Saludos a todos los foreros de esta insigne ágora (uso genérico aunque también va dirigido a las féminas y a los aspirantes a hembra). Prefiero una correcta presentación a una prosaica intromisión, pues si en la dimensión física es de mala educación no veo por qué iba a ser de otra manera en esta red. No creo relevante una extensa descripción de mi persona. Con el tiempo me conocerá quien quiera hacerlo y me prejuzgarán muchos; en su derecho están.
Tan solo decir que soy extrañamente sociable cuando no sufro ataques de misantropía, y nadie se arrepentirá si me abre las puertas de su corazón, las ventanas de su morada o las piernas de su mujer.
La motivación de mi participación en el foro es pareja de una de las máximas de mi vida: acumular experiencia. Aunque la experiencia ajena no tiene el multiplicador x5 de una enriquecedora frustración, y ni mucho menos el x10 de un owned como dictan los cánones, tampoco cae en saco roto. Por eso he elegido este subforo para introducirme, pues lo considero el más afín a mi propósito, y a colación del tema que expongo a continuación: el desengaño.
Autoengañarse es innato en el ser humano. Una especie de defensa mental ante una realidad que por temor o desidia no se quiere afrontar. Si combinamos autoengaño con engaño (por parte de otra persona) obtenemos una combinación que bien puede acabar pronta y trágicamente o mantener en la feliz ignorancia al ciego que pudiendo ver se niega a hacerlo, a riesgo de corromper su subconsciente (o de cosas mejores, como criar prole de genética ajena).
No todos han protagonizado situaciones de comedia o hazañas memorables, pero seguro que no hay alma que se salve del desengaño. Os invito a que los compartáis, no solo para el regocijo de vuestros foroespectadores, sino también para analizarlos. ¿Desde cuándo te olías el asunto? ¿Durante cuánto tiempo estuviste autoengañándote? ¿Preparaste un plan maestro para compensar tu desdicha o reaccionaste según tus impulsos primarios? ¿Dejó huella indeleble? ¿Qué harías hoy día ante la misma situación? ¿Crees que ya eres inmune al desengaño? ¿Todas las mujeres son unas putas, incluidas tu mamá, tu pareja y tu hija?
La historia con la que ilustro e inicio el tema (como debe ser, coño) ocurrió hace eones de tiempo. La criatura angelical que conocí, estando de viaje, provenía de América meridional (eufemismo, ese arma para quitarle lo feo a la realidad). Se llamaba Ángela, tenía el cuerpo de una mestiza de 19 años, la inteligencia de una arpía de treinta y pico y la maldad de una momia de 5.000. Morena, delgada y con las suficientes curvas y belleza como para que el percutómetro marcara hasta el 8 largo. No sólo ponía cara de no haber roto un plato, de niña desvalida que uno quiere proteger y mimar, sino que tenía una capacidad de actuación como para obtener la amnistía de un ayatolá.
Me conquistó en una época de sequía (todos sabemos lo bajas que están las defensas en esos momentos), y su toque exótico alimentó las fantasías de alguien sin reparos en globalizar su verga. Ya sabía que uno no debe nunca enamorarse por la polla, y aunque no llegó a ocurrir del todo, si es cierto que inicié una relación seria con ella sin conocerla lo suficiente. Para amenizar el relato entraré en todo lujo de detalles, cosa que la mayoría de subcriaturas suelen agradecer.
El sexo con ella era de película. De película gonzo vamos. En cuanto a frecuencia diré que había bronca el día que no fornicábamos más de una vez. No importaba la hora ni el lugar. La de comidas que ingerí recalentadas por impulsos desbocados. Un día fuimos a un sexchop a comprar un gel anal (decía que era la primera vez, es lo que tiene ser mentirosa compulsiva), y lo probamos allí mismo. Entramos en una cabina individual, echamos unas perras y a culear tan profundo desde la primera embestida que casi le meto los huevos. De hecho el anal se convirtió en práctica diaria, pues el modus operandi era su polvo con sus previos guarretes (nunca conseguí orinar dentro de su matriz, como ella pretendía), para, con posterioridad al orgasmo(s) suyo, introducírsela en su mágico esfínter y acabar, a mi bola, como dios manda. Esto ocurría en un 60% de las cópulas, salvo las excepciones (ahí surgieron las primeras voces de alarma ignoradas) que al sentir ella que yo iba a acabar y, en vez de proceder a bajar al pilón para obsequiarla con mi ambrosía como era de costumbre, aferraba sus piernas alrededor mía como una mantis y me obligaba a descargar en sus entrañas (ninguno usaba anticonceptivos). Aparte de esto, lo hicimos en probadores de comercio, en los baños de un museo, en un par de autobuses y en casa de sus padres con su hermana pequeña durmiendo en la misma cama que nosotros (cuestiones de espacio), además de que más de una vez desperté de madrugada insertado en ella.
