle, es un movimiento, es algo que desafía a la muerte, que arriesga la muerte, todo lo que amo en el mundo»-; o sus positivas valoraciones de Lenin frente al Marx venerado por la inteligentsia burguesa -«Lenin ha conservado de Marx sólo la parte de sus enseñanzas que se adaptan a la nueva época, la que mejor podía adaptarse a nuestro tiempo, fundamentalmente relativista: los consejos para la realización de la revolución y el impulso revolucionario. Lenin, como todos los grandes hombres de acción, sólo se ha sometido a las necesidades de la realidad concreta. Su elasticidad y sentido de la oportunidad rechazaban la rigidez doctrinal»-), defensor decidido (como ya se ha visto) de una Europa unida (años después reprochará a los régimenes fascistas: «El fascismo ha fallado por no haber podido devenir verdaderamente en socialismo. Y la estrechez de su base nacionalista le ha impedido devenir en un socialismo europeo. Hay en esto acción y reacción: la debilidad del socialismo mussoliniano y hitleriano les ha impedido superar las fronteras nacionales y llegar irreversiblemente a un nacionalismo europeo; la estrechez del nacionalismo mussoliniano y hitleriano ha sofocado los gérmenes del socialismo, reduciéndolo a un estatalismo militar»), rabiosamente hostil a la plutocracia (en justa reacción a sus coqueteos procapitalistas de los últimos 20), no tenía nada que ver con la realidad de la praxis fascista de su tiempo.

Hasta su antijudaísmo es heterodoxo respecto al de otros fascistas: porque, como ya se dijo, no surge de impulsos xenófobos de hostilidad contra «el Otro» sino como rebeldía, ruptura, desapego ante algo que interioriza (su condición burguesa que, por su propia biografía -ya mencionamos la alta proporción de judíos entre su medio social-, convierte en sinónimo de «condición judía» -de nuevo volvemos a Bernard Frank: «Esa descomposición la veía él, sobre todo, en los medios judíos, que son los más accesibles y más traidores de la burguesía. Los medios judíos le daban una imagen de aquel mundo en technicolor. Eso constituye la base, el terreno original... Drieu se sentía enormemente débil y soñaba con ser vikingo»; lo que corrobora el propio Drieu: «Lo que menos me gusta de los judíos es que son burgueses y transforman en burgués todo aquello que tocan»-) y que hace, del Drieu visto a sí mismo (con disgusto) como judío honorario, émulo anímico de tantos judíos auténticos que, hoy como ayer, critican y han criticado frontalmente su estereotipo social (Ferdinand Lassalle, Otto Weininger, Karl Kraus -«...creo que puedo decir de mí mismo que sigo al judaísmo en su desarrollo hasta el Exodo pero lo abandono justo en el momento en que se pone a danzar alrededor del becerro de oro»-, Alexandre Marc -uno de los creadores, a comienzos de los 30, del grupo tercerista francés L’Ordre Nouveau, en estrecho contacto con los strasseristas alemanes-, Simone Weil, Rosa Luxemburgo -en sus feroces polémicas con el Bund, partido socialista polaco «sólo para judíos»-, Rudy Dustchke y Bernt Rahbel -líderes econacionalistas del mayo berlinés que reivindicaban la identidad alemana frente a la ocupación USA/URSS-, Leonard Cohen -estudioso de la Cábala y alérgico al Talmud, profundamente crítico con los desmanes sionistas y cuyo detonante para lanzarse a interpretar sus propias canciones fue la teutónica Nico, uno de sus más grandes mitos- o Noam Chomsky -responsable de la frase más dura dicha jamás sobre el destino final del estado israelí: «Ganarán todas las batallas, menos la última»-).