No cuento esto por otro motivo que el de que os hagáis una idea del por qué permanecía con ella cuando empezó a mostrar su verdadera cara. No era un “te aguanto por sexo” sino más bien un “algo huele a podrido en Dinam… oh wait, que agradable succión siento, ya reflexionaré luego”.
Al tiempo de estar juntos, comencé a experimentar sus primeros brotes. Eran unos ataques de celos injustificados a más no poder, pues yo tenía amigas y de ellas no me decía ni mu, pero me montaba berenjenales auténticos cuando veía fotos de alguna ex por ahí extraviada. Exes de hacía lustros le parecían intolerables, por no hablar del día que descubrió unas fotos subidas de tono que tenían cosa de una década. Las broncas y argumentos eran desquiciantes como ver una película de David Lynch con sobredosis de mescalina. Al tiempo descubrí que no eran solo las cuestiones de las fotos lo que la encendían, pues después de un viaje de trabajo había desaparecido de un plumazo la mitad de una década de recuerdos fotográficos pasto de las llamas, llamas que aún se reflejaban en sus ojos de loca. Sufría de una especie de bipolaridad no descrita, unida a una obsesiva tendencia a mentir (le regalé un móvil y como no le gustaba el modelo se deshizo de él al dia siguiente, con excusas de que lo había perdido obviamente), aficionada también a deshacerse en lágrimas para llamar la atención cuando me cabreaba, aparte de dos cobardes intentos de suicidio.
Todo esto, recuerdo, era intermitente. Un día amanecía con la suite no.1 de Peer Gynt y al otro con Cannibal Corpse. Suficiente para desquiciar a una gárgola, hasta que ella empezó a notar mi desencanto, y su táctica fue increíble. Mientras por un lado me regaló un ordenador portátil (esto es de chiste porque yo no sabia que la mitad lo había pagado yo; “no contaban con mi astucia” pensaría ella), por otro lado empezó a cubrirse las espaldas, por si me atrevía a dejarla. Día a día empecé a notar miradas desaprobatorias en conocidos comunes, comentarios de soslayo y cosas así. Como el que dirán es algo que ya en aquella época no me importaba, pasaba bastante de todo. Hasta que averigüé que estaba diciendo por ahí que la maltrataba. Yo que estaba descubriendo nuevos límites en la psique humana ya no podía aguantar más y le dije que lo dejábamos (por aquél entonces compartíamos un pisito). Casualmente tenía médico al día siguiente. Al volver del trabajo me esperaba llorando y me dijo que tenía cáncer. El trabajo me mantenía ocupado como para seguirle la pista a todas sus tretas y quedé realmente shockeado durante una semana, en la que ella se portó como la pareja que todo el mundo desearía tener. Además, ¿qué clase de loca puede inventarse algo así? Simplemente me dio cuerda para un buen rato más.
Cuando confesó su falacia, después de una buena racha sin discusiones, y entre lágrimas de lagarta por supuesto, no reaccioné de inmediato. Me tomé mi tiempo y con sangre fría preparé mi escapada. Cuando ya encontró trabajo estuvo ahorrando, cosa que aproveché para sonsacarle una colaboración para pagar la entrada de un coche (a pesar de su procedencia no miraba mucho el dinero, leit motiv del 99% de hembras occidentales). Un epílogo suficiente de sexo (me sentía exprimiendo un limón que ya no daba más de sí) y absoluta frialdad por mi parte al momento de sus paranoias, y en un día extraño metí todo lo que cupo en el coche y partí hacia mejores puertos. Ya no quedaba nada de esos comienzos ilusionantes, de esas noches de oxitocina a puntapala ni de los deseos de explorar tierras al sur del mundo y de la demencia.
Perdón por el ladrillo, aun así está bastante resumido.
Anímense hijos de puta e hijas de puto.
Tan solo decir que soy extrañamente sociable cuando no sufro ataques de misantropía, y nadie se arrepentirá si me abre las puertas de su corazón, las ventanas de su morada o las piernas de su mujer.
La motivación de mi participación en el foro es pareja de una de las máximas de mi vida: acumular experiencia. Aunque la experiencia ajena no tiene el multiplicador x5 de una enriquecedora frustración, y ni mucho menos el x10 de un owned como dictan los cánones, tampoco cae en saco roto. Por eso he elegido este subforo para introducirme, pues lo considero el más afín a mi propósito, y a colación del tema que expongo a continuación: el desengaño.
Autoengañarse es innato en el ser humano. Una especie de defensa mental ante una realidad que por temor o desidia no se quiere afrontar. Si combinamos autoengaño con engaño (por parte de otra persona) obtenemos una combinación que bien puede acabar pronta y trágicamente o mantener en la feliz ignorancia al ciego que pudiendo ver se niega a hacerlo, a riesgo de corromper su subconsciente (o de cosas mejores, como criar prole de genética ajena).
No todos han protagonizado situaciones de comedia o hazañas memorables, pero seguro que no hay alma que se salve del desengaño. Os invito a que los compartáis, no solo para el regocijo de vuestros foroespectadores, sino también para analizarlos. ¿Desde cuándo te olías el asunto? ¿Durante cuánto tiempo estuviste autoengañándote? ¿Preparaste un plan maestro para compensar tu desdicha o reaccionaste según tus impulsos primarios? ¿Dejó huella indeleble? ¿Qué harías hoy día ante la misma situación? ¿Crees que ya eres inmune al desengaño? ¿Todas las mujeres son unas putas, incluidas tu mamá, tu pareja y tu hija?
La historia con la que ilustro e inicio el tema (como debe ser, coño) ocurrió hace eones de tiempo. La criatura angelical que conocí, estando de viaje, provenía de América meridional (eufemismo, ese arma para quitarle lo feo a la realidad). Se llamaba Ángela, tenía el cuerpo de una mestiza de 19 años, la inteligencia de una arpía de treinta y pico y la maldad de una momia de 5.000. Morena, delgada y con las suficientes curvas y belleza como para que el percutómetro marcara hasta el 8 largo. No sólo ponía cara de no haber roto un plato, de niña desvalida que uno quiere proteger y mimar, sino que tenía una capacidad de actuación como para obtener la amnistía de un ayatolá.
Me conquistó en una época de sequía (todos sabemos lo bajas que están las defensas en esos momentos), y su toque exótico alimentó las fantasías de alguien sin reparos en globalizar su verga. Ya sabía que uno no debe nunca enamorarse por la polla, y aunque no llegó a ocurrir del todo, si es cierto que inicié una relación seria con ella sin conocerla lo suficiente. Para amenizar el relato entraré en todo lujo de detalles, cosa que la mayoría de subcriaturas suelen agradecer.
El sexo con ella era de película. De película gonzo vamos. En cuanto a frecuencia diré que había bronca el día que no fornicábamos más de una vez. No importaba la hora ni el lugar. La de comidas que ingerí recalentadas por impulsos desbocados. Un día fuimos a un sexchop a comprar un gel anal (decía que era la primera vez, es lo que tiene ser mentirosa compulsiva), y lo probamos allí mismo. Entramos en una cabina individual, echamos unas perras y a culear tan profundo desde la primera embestida que casi le meto los huevos. De hecho el anal se convirtió en práctica diaria, pues el modus operandi era su polvo con sus previos guarretes (nunca conseguí orinar dentro de su matriz, como ella pretendía), para, con posterioridad al orgasmo(s) suyo, introducírsela en su mágico esfínter y acabar, a mi bola, como dios manda. Esto ocurría en un 60% de las cópulas, salvo las excepciones (ahí surgieron las primeras voces de alarma ignoradas) que al sentir ella que yo iba a acabar y, en vez de proceder a bajar al pilón para obsequiarla con mi ambrosía como era de costumbre, aferraba sus piernas alrededor mía como una mantis y me obligaba a descargar en sus entrañas (ninguno usaba anticonceptivos). Aparte de esto, lo hicimos en probadores de comercio, en los baños de un museo, en un par de autobuses y en casa de sus padres con su hermana pequeña durmiendo en la misma cama que nosotros (cuestiones de espacio), además de que más de una vez desperté de madrugada insertado en ella.