Drieu, colaborador y resistente a la vez durante la ocupación alemana (testimonio de esta condición ambivalente queda en su tarea como director de la «Nouvelle Revue Francaise» -actuando como paraguas protector de escritores desafectos y de origen judío: «Los amigos judíos que he ocultado están en la cárcel o han huido. Me ocupo de ellos y les hago algún que otro favor. No creo contradicción alguna en ello. Acaso la contradicción de los sentimientos individuales y de las ideas generales es el principio mismo de toda humanidad. Se es humano en la medida en que le hacemos trampas a nuestros dogmas»-, sus artículos cada vez más críticos contra el Reich -que le harán objeto de amenazas de muerte por parte de las autoridades alemanas: «Ha escrito usted un artículo a sabiendas de que no iba a salir. No es la primera vez. Quizá pretende usted que le fusilemos. Si continúa enviando artículos de este tipo, no sólo le fusilaremos a usted, sino a toda la redacción del periódico»-, su stalinismo de los últimos tiempos -«Lenin y Stalin se parecen más a la crudeza de Nietzsche que Hitler (...) Hoy en día, monarquía, aristocracia, religión, están en Moscú, en ninguna otra parte»-, amén de sus escritos finales como los últimos fragmentos de su diario -«Lo que me molesta de la posición del dandy y me ha alejado de ella es el puritanismo disfrazado. Noli me tangere: es abstraerse de la vida, de las manchas, de los borrones. Después de todo, prefiero haberme revolcado en el barro con los demás»-, el texto «Exordio» pensado para ser leído ante un tribunal que lo juzgase -«Sí, soy un traidor. Sí, he estado en inteligencia con el enemigo. Yo aporté al enemigo la inteligencia francesa. Si ese enemigo no fue inteligente, no es culpa mía. Sí, yo no soy un patriota corriente, un nacionalista cerrado: soy un internacionalista. No sólo soy un francés, soy un europeo. Vosotros también lo sois, lo sepáis o no. Pero hemos jugado y he perdido yo. Reclamo la muerte»- y sus novelas terminales «Perros de paja» -sátira desencantada sobre la ocupación alemana y el colaboracionismo- y la inacabada «Memorias de Dirk Raspe» -inspirada en otro suicida, el pintor Van Gogh-), vivió hasta el final su condición de «agente doble» autoinmolado a una voluntad de transversalizar contradicciones («Siempre me ha gustado juntar y mezclar los problemas contradictorios: nación y Europa, socialismo y aristocracia, libertad y autoridad, misticismo y anticlericalismo») que el tiempo ha acabado casando en muy posteriores avatares políticos (anticolonialismo fanoniano, Nueva Izquierda, nacional/comunismo ruso, islamismo revolucionario...) pero que a Drieu le obligaría («Me gustaría formar parte de la cofradía de los suicidas. Finalmente, es una noble cofradía.») a partir un día de marzo del 45 tras una buena ingesta de gas de la cocina y tres tubos de barbitúricos (unos meses antes, en agosto del 44, se había intentado matar dos veces: la primera con luminal y la segunda, ya en el hospital, abriéndose las venas -tras este conato escribiría los fragmentos finales de su diario, repletos de consideraciones religiosas, y las no menos místicas «Memorias de Dirk Raspe», despreocupándose por completo de la política: «La política me interesa poco porque creo que el destino ya está trazado» o «Nunca volveré a encontrarme en el estado maravilloso en que viví los últimos meses antes del suicidio. Yo, que estaba tan poco versado en cuestiones de mística, encontré un método bastante bueno para un ascetismo brutal»).

Hoy, amigo, tu obra (narrativa, poesía, teatro, ensayo...), tan llena de precisiones psicológicas y de introspección, nos enseña, desnuda y lista para compartirla en comunión no conformista, el alma de un burgués en rebeldía contra sí mismo. Ejemplar no en la perfección de tu trayectoria (pues no hay tal: tú no fuiste sino un antihéroe con ínfulas de titán que se agitaba marcado por un destino trágico) pero sí en tu voluntad de superación y en tu profunda lucidez y sensibilidad sobre muchas de las situaciones y gentes que influyeron en tu vida. No diste respuestas pero las interrogaciones que planteaste a los dilemas establecidos («Interrogaciones» era el título de tu primera obra, aquel poemario del 17 con olor a trinchera -«Reparto de la humanidad por la guerra / los combatientes y los no combatientes / los que son heridos o muertos, aquellos a cuyo alrededor / el aire está tranquilo / los que tienen un cálido lecho y duermen su hartazgo / los que tienen fríos insomnios / los que aman de cerca, los que aman de lejos / a sus amados / es tan sólo este reparto cercenado»-) y los desafíos que aceptaste son tan válidos en tu tiempo como en el nuestro. Lo que no debemos es mimetizar tus errores. Tú serías el primero en desaconsejárnoslo.


BIBLIOGRAFIA EN CASTELLANO:

«DRIEU LA ROCHELLE» (biografía de Pierre Andreu y Frederic Glover) (Ed. Aguilar // Madrid, 1991)

«ESTADO CIVIL» (Ed. Icaria //Barcelona, 1978)

«EL FUEGO FATUO» (Alianza Ed. // Madrid, 1975)

«DIARIO DE UN HOMBRE ENGAÑADO» (Ed. Bruguera // Barcelona, 1981)

«GILLES» (Alianza Ed. // Madrid, 1989)

«EL HOMBRE A CABALLO» (Ed. Premia // México, 1981)

«RELATO SECRETO» (Alianza Ed. // Madrid, 1978)

«HISTORIAS ACERBAS» (Ed. Bruguera // Barcelona, 1982)

«MEMORIAS DE DIRK RASPE» (Ed. Seix Barral // Barcelona, 1972)

Menciones a DRIEU en «EL CORAZON DEL BOSQUE»:

«Tercerismo europeo en Francia» (nº 2-3) // reseña de «Gilles» (nº 10) // «Perfiles geopolíticos del nacional/comunismo ruso» (nº 11-12) // «Fascismo y pesimismo», «La vía zurda», «Contra el antifascismo» (cuadernillo «El Corazón de la Revuelta»)

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https://drieu-la-rochelle.ifrance.com/
 
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