No cuento esto por otro motivo que el de que os hagáis una idea del por qué permanecía con ella cuando empezó a mostrar su verdadera cara. No era un “te aguanto por sexo” sino más bien un “algo huele a podrido en Dinam… oh wait, que agradable succión siento, ya reflexionaré luego”.
Al tiempo de estar juntos, comencé a experimentar sus primeros brotes. Eran unos ataques de celos injustificados a más no poder, pues yo tenía amigas y de ellas no me decía ni mu, pero me montaba berenjenales auténticos cuando veía fotos de alguna ex por ahí extraviada. Exes de hacía lustros le parecían intolerables, por no hablar del día que descubrió unas fotos subidas de tono que tenían cosa de una década. Las broncas y argumentos eran desquiciantes como ver una película de David Lynch con sobredosis de mescalina. Al tiempo descubrí que no eran solo las cuestiones de las fotos lo que la encendían, pues después de un viaje de trabajo había desaparecido de un plumazo la mitad de una década de recuerdos fotográficos pasto de las llamas, llamas que aún se reflejaban en sus ojos de loca. Sufría de una especie de bipolaridad no descrita, unida a una obsesiva tendencia a mentir (le regalé un móvil y como no le gustaba el modelo se deshizo de él al dia siguiente, con excusas de que lo había perdido obviamente), aficionada también a deshacerse en lágrimas para llamar la atención cuando me cabreaba, aparte de dos cobardes intentos de suicidio.
Todo esto, recuerdo, era intermitente. Un día amanecía con la suite no.1 de Peer Gynt y al otro con Cannibal Corpse. Suficiente para desquiciar a una gárgola, hasta que ella empezó a notar mi desencanto, y su táctica fue increíble. Mientras por un lado me regaló un ordenador portátil (esto es de chiste porque yo no sabia que la mitad lo había pagado yo; “no contaban con mi astucia” pensaría ella), por otro lado empezó a cubrirse las espaldas, por si me atrevía a dejarla. Día a día empecé a notar miradas desaprobatorias en conocidos comunes, comentarios de soslayo y cosas así. Como el que dirán es algo que ya en aquella época no me importaba, pasaba bastante de todo. Hasta que averigüé que estaba diciendo por ahí que la maltrataba. Yo que estaba descubriendo nuevos límites en la psique humana ya no podía aguantar más y le dije que lo dejábamos (por aquél entonces compartíamos un pisito). Casualmente tenía médico al día siguiente. Al volver del trabajo me esperaba llorando y me dijo que tenía cáncer. El trabajo me mantenía ocupado como para seguirle la pista a todas sus tretas y quedé realmente shockeado durante una semana, en la que ella se portó como la pareja que todo el mundo desearía tener. Además, ¿qué clase de loca puede inventarse algo así? Simplemente me dio cuerda para un buen rato más.
Cuando confesó su falacia, después de una buena racha sin discusiones, y entre lágrimas de lagarta por supuesto, no reaccioné de inmediato. Me tomé mi tiempo y con sangre fría preparé mi escapada. Cuando ya encontró trabajo estuvo ahorrando, cosa que aproveché para sonsacarle una colaboración para pagar la entrada de un coche (a pesar de su procedencia no miraba mucho el dinero, leit motiv del 99% de hembras occidentales). Un epílogo suficiente de sexo (me sentía exprimiendo un limón que ya no daba más de sí) y absoluta frialdad por mi parte al momento de sus paranoias, y en un día extraño metí todo lo que cupo en el coche y partí hacia mejores puertos. Ya no quedaba nada de esos comienzos ilusionantes, de esas noches de oxitocina a puntapala ni de los deseos de explorar tierras al sur del mundo y de la demencia.
Perdón por el ladrillo, aun así está bastante resumido.
Anímense hijos de puta e hijas de puto.